El peso de la ilusión |
La magia radica en el tamaño del
propósito, incluso podría decirse que se fundamenta especialmente en las
pequeñas cosas, porque nunca es proporcional la magnitud de lo que ilusiona y
la dimensión de lo que se consigue. Todo se supedita al peso que tiene para la
persona su pretensión. La ilusión está en todas partes, está en ese libro del
autor preferido que se compra y se lleva a casa, sin saber siquiera si gustará
o no, pero que permite albergar la esperanza de una placentera lectura.
Mientras eso ocurre, la persona vive bajo el hechizo.
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Pensemos también en las personas
que juegan a la lotería y se niegan a comprobar si el número premiado coincide
con el suyo, por el simple placer de mantener la esperanza mientras dura la
incertidumbre, o los miembros de ciertas peñas de fútbol que evitan escuchar o
ver el partido de su equipo hasta que no haya acabado, esperanzados de que la
victoria caerá del lado de su club.
Son ejemplos sencillos, pero que
evidencian la presencia de la ilusión en las pequeñas cosas. La ilusión es la
luz que lo ilumina todo, que borra cualquier atisbo de negativismo, y trasforma
el tiempo en esperanza.
La ilusión es la fuerza que empuja
al individuo hacia delante, hacia el porvenir, con mayor o menor fuerza, ya que
aquello que genera ilusiona aún está por llegar y está desbordada de expectativa.
Es todo porvenir, como ese encuentro con alguien que se desea encontrar, la
resolución de una situación que se aguarda con confianza.
La ilusión tiene una gran
capacidad para renovarse, ya que genera una nueva intensidad cada vez que
surge, independientemente si su origen se repite, como aquel niño de duerme
feliz sabiendo que al día siguiente acudirá al campo de fútbol, como viene
haciendo desde hace meses. Por lo tanto, ilusionarse por algo que se repite en
el tiempo no disminuye la intensidad del deseo.
La ilusión es la energía que
enciende el foco que evita que la vida se convierta en una realidad lineal
inalterable, convirtiendo el porvenir en un inmenso mar de posibilidades donde
todo está por ocurrir.
En todo caso, la fuerza
depositada en la ilusión es capital para medir el empeño de la persona por
conseguir lo que busca y la influencia que tiene el resultado en su vida. A
pesar de anhelar las mismas cosas que ocurren en el mismo momento, nunca el
bienestar al conseguirlos tiene el mismo valor, la misma dimensión ni durará el
mismo tiempo para las personas que viven el mismo acontecimiento. La intensidad
de la satisfacción final está sujeta a la calidad de la ilusión personal,
porque cada individuo es único en su aspecto global, aunque no pueda vivir
desligado de su entorno ni de sus semejantes.
¿Y la desilusión? Llegar a la
expectativa creada en torno a la ilusión y descubrir que no se traduce en lo
que se espera, produce una decepción infinita. Sin embargo, ese desencuentro
entre lo esperado y lo conseguido no significa que la ilusión disminuya la
próxima vez que ese mismo objeto vuelva a cruzarse en el camino. En todo caso,
lo que hará será contribuir a mirar con mayor cautela las posibles
consecuencias lo que se desea, pero la ilusión volverá con la misma intensidad.
Por lo tanto, es bueno ilusionarse, aunque sin perder de vista la realidad que
se vive. Nunca hay que empeñarse en deseos imposibles, porque eso entra en el
terreno del azar, que es otro tema para otro momento.
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