Robertti Gamarra

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miércoles, 19 de febrero de 2014

El pesimismo destruye

El pesimismo destruye
@morguefile
¿Cómo definir a alguien cuyas propuestas nunca salen bien?, ¿Un fracasado? ¿Un valiente? ¿Debe causar pesimismo el no alcanzar los objetivos? No. El pesimismo destruye cualquier aspiración, es una mala hierba capaz de expandirse en las voluntades más enérgicas. El pesimismo es la trastienda del entusiasmo, donde se almacenan el desánimo y la vacilación, sólo salvables mediante el atrevimiento y el esfuerzo, asomándose al mostrador de la vida y enfrentándose al día a día sin reparos.

Esta vida no juzga a nadie, aunque no así los hombres, muy proclives a sentenciar sin conmiseración al semejante, y si se trata del resultado de un emprendimiento, mucho más. No obstante, conozco a alguien indiferente a ese juicio de valor. Esta persona ha abierto cinco empresas en los últimos quince años, de las cuales, tres tuvo que cerrar casi de inmediato y las otras dos tuvieron una vida media de cinco años cada una.


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El valor de esta empresaria afloró ante mí hace pocos días, cuando me crucé con ella y me confió los preliminares para formalizar una nueva idea. La encontré entusiasmada como el primer día de su primera empresa, sólo agobiada por los preparativos, pero en ningún momento me refirió las adversidades de sus propuestas anteriores.

La actitud y la voluntad de esta persona me hicieron ver mi pesimismo. En mi caso me cuesta mucho poner algo en marcha después de una desilusión. Sin embargo, a través de ella comprendí varías cosas:
  1. Si algo sale mal no es el fin del mundo ni se debe viajar constantemente con la desgracia. Esta vida retribuye a quienes se caen y se levantan mil veces; cuanta más veces se cae alguien, más rápido debe levantarse.
  1. El entusiasmo no tiene nada que ver con la historia ni con las experiencias pasadas. Recobrarse del desengaño es abrir una puerta a un nuevo paisaje, donde se respira aire nuevo y se formalizan nuevas ideas.
  1. Nunca hay que creer que el pasado es el mañana, porque hacerlo es renunciar a avanzar; cuanto más aferrado se encuentra uno a las malas experiencias o a los malos momentos, más atado está a la irrealidad. Rumiar los fracasos todo el rato es de mediocres.
Por todo esto, el veredicto de los demás hacia nosotros o hacia nuestros actos, carece de valor. Al fin y al cabo, sólo uno mimo conoce las circunstancias que le ha llevado al desengaño, y sólo ha llegado hasta allí porque ha hecho algo. Dar valor a las opiniones surgidas desde la distancia, sin haber tenido contacto con la base del problema, sólo contribuye a debilitar el ánimo y a empobrecer la capacidad de crear o proponer nuevas alternativas, es decir: infunde pesimismo.


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