Muchos asumen sin saber el qué.
La frase exacta de Emilio Duró es: “un
tonto motivado es muy peligroso porque puede hundir una empresa”. Describe con manifiesta exactitud dónde nos encontramos hoy en día,
sobre todo en el campo empresarial. ¿Cuántos tontos motivados asesoran a las
grandes empresas, o deciden en grandes proyectos? Basta como prueba noticias o titulares
como ésta: El
30% de los proyectos de diversificación en los que invirtió Hunosa para
reactivar las comarcas mineras han fracasado. O este otro titular: El
despilfarro español: Proyectos que costaron millones... y fracasaron. Esta
realidad no la inventamos nosotros, sino quienes asumen responsabilidades sin
estar preparados para hacerlo. He conocido a muchas personas de altísima
responsabilidad asumir, por ejemplo, área de cultura sin tener ni idea de los
movimientos culturales del momento. A lo que nos lleva esto es a mirar con
cierta inquietud la disimilitud de consecuencias perteneciendo a una capa
social u otra. Porque estas personas casi nunca pagan por sus errores.
Sin
embargo, sin lugar a dudas, España es un país donde se
penaliza el fracaso para otros sectores sociales. Y es una cuestión
cultural. Mi hijo pequeño, que está aprendiendo a leer, ha sufrido este curso
pasado las primeras consecuencias de ir despacio. La persona encargada de
enseñarle a leer le sometía a cierto apremio correctivo si no acertaba con las
letras o con las frases. Y él, en un momento del curso escolar, detestó ir a
clase; había días que lloraba a medida que se acercaba la hora de marcharse al
colegio. ¿Es eso justo? No. Este es sólo un ejemplo trivial que trasladado al
campo global, a la sociedad actual, es la base sobre la que se fomenta la
creatividad. Estamos comprometidos con un sistema que no admite ningún error;
si creas
una empresa y fracasas, además de las deudas, te queda el estigma de
fracasado que, por desgracia, viaja con la persona si se aventura a buscarse
nuevos horizontes o nuevos apoyos. ¿Por qué en otros países se considera el
fracaso un aprendizaje? Entiendo menos por qué aquí pasa lo contrario.
No obstante, sería injusto no reconocer que abundan
en el mercado de la creatividad los ineptos profesionales con suerte, o mejor
dicho, bien posicionados. Son los denominados en lengua de calle como los que tienen la vida resuelta. Estos
en lugar de asumir la iniciativa ajena como un bien social, suelen precipitarse
en acondicionar su idea para hacer algo más grande de lo que acaba de oír. Para
mí el peor momento es ese donde cuentas tus intenciones, tus propósitos, y el
interlocutor explica su iniciativa que supera 20 veces a la tuya, y sólo
actuando sobre la marcha. En ese momento me suele asaltar una gran decepción,
porque pareciera como si lo que has planeado durante tanto tiempo, análisis
tras análisis, no tiene ningún valor y cualquiera lo puede superar.
Suelo interpretar una actitud como esa como una
falta de respeto. Desfigurar la propuesta ajena para hacer entender que la tuya
es mucho mejor es un error imperdonable, una muestra de no haber entendido nada
de lo que acabas de escuchar. En esta vida no es todo ponerse encima del
otro, no es todo tener la propuesta más grande que nuestros semejantes.
Foto de Steve Evans. flickr.com |
Así se han despeñado un montón de empresarios que
han empezado sacando pecho con su propuesta cómo si nada fuese a derribarlos, pero
tanto las empresas y las personas avanzan por un trayecto tan angosto que en
cualquier momento pueden salirse de la vía. Pero ahí no debe acabar el mundo.
Hace años leí este titular buscando información sobre gestión de pequeñas
empresas: El 80% de las
pymes fracasa antes de los cinco años y el 90% no llega a los diez años. Ya hemos dicho cientos de veces que con tener
una idea no es suficiente para poner en marcha una empresa, porque sin el
conocimiento adecuado, sin el análisis de gastos y beneficios, sin un plan de
adaptación al entorno donde se pretende actuar, conocimientos de posibles
proveedores, etc., es como navegar en un barco sin timón, desafiando a la suerte.
Al final me conformo con saber que cada uno escoge
lo que quiere vivir, por lo tanto asumir un compromiso de competición con las
iniciativas de otros es equivocar el camino, y de paso se emborrona la
felicidad ajena con la ingratitud y la falta de respeto.
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