La sociedad actual vive uno de sus peores momentos
en lo relativo a la confianza, lo cual se origina en lo personal, viaja por lo
empresarial hasta llegar a la falta de confianza total en el ámbito
político y social. Por desgracia, esta realidad tiene una repercusión enorme en
las empresas, donde cada día crece la dificultad para afianzar un producto o
para ganar créditos a favor de una marca.
Como hemos mencionado antes, la desconfianza empieza
en el terreno personal. Los individuos, en esa relación cara a cara con su
semejante, han perdido la cordialidad y se han embarcado en una carrera a
ciegas por descubrir los defectos ajenos en lugar de identificar sus propios
valores. Es decir, la lucha por defender lo de uno mismo ha propiciado que, en
lugar de disminuir, la desconfianza crezca en cada nueva relación que se
intenta empezar en el terreno personal.
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Por otro lado, pesa en la balanza, la desconfianza
del ámbito comercial, donde las empresas han perdido mercado por la dificultad de
introducir nuevas propuestas o por mantener productos actuales ante la sospecha
de los consumidores respecto a sus propiedades o las garantías. No obstante, en
algunos casos, las malas prácticas de algunos empresarios han colaborado de
forma especial para dibujar este escenario de despropósitos. En este último
caso podemos mencionar a los bancos, que han perdido la credibilidad de antaño,
la identidad que les hacía fuertes en el mercado. Naturalmente, tenemos que señalar
la situación inversa, donde son las empresas las que desconfían de sus
consumidores. En este punto, vuelve a
emerger la figura de los bancos, que en lugar de establecer una política
accesible, han preferido guardar el capital y mostrar un desinterés atroz hacia
la realidad de sus clientes. Por lo que la prevención por recuperar el capital
les ha llevado a encerrarse en un procedimiento indescifrable que ha propiciado
la desaparición de miles de pequeñas empresas.
Actualmente las personas no se fían de las empresas
que hablan mucho y no cumplen nada o que se valen de su poder en el mercado
para cometer injusticias que los consumidores no pueden impedir.
Sin embargo, donde la indecencia ha consumido todo
rastro de confianza es en el ámbito político. Las personas que nos representan,
en muchos casos, han perdido el rumbo, llevadas por la tentación del poder,
cegadas por la posibilidad de llegar a todo y creer que nunca nadie descubrirá nada
o al menos nadie dirá nada. Este deterioro de la imagen política se ha traslado
a lo personal, como decíamos, donde muchos ciudadanos creen que están
legitimados a sumarse a la pequeña delincuencia social por el simple hecho que
de los gobernantes campan libremente.
Por todo esto, es crucial recuperar lo antes posible
la confianza. Si las personas se dan cuenta de que confiar no significa
entregarse en cuerpo y alma a nadie, sino transigir para que la relación fluya
y se pueda descubrir, en el futuro, un escenario de convivencia sana y
próspera, se habrá vuelto al camino adecuado. De la misma forma, si los
consumidores entienden que no todas las empresas tienen el propósito de
perjudicar a sus clientes, y que la mayoría son iniciativas de personas
honestas que buscan sobrevivir en el mercado, entenderán que consumir no es
arriesgarse a ser engañados. Por otro lado, si las empresas, como los bancos, comprenden
que nadie elude sus responsabilidades, sino que ellos mismos favorecieron a que
se asumiera más de lo que se podía asumir, sabrán que quienes les piden ahora
no lo hacen para luego negarse a cumplir con las obligaciones.
Por último, y aquí cabe más que nunca la
incredulidad, si los políticos comprendieran que están donde están porque los
ciudadanos les han puesto allí, entenderán que sus compromisos personales no
valen de nada, porque se deben a sus votantes. Pero, como he dicho antes, esto
último es un cambio difícil, aunque no imposible, y de muy largo recorrido.
imagen: @morguefile
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