A pesar de la abundancia de noticias, de perfiles
muy diversos, vivimos estos días abrumados por el accidente aéreo de
Germanwings; seguimos puntualmente las crónicas sobre lo ocurrido, estamos ansiosos
por conocer los detalles o los motivos que provocaron el accidente. Sin
embargo, este hecho deja al descubierto que no estábamos tan atentos a otras
catástrofes hasta que el evento nos ha tocado a nosotros. Naturalmente que
ahora estamos más afectados, porque lo vivimos muy de cerca, el avión ha
partido de uno de nuestros aeropuertos, y es lógico sentirse consternados.
Digamos por ello, que la indiferencia es nefasta.
La pregunta es: ¿por qué sólo nos conmovemos cuando los hechos son cercanos y somos indiferentes a eventos extraordinarios que ocurren a distancia? ¿Es esto razonable, cuando estamos un día sí y otro también promulgando la globalización de todo? Las circunstancias trágicas y distantes también son globales, aunque tarden más en propagarse y en llegar hasta nosotros. Alguien me dijo una vez que era inútil negarse a mirar a los acontecimientos o los problemas que afectan a otros, creyendo que no van con nosotros, porque tarde o temprano acabaran llamando a nuestras puertas.
Por lo tanto, la indiferencia es un grave error. No
sólo deberíamos conmovernos con los episodios cercanos, sino que debiéramos
empezar a ver los problemas ajenos como posibles para uno mismo y tomar
conciencia de la necesidad de luchar por corregirlos. Esto es aplicable a
cualquier ámbito de la vida, a los problemas sociales, a la hambruna, a las
injusticias, a los maltratos. Pensar que el hambre es exclusivamente de África,
por poner un ejemplo, y convertirnos en observadores pasivos, propicia que ese
problema crezca y que los rescoldos del incendio se posen cada vez con más
frecuencia en nuestros hombros, lo cual, sin darnos cuenta, nos afecta. O mirar
a otro lado ante las injusticias sociales cuando ocurre lejos de nuestro
entorno, es un error grave, porque estamos allanando el camino para repetirlas
en nuestro propio entorno. Por todo ello, es mejor presentarse con un cubo de
agua cuando vemos arder la casa del vecino, porque es la mejor forma de comprometer
a los demás a acudir a apagar el fuego de nuestro techo si algún día es
necesario hacerlo. Vuelvo a repetir, la indiferencia es nefasta. Y como
muestra, la corrupción política. La hemos mirado de lejos, la hemos dejado
alimentarse libremente pensando que no nos afectaba, sin embargo, la
ramificación es tan grande que al final nos costará años librarnos de ella.
Alguien me dijo hace poco que, sin quererlo, todos
nos hemos convertido también en corruptos. Y me contó la historia de una
persona que, en una conversación informal, comentó a sus amigos que había
instalado en su domicilio una maquinaria que generaba un extraordinario consumo
de electricidad, pero que él lo solventaba sin ningún coste. Su estrategia
consistía en conectarla a una toma eléctrica propiedad del Ayuntamiento. Todos
le rieron el comentario y le aplaudieron. Y, en un momento, su innegable
desfachatez se convirtió en un hecho heroico. ¿Es esto aceptable? No. Estoy
convencido de que si quienes le gratificaron con aplausos y risas se diesen
cuenta que son ellos quienes estaban pagando ese gasto, los elogios cesarían en
el acto. Pero entendieron que la hazaña de su amigo no les afectaba y, por lo
tanto, no había nada que lamentar.
Por
desgracia, este tipo de situaciones es cada vez más habitual, la afección a los
hechos la supeditamos a la distancia, y si ocurren fuera de nuestro círculo de
interés personal, no les otorgamos ningún valor. Por otro lado, algunos pensarán
que no podemos estar preocupados o comprometidos en todas las luchas, lo cual
es verdad, pero tampoco se puede vivir tan ajeno a todo, ya que la pasividad es
catastrófica.
imagen: morguefile.com
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