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domingo, 27 de julio de 2014

Optimismo engañoso

Optimismo engañoso
Naturalmente, el pesimismo destruye la capacidad de acción de las personas como el optimismo concede una considerable ventaja, porque proporciona la energía apropiada para afrontar las situaciones con mejores perspectivas. Sin embargo, abordar la acción con un optimismo engañoso puede resultar incluso más perjudicial que haberla emprendido con pesimismo. El optimismo engañoso resulta de adquirir un estado de euforia pensando que los demás favorecerán nuestra iniciativa, y luego en la realidad encontrarse con una valoración inversa, donde las apreciaciones son justamente contrarias a las previstas.

Por naturaleza los seres humanos tendemos a supeditar gran parte de nuestras actuaciones a la reacción externa, sometemos nuestros ejercicios personales al juicio de los demás, cuando en realidad este comportamiento nunca tiene el mismo nivel de respuesta en las dificultades como en los triunfos, ya que en los momentos desfavorables nadie nos devuelve el interés con la misma intensidad que en los momentos positivos.

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La magnitud del apego que pone alguien en conocer la opinión de los demás es proporcional a su incapacidad para ver su propia fortaleza. Por lo tanto, podemos decir que el signo vital que marca a las personas es su empeño por mantener una  imagen pública efectiva. Hasta en el peor de las situaciones, muchas veces se emplea todo el esfuerzo por contener el ataque a la imagen, por aumentar la visión positiva de los demás hacia uno mismo, en lugar de buscar alternativas más provechosas para superar los momentos de debilidad. Es infinitamente más gratificante generar un acto productivo que esperar simpatía de personas que sólo tienen trascendencia circunstancial. Hacer lo contrario es perseguir un engañoso perfil saludable en lugar de reconocer los errores y tratar de corregirlos.

En ese juego de realidades, donde nada es como se quiere ver o creer, suelen aflorar el desengaño y la desmoralización. Es fácil coincidir con situaciones donde se espera una valoración positiva y encontrarse con la crítica de todo el mundo. Sin embargo, no es descabellado pensar que quienes están en el estrado de valoración tampoco actúan de forma razonable, simplemente están buscando ellos mismo una vía de escape para  no reconocer sus propios errores. Este es un círculo vicioso donde todos juegan al mismo engaño, donde todos ofrecen pequeñas mentiras para salir del paso.

No obstante, los ámbitos donde mejor se visualiza esa medición errónea de la opinión son: 

Personal. Resulta de creer que se ha cosechado cierto estatus entre quienes conforman el entorno más cercano y descubrir que la mayoría ostenta una opinión opuesta a lo que se pretende. 

Empresarial. Deriva de creer que se está en el mercado adecuado con el mejor producto posible, y encontrarse con que la propuesta carece de fuerza para implantarse y que esa iniciativa ya lo habían tenido otros mucho antes que uno mismo.

Pero no todo está perdido como parece, ya que la propensión a criticar al otro es consustancial a la misma persona, y resulta muncho más fácil opinar sobre otros y dejar de lado las debilidades personales. Así pues, es mucho más difícil ver los defectos propios que el vicio ajeno, incluso parece más gratificante mirar a otro lado en lugar de fijarse en las sombras que dejan los actos inadecuados de uno mismo. Quizá si mirásemos fríamente veríamos que esa actitud esquiva a nuestras debilidades no es más que el reconocimiento tácito de la falta de confianza en las virtudes personales. Es un error creer que mirando a otro lado se disimula los defectos y se evita caer en el pesimismo. Lo primero que debe buscar una persona es sus propios valores, debe descubrir sus puntos fuertes y explotarlos al máximo, sin importarle la opinión de nadie.

imagen: @morguefile
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