Sonreír para apuñalar por detrás.
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Matar con
cuchillo de palo, es una expresión muy típica de Paraguay, al menos fue donde la escuché
con frecuencia. Debo admitir que no soy capaz de explicar su
acepción literal, pero diré que se utiliza cuando dos personas entablan
una relación y una de ellas manifiesta su compromiso incondicional con ese vínculo pero, a escondidas, hace todo lo posible por estropearlo. Sonríe
mientras apuñala por detrás. Es amenazar con matar a puñaladas estando en
posesión sólo de un cuchillo de palo, algo que el amenazado desconoce, lo cual
es suficiente para atemorizarle. Para entenderlo en nuestro idioma, es como
cuando Mariano
Rajoy dijo que no tocaría los impuestos y acabó subiéndolos hasta lo
indecible. Nos enseñó una cosa mientras decidía hacer otra. O como demuestran
datos más recientes; se les proporcionó a los ciudadanos el compromiso de que
todos pagaríamos los impuestos sin excepción y las grandes empresas acabaron
pagando menos de la cuarta parte de lo que debieran. Es decir, pasaron
de pagar a las arcas públicas 12.673 millones en 2006 a 3.012 millones en 2011.
Sin embargo a mí, como a muchos votantes de a pie, la Agencia Tributaria me
embargó la devolución de este año por una pequeña deuda que tenía con la
Administración por el proceso de una empresa que hemos cerrado hace ya dos
años. No estoy intentando eludir mis responsabilidades, simplemente asumo la
desigual disposición con bastante mala leche.
Eso es matar
con cuchillo de palo. Es la transfiguración de la realidad, como intentaba explicarse
en estos días Roman Weissmann, sin conseguirlo por cierto, en su Carta
al Director del diario El País refiriéndose a la factura de la luz, donde
decía literalmente: “del total del
importe de la factura, solo el 46% se debía a consumo real, el restante 54% son
impuestos y otros recargos”. Lo mismo ocurre con la factura del teléfono y
con tantas otras cosas tan fundamentales para sobrellevar el día a día. Por alguna
razón nos hemos acostumbrado a que los prestidigitadores nos tiendan una mano
amiga mientras con la otra hurgan en nuestros bolsillos con total naturalidad.
¿Tenemos que creérnoslo todo? No lo sé, pero que alguien me explique el
significado de lo siguiente: el día 5 de agosto leía este titular en los
periódicos, “La constructora FCC pierde 607 millones
lastrada por Alpine y las renovables”, sin embargo, unas horas
después, el mismo día, este otro, “Falcones recibe 7,5 millones como
indemnización por su cese en FCC”. Me acusarán de populista o de
charlatán, pero es indigno ver estas cantidades mientras algunos viven sin
agua, sin luz, sin teléfonos, porque no pueden pagar las facturas. Al parecer
sólo los ciudadanos de a pie deben cumplir con sus obligaciones, así lo demostraba
este otro titular de estos días, “la banca ignora casi todas las quejas de
los clientes aunque tengan razón”. Mientras unos suben, otros bajan.
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En fin, no quería acabar este recorrido malhumorado
por la realidad sin referirme a la misma frase, pero aplicada en nuestro
entorno más cercano, en nuestros círculos más inmediatos. Una persona me contó
que elaboró un gran proyecto, pero no tenía contactos para llegar a las
instituciones que podían financiar su iniciativa. Así pues, recurrió a lo de
siempre: entregó su propuesta a una tercera persona, con la firme convicción de
que sería bien representada ante el posible benefactor. Pronto se dio cuenta del
error. Su propuesta sólo sirvió para abrir una puerta de la oportunidad a la
persona que la representaba. Es decir, sólo sirvió para que su representante,
que había conseguido llegar hasta el inversor arrebujado en la calidad del
proyecto de mi confidente, presentase sus propias propuestas. En estos casos,
los hechos se explican solos.
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