Aplaudir con honestidad |
No cuesta nada elogiar y tiene una fuerte influencia en el estado de las cosas. Imaginemos a un niño que corre por el parque y en un descuido se tropieza y cae al suelo. Vemos al adulto levantarse a recriminarle la distracción, otros incluso castigan antes de interesarse por su estado de salud. Esta es una escena habitual, un comportamiento habitual. Pero ¿qué pasa si en lugar de recriminar, se invierte el procedimiento y se elogia la capacidad del niño para evitar un daño mayor o su destreza para esquivar el peligro? El resultado es completamente diferente, ya que en lugar de cultivar una relación inquietante con la actividad física, se estimula la capacidad para luchar contra los obstáculos.
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Si esta forma de actuar se traslada al campo profesional, el resultado es aún más determinante. Fomenta un entorno equilibrado donde prevalecen las virtudes personales que ayudan a mejorar el compromiso con las tareas. ¿Cuánto ayudan, pues, los elogios en el trabajo? Naturalmente, mucho. Por desgracia, la búsqueda de beneficios corporativos, algo completamente lícito, suele favorecer la vigilancia de los errores y muy pocas veces las virtudes. Y visto desde esa perspectiva, los elogios suelen acabar en los hombros menos adecuados, rehuyendo a quien verdaderamente lo merece.
Imaginemos ahora la proyección de los elogios en el contexto familiar, donde las relaciones coexisten con dificultades, defectos, intransigencias, que no pocas veces acaban minando la convivencia. Si elogiarse unos a otros se convirtiera en una costumbre, el escenario cambiaría sustancialmente. Recibir elogios hace mejor a la persona, inspira amabilidad y fomenta la adhesión al entorno. No obstante, hablamos de elogios honestos, no articular cumplidos vacíos.
Es gratificante aprender a dar y recibir elogios, sin condicionarlos a posibles hechos futuros. Es la virtud que cambia el entorno de la persona, transforma la atmósfera negativa en un escenario de posibilidades reales de superación. Las relaciones personales no se basan en decirlo todo, al pie de la letra, sino en reconocer las virtudes con honestidad. Elogiar a alguien por valores invisibles, simplemente por cumplir, es mentir. Sin embargo, un elogio fundamentado en un sentimiento real, es placentero. Insisto, no se trata de crear un mundo paralelo ni estructurar argumentos ideales, sino de ser auténtico.
Sin lugar a dudas, un elogio honesto redime a la persona. Necesito que me escuches, tengo que contarle a alguien mis problemas, antes de que acabe conmigo. Esta suele ser una frase habitual en las dificultades. Pero el receptor del mensaje comete un error si asume la agitación del afectado. Cuando alguien relata sus problemas a otros, le transmite sus sensaciones, y si el receptor intenta adaptarse a su situación, asume sus comportamientos, incluso finge sentir lo mismo. Y la cuestión es ¿cuánto ayuda la actitud pasiva a superar una situación adversa? Pues, técnicamente, nada. Los seres humanos necesitan el apoyo del semejante, porque una aprobación eleva la confianza en uno mismo.
En una situación complicada, todos necesitamos recibir mensajes gratificantes y sinceros; ni siquiera se busca la verdad, sino escuchar lo que la otra persona cree que de verdad puede ayudar. Y si en ese momento, por más ínfimo que sea, se recibe un elogio de las virtudes personales, el estado de ánimo se dispara. No se trata de falsear la realidad, sino proponer sin mentirse a uno mismo.
Según entiendo, lo único que necesitan los elogios es honestidad. Es un error empeñarse en decir siempre todo lo que se piensa, porque no es honesto, ya que muchas de las cosas que decimos resultan solo de referencias o incluso de prejuicios. Decir lo que se piensa, en el momento oportuno, sin engañarse a uno mismo ni a la otra persona, es de justicia; alabar a alguien por sus logros, es simplemente reconocerle sus méritos, ni más ni memos. Y tiene una influencia extraordinaria en quien lo recibe, pues le anima a seguir haciendo lo que hace, a vencer lo que vence.
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