sábado, 4 de enero de 2020

El miedo a lo fácil


Los tentáculos del miedo
En el transcurso de una conversación, alguien sostuvo que los seres humanos llevaban en los genes el miedo a lo fácil, afirmando que si una persona consigue algo con facilidad, siempre tendía a cuestionarse la veracidad de sus logros. Pareciera como si la prosperidad dócil estuviera supeditada a un juicio posterior. Entonces es cuando se actúa en contra de lo fácil y se empieza a embarrar el terreno del éxito.

¿Es esto cierto? ¿Es verdad que los seres humanos tienen miedo a lo fácil? A simple vista pareciera que sí. Por alguna razón, siempre se desconfía de lo, aparentemente, fácil y se agrede a quien lo asume, impugnando los méritos. Pero es un error olvidar que nadie adquiere una condición por accidente, es decir, todo lo que incumbe a una persona, para bien o para mal, es el resultado de las acciones. He ahí la paradoja, cuanto más importante es la consecuencia de una decisión, más miedo genera la mera posibilidad del fracaso.


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La vida se nutre de sencillez, pero las personas, casi siempre, la complican.

Para entenderlo, hemos de realizar un análisis a vista de paracaídas, observando desde una perspectiva global hasta llegar a los aspectos particulares, donde es bien perceptible el miedo a lo fácil.

Empecemos por la fuente máxima de poder: los gobiernos que rigen a los países. Estos son cargos repartidos de manera formal, con la complicidad explícita de los ciudadanos, aunque las tomas de decisiones no sean participativas, sino más bien jerárquicas. Naturalmente, genera miedo decidir a quién entregar el poder que, indefectiblemente, repercute en todos los ciudadanos. Pero el miedo no solo prolifera entre los ciudadanos, sino también entre los que ostentan el poder, lo cual suele provocar la creación de protectorados enfurecidos que favorecen las estructuras autócratas para eternizarse en el poder, actuando incluso contra la voluntad ciudadana. 

La historia ha demostrado que el miedo a perder el poder es un argumento inmensamente poderoso que ensombrece el sentido común. La ventaja de este grupo de poder es que ofrece la posibilidad de escoger a los lideres, lo cual traslada el miedo a fracasar al conjunto de electorado.

El segundo ámbito de observación es el empresarial.  El soporte corporativo, levantado con vocación productiva, por lógica persigue beneficios, y esto es más o menos factible según su estructuración interna. Diría que, para el éxito de una propuesta comercial, es tan importante, si no más, la esencia corporativa que el producto que vende, me refiero al reparto de valores en su estructura interna. Fomentar la confianza entre los trabajadores evita que impere el miedo por el puesto de trabajo.

La falta de confianza en las fuerzas de producción produce la persecución del talento, porque el miedo a fracasar no favorece las iniciativas innovadoras, y cuanto menos se toleran los fallos, más se alimenta el miedo. El mayor fuente de miedo es la falta de comunicación. Si las comunicaciones no son claras dentro de un equipo de trabajo, se generan especulaciones que atenazan la creatividad de las personas, porque, se quiera o no, acaba por amenazar la estabilidad personal del trabajador. No se puede utilizar el miedo como una herramienta de gestión.

El siguiente grupo de este observatorio exprés es el espacio familiar, donde las consecuencias del miedo repercute en un grupo, y una mala decisión afecta a todos los miembros. No es fácil tomar la decisión adecuada, y muchas veces el triunfo o el fracaso está supeditado a la capacidad, a la voluntad, al sentido común, etc. Es este el principal motivo de desconfianza hacia lo fácil, que induce a sucumbir al peso de dudar de uno mismo.

Por último, queda lo personal. Creo que el mayor miedo de un individuo, aunque cueste reconocerlo, es el miedo al fracaso personal. Me permito una pequeña historia para ilustrar este argumento. Un joven que empezaba a ganarse la vida fabricando carteles para las empresas, recibe un día el encargo, de la mayor empresa de su ciudad, para fabricar el cartel para un edifico de 20 plantas. El encargo superaba completamente su capacidad de producción. Muchos le recomendaron unirse a sociedades más grandes para cumplir el acuerdo. Pero el joven pensó: si me uno a las más grandes, acabarán quedándose con el contrato y yo no ganaré nada. Decidió seguir solo y al final perdió el contrato por incumplimiento de los plazos de ejecución.

Esta sencilla historia ilustra perfectamente cómo el miedo a los demás puede empujar a alguien a tomar decisiones completamente perjudiciales para prosperar.

En síntesis, no existe miedo a lo fácil, simplemente las tomas de decisiones están supeditadas a infinidad de imponderables que dificultan las resoluciones sencillas.

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