domingo, 18 de agosto de 2013

Hablemos de sexo, en mi despacho

Que bien podía llamarse la imposición por sexo.



Hablemos de sexo
Cuentan que dos viajeros emprendieron la marcha en comprometido silencio. El hombre montaba a caballo sin mirar atrás. La mujer avanzaba a pie, cada vez más fatigada. “¿Puedo montar yo en el animal?”, preguntó ella al cabo de las jornadas. “¡Éste me lo dieron a mí por derecho, no a ti!”, dijo el hombre, sin siquiera mirarla. Qué poco se aleja esta referencia, si es que lo hace, del contexto de esta sociedad cuando entran en juego los privilegios asignados a las personas según su condición sexual. Por ello hablemos de sexo. Por desgracia, si trasladamos nuestro objetivo al mundo de las empresas, nos encontramos con una frontera de indiscutible carácter sexual que marca las oportunidades laborales. El derecho de despacho destinado a los altos directivos contempla, sin paliativos, una norma de inquilinato más favorable a unos que a otras.

Para disipar cualquier duda, a principio de este año se publicaba un informe donde podía comprobarse que en los consejos de administración de las grandes empresas de toda Europa, apenas constituía el 14% la presencia de mujeres. Trasladado esto al ámbito del trabajo diario, en términos de brechas salariales las diferencias se disparan. En estos casos, a menudo solemos encontrarnos con el tópico de que no hay mujeres suficientemente cualificadas para ocupar cargos directivos, sin embargo la pregunta es: ¿no hay mujeres cualificadas para aprovechar la oportunidad o no tienen oportunidad para demostrar sus cualidades? 
Hablemos de sexo

En cierta ocasión acompañé a una amiga empresaria a su reunión con el Director de un banco del que pretendía conseguir créditos para su negocio. Desde el primer momento, el directivo estableció una aproximación unidireccional, sólo me miraba y me hablaba a mí, cuando yo apenas era un acompañante sin ninguna pretensión comercial. No puedo reprocharle su actitud, porque no se explicarme los motivos de ese procedimiento injustificable, me vale con referirle como muestra de un comportamiento social predominante del que pretendo alejarme.

¿Y qué decir del trato a la mujer cuando forma parte de la Dirección corporativa? Sobre todo en las pequeñas y medianas empresas. Viví esta circunstancia personalmente, en mi propia empresa. Por describir dos escenarios habituales resumiría de la siguiente manera: las trabajadoras enseguida se acercaban a mi socia, Directora Administrativa, dando la impresión de quererla arropar, para luego aprovecharse de esa relación y campar a sus anchas. Por otro lado, los trabajadores desatendían sistemáticamente sus indicaciones; preferían recibir y cumplir mis consignas a las de ella. A la larga aquella situación se convirtió en insostenible, porque en mis ausencias, todos los empleados adoptaban una actitud de indiscutibles; ellos porque pretendían sentirse protegidos por mis supuestos favores y ellas no sabían interpretar los límites. Por cierto, ¿por qué debe aclararse los límites entre dirección y empleados? Cuando se determina en el mismo momento que se formaliza el contrato y se decide quién paga y quién cobra. Siempre me pregunto si estas personas, que cobran por su tiempo y sus conocimientos, actuarían de la misma forma en una empresa mayor que la nuestra. No lo sé. Creo que la cercanía que provocan las relaciones de las pequeñas empresas suele conducir a equívocos.

Es difícil establecer una dirección eficaz cuando los mandos intermedios, sobre quienes ha de actuarse, no conciben un control estratégico asumido por una mujer o nunca han trabajado bajo las ordenes de ellas. Prefieren suponer que por designio cultural ese mando será imparcial o carecerá de objetividad. La pregunta es: ¿de dónde hemos sacado esa conclusión?, porque si se fundamenta en la ausencia reiterada de las mujeres de las cadenas de mando, ¿cómo sabemos que no será eficaz si nunca han estado allí?





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