El objetivo de poner en marcha una iniciativa es
buscar el crecimiento de la idea, la estabilidad que permita disfrutar de los
beneficios y, si es posible, vivir de los resultados. Por eso es importante medir
el crecimiento. Saber con exactitud el ritmo de progresión del proyecto ayuda
a definir las estrategias para mantenerse, para corregir anomalías o para
cambiar de propuesta. Esto último no debe asustar al emprendedor, ya que
insistir en mantener una idea poco efectiva puede resultar sumamente
perjudicial.
En este apartado se presentan, al menos, cuatro
escenarios posibles:
No
crecer es la señal de que algo falla en la propuesta. Esta anomalía puede
radicar en la propia idea. Plantear algo fuera de lugar, ya sea por un error al
calcular la influencia de los consumidores o por no haber previsto que la
propuesta estaba situada en un terreno poco propicio para implantarse, son
factores que impiden crecer. Estos fallos resultan de la falta de planificación
inicial, ya que no se puede dejar de lado la recopilación de datos sobre lo
relacionado al mercado, el nivel de consumo, posibilidad de inversión,
estructuración, etc.
Enlaces relacionados
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Crecer
demasiado poco también es una mala señal para encarar la
estabilidad de un negocio. Si no crece lo suficiente, un emprendimiento solo
puede luchar por subsistir, lo que significa que ni siquiera su promotor podrá
mantenerlo sin buscarse otros medios de ingresos, con el fin de ir inyectando
liquidez al capital inicial. En este caso, más temprano que tarde, el negocio
acabará muriendo y, probablemente, si no se toman las medidas oportunas, el
empresario acabará adquiriendo deudas a las que no podrá hacer frente.
Crecer
bien no es tener beneficios extraordinarios, sino avanzar en un estado de
crecimiento estable, donde el aumento de dividendos se produce de manera
gradual, sin grandes alardes. Es este el escenario que debe buscar el empresario,
un ascenso constante que le permita afrontar la evolución del negocio sin
necesidad de recurrir a ingresos extraordinarios, evitando una progresión vertiginosa
que le desordene la realidad. Tener una evolución estable ayuda al empresario a
entender que no debe tener prisas, sino equilibrar el crecimiento, para poder
acumular los beneficios y luego empezar con nuevas acciones, como la expansión,
ampliación estructural, etc.
Crecer
demasiado rápido puede ser tan malo como no crecer o hacerlo excesivamente
despacio. Una acción que ofrece un rendimiento asombroso en muy poco tiempo, es
probable que no sea capaz de ser permanente; sin embargo, origina en el emprendedor
un entusiasmo engañoso y le manifiesta un escenario extraordinario donde parece
que lo mejor es expandirse rápido, realizar inversiones, comprar nuevas
estructuras, etc., para aprovechar el impulso inicial. Si esto no se controla,
es la ruina de la empresa, ya que excederse en las acciones de expansión
conlleva adquirir deudas pensando que se podrá pagar en poco tiempo, pero una
vez que el negocio pierde la inercia, los compromisos acaban ahogando al
empresario, y el engaño es mucho mayor, o mejor dicho, la caída es mucho más
fuerte, capaz incluso de llevarse por delante los recursos de toda una
generación.
Por todo esto, la moderación es un factor indispensable
para el emprendedor. Es tan equivocado buscar una progresión fulgurante como
entender que una falta de crecimiento es algo natural, ya que en ningún caso se
debe abandonar el equilibrio. Un
emprendedor debe intentar escapar de la línea de pérdida constante, pero sin
llegar a colgarse del éxito inmediato, porque en los dos casos corre el riesgo
de perderlo todo.
imagen: @morguefile
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