jueves, 26 de marzo de 2020

Confinamiento desesperado


Confinamiento desesperado
 Vivir en estado de confinamiento, donde los días transcurren de manera diferente a como lo hacían hasta ahora, naturalmente, es complicado. El tiempo se convierte en una ventana de observación, y los ecos del exterior se agolpan en la televisión, las redes sociales, la radio, etc. Por cierto, no siempre con la mayor fidelidad. 


Toda la información que se vuelca en nuestras manos en estos días, y que consumimos quizá con excesiva ansiedad, nos permiten los mejores análisis de realidad. No es arriesgado aventurar que es la mejor radiografía de nuestra sociedad, porque no somos tertulianos, ni articulistas, ni reporteros de información sobre el terreno, sino simples observadores. Todo eso arroja importantes conclusiones, mayormente positivas respecto a la solidaridad, la buena vecindad, la creatividad, la capacidad de dar todo por los que están enfermos, etc. Sin embargo, no se puede dejar de lado, al menos, tres conclusiones negativas que dejan hasta este momento el aislamiento.


Enlaces relacionados

El peso de la ilusión
El peso de la mentira
Insultar ya no cuesta nada
El miedo a lo fácil 
- Regalar un elogio


Primera conclusión. La pérdida de control de los actos. La feroz manifestación del individualismo, que hizo acto de presencia en el minuto uno de la crisis, ni bien se anunció la interrupción de algunos servicios. Este atentado a la comunidad saludable mostró que la capacidad de sorpresa no tiene límite.

Asistir a la lucha sin cuartel por desbalijar supermercados, por llegar primero a lo último que quedaba en las estanterías, por no dejar nada para los demás, a costa de lo que fuera, desnudó lo más mezquino de los conciudadanos. Pero por encima de todo eso, una imagen queda en la retina, es la de una señora con un carro abarrotado de yogures. Surgen cientos de interrogantes en torno a esa actitud, algunas justificables, aunque otras, sin respuestas razonables. 

La primera es de lealtad social: si alguien actúa con esa ceguera, no se le puede negar un individualismo atroz, porque acaparar un producto, mayormente destinado a niños, es impedir a quienes no son de esa familia acceder al producto; es pensar que los demás no importan. 

Lo segundo tiene que ver con la capacidad de consumo, que no tiene límite ni control. Apropiarse de todos los yogures y destinarlos a un grupo tan reducido de consumidores, olvidando que son productos perecederos, es perder completamente el sentido común. Sin embargo, en ese momento, el desatino parecía razonable, y la lucha se concentraba en demostrar quién se surtía con la mejor reserva.

Lo repito, deleznable.

Segunda conclusión. La clase política, al menos una parte de ella, en absoluto es reflejo de esta sociedad. En muchos momentos, por desgracia, aflora la verdadera personalidad de ciertos políticos, independientemente de la línea ideológica que defienden. La calidad de la clase política depende de todos los políticos, y ver cómo algunos lanzan mensajes completamente fuera de lugar, contrarios al interés general, y ofensivos al sacrificio personal de los ciudadanos, resulta difícil de entender, y más difícil aún de aceptar.

No es admisible, bajo ningún concepto, actuar de manera tan rastrera, hostil, inoportuna, partidista, cuando existe un frente común. Ser personaje público, pertenecer a la clase política, conlleva mucho más de lo que algunos ofrecen alentando opiniones ofensivas, falsos mensajes que únicamente persiguen insultar a los del bando contrario, deshonrando el esfuerzo de los demás, como si ellos tuviesen la fórmula mágica para resolver la crisis. Eso no es hacer política, porque el ámbito político supone una representación social, la defensa del interés general y, bajo ese parámetro, no todo vale. Ostentar la representación ciudadana significa empujar hacia un mismo objetivo cuando la situación se vuelve crítica, y no intentar sacar partido de la desgracia. Por lo tanto, ver a algunos hacer lo que hacen, no redunda en beneficios ideológicos, antes bien alimenta el desprecio a las personas, ahonda en el radicalismo. Produce tanto rechazo e impotencia la asunción de mentiras inasumibles de ciertos políticos que, muchos ciudadanos honrados, se vuelven radicales opositores a esa marca política. Por desgracia, conseguir adeptos desde las descalificaciones y el ataque irracional, parece más efectivo que ser honesto y responsable.

A mí estos no me representan ¿y a ti?

Tercera conclusión. La falta de conciencia cívica. Es razonable pensar que todos somos cívicos y que el respeto es la base de la buena convivencia, sobre todo cuando muchos hacen un esfuerzo inhumano por luchar contra algo de carácter global. Pero comprobar que unos pocos solo piensan y actúan por caprichos personales, o por intereses individuales, es deprimente. Naturalmente, ahora resulta más fácil hacer un juicio de valor, pero asistir a la falta de civismo, de un grupo reducido, por cierto, mientras el resto están encerrados, atrapados por la preocupación de que el virus se propague, es de difícil digestión. Es incomprensible la actitud grosera de algunos ciudadanos, que se enfrentan a las fuerzas del orden, o que se saltan la cuarentena sin la más mínima justificación, simplemente por voluntad propia. Inexplicable.

Afortunadamente, no todo es negativo, y esta crisis también saca lo mejor de las buenas personas. En una sociedad de ida y venida, faltan muchas personas buenas para combatir a las pocas que son malas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escribe un comentario. Solo pido moderación y respeto.