Nuestra radiografía social la constituyen miles de
personas honestas, trabajadoras, que hasta hace poco lo tenían todo, pero ahora
forman filas en un comedor social porque se han quedado en la calle, mientras
otros personajes, sin mérito social, profesional ni político alguno, viajan en
limusina con chófer, disfrutan de tarjetas de crédito de dudosa legalidad, sin
pensar en el Yo y sus derivaciones. Ante este escenario, la indignación
es inevitable. ¡Cierto! No todos los políticos son iguales, ni todos son
corruptos, pero cuesta creer que no lo son. Desde luego es un error no mirar
más allá de uno mismo.
Este panorama de corruptela genera preguntas como: ¿Hasta
dónde llega la influencia del yo? ¿Todo el mundo es consciente de lo que
conlleva pensar en uno mismo, o las consecuencias que tienen las acciones
personales? Definitivamente, nada está puesto al azar, ni ocurre por accidente
como muchas veces queremos creer.
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Para entenderlo, imaginemos a alguien cometiendo una
simple irregularidad. En el momento de la acción parece que sólo es un acto
personal, incluso muchas veces el infractor levanta la cabeza, mira a los lados
y al verse solo se siente aliviado y a salvo, considera que no ha cometido
ningún delito, porque nadie le ha visto. Sin embargo, las acciones conllevan
infinidad de consecuencias, la repercusión va mucho más allá de la propia
persona que las lleva a cabo, y el perjuicio suele ser incalculable.
Muchas a veces, los representantes sociales animan a
la sociedad a actuar contra una persona o una empresa particular, convenciéndola
para que vaya contra ese objetivo como si esa acción no fuera a tener ninguna
repercusión, como una simple acción política. Sin embargo, sea lo que sea, tiene
sus consecuencias.
Veamos otro ejemplo, el brutal acto de violencia de
los ultras que se llevaron por delante a un aficionado al fútbol. En el momento
de los hechos parecía tratarse sólo de un encontronazo entre dos bandas ultras,
pero las derivaciones son muchos mayores de lo que se ve a simple vista. Los efectos
afectan a la familia del fallecido, la
familia de los detenidos, los aficionados de los clubes, el equipo de fútbol,
la imagen del país… en decir, miles y miles de personas.
Por lo tanto, no podemos menospreciar la magnitud de
una acción personal, que nos lleva a la siguiente pregunta ¿si los personajes
públicos cometen una infracción, lo consideran sólo como una acción inocente,
que no afecta a nadie más? ¡Grave error! Sobre todo, creerse que están por
encima de las cosas, porque no sólo están favoreciéndose de forma individual,
sino que descalabran el futuro de miles y miles de personas inocentes, mucho
más honestas que ellos mismos.
Imaginemos
esta otra situación, cuando los gobernantes toman una decisión que repercute
directamente sobre la estabilidad de las pequeñas empresas, y obligan a muchos
empresarios a echar el cierre. ¿Se dan cuenta del daño que causan, o de la
repercusión de esas decisiones? Parecerá que no tenían más remedio y es probable
que así sea, pero la contaminación abarca un terreno demasiado grande para no
pensárselo dos veces, para buscar en ello réditos políticos eventuales, a costa de miles y miles de personas inocentes, sin poder de decisión.
imagen: morguefile.com
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