Por alguna razón, en el campo económico ha empezado
a formalizarse la idea de que al partir de esta crisis, quedarán fuera del
mercado laboral un segmento profesional que pasará a ser denominado trabajadores inservibles. Este grupo, al
parecer, lo conforman aquellos profesionales que tienen entre 35 y 45 años, con
formación y experiencias suficientes para ocupar cargos de relevancia, pero que
tienen un coste mucho más elevado que los profesionales más jóvenes y sin
experiencia. Así pues, los primeros son menos rentables para las empresas, que
prefieren bajar sus expectativas de calidad y de prestación, reduciendo los
costes de capital humano, y acaban contratando a los trabajadores menos
formados y con menos experiencias. ¿Tiene esto algo que ver con el arte de
dirigir? Una buena dirección genera una buena sinfonía corporativa.
Salvando las distancias, existe una gran similitud
entre la naturaleza de instaurar la dirección especializada en las empresas,
sobre todo las pequeñas y medianas empresas, con las promesas de los buenos
políticos, ya que generan actuaciones capaces de mejorar el estado de las cosas
para beneficiar al entorno donde actúan. Cuando se propone una buena dirección se
expone el compromiso de alimentar una conciencia administrativa global y se promete
optimización de los recursos, aumento de las fuentes de financiación, mayor
rendimiento de la base de productividad, etc.
Sin embargo, muchos aún no se dan cuenta que al final de la maniobra
sólo sobrevive la gestión ejecutiva eficaz que no discrimina a los
profesionales por su franja de edad o por sus costes, sino por su productividad.
Es a través de este tipo de actuaciones como se emprende la marcha hacia la
consecución de resultados positivos.
Para las pequeñas empresas es consustancial a su
existencia la transformación de su entorno administrativo. La razón de peso que
hace imprescindible la conversión de la gestión experimental en una
especializada es el dinamismo de su masa social, en todos los ámbitos. Una vez se
acepta jugar en el mismo terreno que las grandes corporaciones, donde prevalece
la competitividad sobre el romanticismo, se debe empezar asumiendo la necesidad
de aumentar la responsabilidad y el compromiso, porque sólo así es posible ampliar
el campo de intervención. Por otro lado, rodearse de los mejores, sin mirar lo
que cuesta hacerlo, es un buen principio para plantear una acción rentable. Naturalmente,
todo crecimiento requiere de una gestión eficaz para obtener los resultados
adecuados que legitime la actuación ante los diferentes socios que amparan la
intervención en el mercado. Por lo
tanto, el cambio estratégico incide directamente sobre:
· La calidad técnica de las operaciones, que debe
estar en consonancia con las expectativas creadas. No se puede reducir costes
intentando aumentar la calidad.
· La efectividad de la acción ha de ser manifiesta,
debe tener una influencia auténtica en los colectivos con los que interactúa.
· La eficacia en la gestión del personal debe
contribuir a la optimización de los recursos, garantizando un funcionamiento
global sin fisuras.
· La diversificación de los objetivos institucionales debe
partir de una buena planificación, porque al abarcar un mayor campo de
intervención surgen nuevos espacios donde conseguir recursos o donde focalizar
el esfuerzo.
· Es imprescindible la organización de toda la estructura,
porque eso garantizará el funcionamiento uniforme del aparato de producción.
· La disciplina financiera ha de responder al
dinamismo de la propuesta, debe asumir los cambios y generar capacidad para
mantenerse en el mercado.
imagen: morguefile.com
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