lunes, 20 de enero de 2020

Los hijos no pertenecen a los padres


El derecho de los hijos
 En estos días de intensa discusión para discernir sobre si los hijos pertenecen a los padres o si los hijos no pertenecen a los padres, controversia sobre el que todo el mundo parece tener opinión, queda una pregunta en el aire, ¿deberían los hijos tener los mismos derechos que los padres? Y si esto fuera así, ¿tiene recorrido en una sociedad acostumbrada a restringir la figura infantil al mínimo, con procedimientos deliberadamente restrictivos? 

 Abundan los ejemplos de niños sustentando a un grupo de adultos, ya sean familiares o no, que prefieren delegar el esfuerzo en los hijos, mientras ellos se quedan en casa. ¿Es esta una exageración? No, es una realidad visible e ignorada por casi todos.

¿Tiene esto algo que ver con la discusión? Sí, porque valorar un problema global como una coyuntura local, es un gran error. A fin de cuentas, los países desarrollados se erigen como puntos de encuentro de infinidad de culturas, razas, creencias, etc. Convivir es difícil, y si se promueve la cultura de exclusión en los núcleos familiares, mucho más. Antes de preguntarse si los hijos pertenecen a los padres, habría que valorar si los padres cumplen con la obligación de educar a los hijos adecuadamente.


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 Sorprende ver que existen movimientos que pretenden emplear el tutelaje de los hijos solo para inculcarles doctrinas que quizá no querrán de mayor, o propósitos que aborrecerán cuando puedan tomar sus propias decisiones.  

 Sustraerle a los hijos la posibilidad de decidir es quebrantar su preparación para afrontar las obligaciones de futuro, cuando deberán enfrentarse a la inevitable realidad social. El derecho al bienestar de los hijos no se reduce en asimilar creencias religiosas o ideales políticos, círculos intencionadamente muy accesibles, y cuya proyección en la vida adulta, sin la gestión adecuada, es más bien exclusiva, porque favorece el fanatismo. Naturalmente, no hablamos de empujarles a tomar sus decisiones, sino propiciar la relación con todos los elementos que conforman la convivencia, sin restringir el acceso a las informaciones por capricho de nadie.

 Ejercer la educación de forma arbitraria promueve individuos que, a medio plazo, reproducen los malos hábitos, subidos en la intolerancia, apegados a valores condicionales como territorio o clase social. He ahí la paradoja de una sociedad que crea su propia barrera en su intento por avanzar, y desdeña el conocimiento o la cultura, que si no se comparte no valen nada. Tolerar solo a quienes se asemejan al reflejo de uno mismo, y despreciar al resto, es la antítesis de la convivencia.

 Cuando se mira a los hijos, respecto a los padres, se tiende a pensar que no pueden ser titulares de sus derechos porque carecen de capacidad para ejercerlos. ¿Es esto razonable? No, porque los hijos gozan del derecho al bienestar y desde que nacen tienen capacidad para expresarse y el derecho a decidir no es perecedero. Naturalmente, no se les puede obligar a tomar decisiones en eventos donde carecen de relevancia, pero es obligatorio proporcionarles una base de formación adecuada, sin restringir el acceso a las mejores herramientas, para que el tutelaje les garantice en el futuro tomar las decisiones adecuadas y puedan ejercer la libertad con coherencia. 

 Vivimos en una sociedad donde la capacidad para tomar decisiones se fundamenta en la experiencia, además de los conocimientos, lo cual plantea una pregunta en el tema del derecho a decidir de los hijos. ¿Negarles sus derechos les priva de madurez para la toma de decisiones? Aunque la falta de experiencia puede ser determinante a la hora de decidir, no todo está necesariamente relacionado con el ejercicio del derecho a decidir, sino, fundamentalmente, con la calidad del tutelaje de los padres. Privar a los hijos de la oportunidad para tomar sus decisiones sobre cosas que le atañen directamente, limitando su círculo de acción, debilita su formación y les impide elegir por si mismos. El papel de los padres consiste en ayudarles a decidir mejor en función del entorno social, económica, espiritual, etc., ayudarles a desarrollar habilidades para valorar todas las alternativas y para tomar las mejores decisiones. 

 Visto todo esto, de manera muy concisa, parece claro que alentar la discusión sobre si los hijos pertenecen o no a los padres, no tiene ningún sentido, porque al fin y al cabo los padres son mero gestores del futuro de los hijos, ni más ni menos, por lo que condicionar el aprendizaje no contribuye a crear una sociedad abierta y con sentido común.

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