lunes, 9 de marzo de 2020

El peso de la ilusión


El peso de la ilusión
 Mantener la ilusión en algo convierte un día normal en una explosión de esperanza, y actúa como antídoto del desaliento. Antes de seguir, es importante acotar que no nos referimos a lo que el diccionario define como una representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos. Naturalmente, aquí nos referimos a la otra acepción del diccionario que la define como esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo. Sea como fuere, la ilusión aporta un extraordinario valor añadido al día a día de las personas.


La magia radica en el tamaño del propósito, incluso podría decirse que se fundamenta especialmente en las pequeñas cosas, porque nunca es proporcional la magnitud de lo que ilusiona y la dimensión de lo que se consigue. Todo se supedita al peso que tiene para la persona su pretensión. La ilusión está en todas partes, está en ese libro del autor preferido que se compra y se lleva a casa, sin saber siquiera si gustará o no, pero que permite albergar la esperanza de una placentera lectura. Mientras eso ocurre, la persona vive bajo el hechizo.

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Pensemos también en las personas que juegan a la lotería y se niegan a comprobar si el número premiado coincide con el suyo, por el simple placer de mantener la esperanza mientras dura la incertidumbre, o los miembros de ciertas peñas de fútbol que evitan escuchar o ver el partido de su equipo hasta que no haya acabado, esperanzados de que la victoria caerá del lado de su club.

Son ejemplos sencillos, pero que evidencian la presencia de la ilusión en las pequeñas cosas. La ilusión es la luz que lo ilumina todo, que borra cualquier atisbo de negativismo, y trasforma el tiempo en esperanza.

La ilusión es la fuerza que empuja al individuo hacia delante, hacia el porvenir, con mayor o menor fuerza, ya que aquello que genera ilusiona aún está por llegar y está desbordada de expectativa. Es todo porvenir, como ese encuentro con alguien que se desea encontrar, la resolución de una situación que se aguarda con confianza.

La ilusión tiene una gran capacidad para renovarse, ya que genera una nueva intensidad cada vez que surge, independientemente si su origen se repite, como aquel niño de duerme feliz sabiendo que al día siguiente acudirá al campo de fútbol, como viene haciendo desde hace meses. Por lo tanto, ilusionarse por algo que se repite en el tiempo no disminuye la intensidad del deseo.

La ilusión es la energía que enciende el foco que evita que la vida se convierta en una realidad lineal inalterable, convirtiendo el porvenir en un inmenso mar de posibilidades donde todo está por ocurrir.

En todo caso, la fuerza depositada en la ilusión es capital para medir el empeño de la persona por conseguir lo que busca y la influencia que tiene el resultado en su vida. A pesar de anhelar las mismas cosas que ocurren en el mismo momento, nunca el bienestar al conseguirlos tiene el mismo valor, la misma dimensión ni durará el mismo tiempo para las personas que viven el mismo acontecimiento. La intensidad de la satisfacción final está sujeta a la calidad de la ilusión personal, porque cada individuo es único en su aspecto global, aunque no pueda vivir desligado de su entorno ni de sus semejantes.

¿Y la desilusión? Llegar a la expectativa creada en torno a la ilusión y descubrir que no se traduce en lo que se espera, produce una decepción infinita. Sin embargo, ese desencuentro entre lo esperado y lo conseguido no significa que la ilusión disminuya la próxima vez que ese mismo objeto vuelva a cruzarse en el camino. En todo caso, lo que hará será contribuir a mirar con mayor cautela las posibles consecuencias lo que se desea, pero la ilusión volverá con la misma intensidad. Por lo tanto, es bueno ilusionarse, aunque sin perder de vista la realidad que se vive. Nunca hay que empeñarse en deseos imposibles, porque eso entra en el terreno del azar, que es otro tema para otro momento.

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