Cuando surge la palabra violencia, en toda su extensión,
afloran inmediatamente unas preguntas: ¿Dónde se gesta la violencia? ¿Empieza
la violencia en los colegios? Una sociedad racional no debería admitir
siquiera estas preguntas, menos en el entorno de un centro donde acuden
nuestros hijos a aprender, un lugar del bien donde nosotros forjamos lo que
somos hoy en día. Pero, por desgracia, la experiencia nos devuelve a lo que
podríamos llamar la cruda realidad.