miércoles, 28 de agosto de 2013

Un retorno sin retorno

Cambiar un país por otro siempre conlleva renunciar a todo.




retorno sin retorno
@morguefile
“…He aprendido lo vacía que es la fama. Se suponía que tenía que ser feliz". Así declaraba Jeremy Lin, jugador de baloncesto de la NBA al relatar su amarga experiencia en los primeros años en esa competición. El taiwanés logró vencer a la decepción y llegar a lo más alto en su carrera. A veces acceder a la fama o a la abundancia no lo es todo. Pero ¿qué pasa con quienes apenas tienen nada? El retorno sin retorno de muchas familias. Por regla general, la desilusión o las necesidades suelen llevar a la persona a ambicionar superarla y acceder a un círculo mejor. Mientras unos no saben como gestionar esa realidad, otros buscan sin descanso acceder a ella. Eso define a la inmigración que llegara a Europa hace unos años. La búsqueda de prosperidad, salir adelante, dejar atrás las privaciones.



Cuántos trabajadores cualificados, o no, han tenido que dejar sus casas, amigos, su país, buscando alternativas a su situación, y ahora deben hacer el camino inverso. Esta es una realidad que conozco de primera mano; el retorno de quienes renunciaron a todo en el pasado. La amplia comunidad de inmigrantes que llegaron a España hace ya muchos años, se instalaron aquí con sus familias; al cabo del tiempo con sus hijos españoles han creado pequeñas empresas, pero de repente ahora se encuentran sin recursos y deben tomar una decisión. Hay quiénes salen del país, de España, buscando oportunidades, como bien lo describe Amaya Moro-Martín, una científica autora de un extraordinario artículo recientemente publicado en el diario El País, titulado “Despedida de una científica que está haciendo las maletas”. Sin embargo, otros salen intentando recuperar lo disuelto aquí sin remedio.



retorno sin retorno
@morguefile
Es natural confesar que cuesta arrancarle a esta sociedad la solidaridad, cuyo significado cambia ante una catástrofe o ante una crisis económica. Para la una no cabe dudas de que todos ponen lo que pueden y más, pero para la otra, más a largo plazo, cuesta digerir el compromiso de manutención de los empobrecidos visitantes. Lo entiendo muy bien, ya que todo tiene un precio. Quizá sea eso lo que muchos retornados vayan buscando en sus países de origen; entusiasmados por el recuerdo de que allí si uno tiene necesidades, aún las puede subsanar con los parientes, amigos, vecinos. Por desgracia, aquí no.



Al salir de un país se pierde todo, paulatinamente, pero todo: amistades, reconocimientos, pertenencias…, de forma irremediable uno se vuelve un gran desconocido. ¿Cómo se solventa eso? Porque ha llegado el momento de plegar velas, de reconocer que aquí todo se ha acabado y no hay forma de evitar el retorno. No es fácil reconocerlo, tampoco lo es convencer a los hijos que ya han creado sus amistades, han asentados sus estudios, han asumido una identidad que seguramente allí no les valdrá de gran cosa. Por último está asumir que se vuelve sin nada. Ese es el mayor obstáculo. Si no todos, casi todos han salido del país buscando una prosperidad económica, y volver ahora sin prácticamente nada es como asumir el fracaso por inercia. Pero la decisión está ahí, tomada a pesar de que a veces la admitimos sin tener en cuenta los pequeños detalles, los desajustes sociales que poco a poco van conformando un futuro lleno de incertidumbre y de rabia, van creando ciudadanos amenazados por el cambio que deben asumir un carácter encolerizado con todo, para al final acabar odiando lo que más habían amado, la gente, los lugares, las costumbres, las prioridades… 

Este artículo fue publicado en Mujeres&Cia el día 26/08/2013 

domingo, 18 de agosto de 2013

Hablemos de sexo, en mi despacho

Que bien podía llamarse la imposición por sexo.



Hablemos de sexo
Cuentan que dos viajeros emprendieron la marcha en comprometido silencio. El hombre montaba a caballo sin mirar atrás. La mujer avanzaba a pie, cada vez más fatigada. “¿Puedo montar yo en el animal?”, preguntó ella al cabo de las jornadas. “¡Éste me lo dieron a mí por derecho, no a ti!”, dijo el hombre, sin siquiera mirarla. Qué poco se aleja esta referencia, si es que lo hace, del contexto de esta sociedad cuando entran en juego los privilegios asignados a las personas según su condición sexual. Por ello hablemos de sexo. Por desgracia, si trasladamos nuestro objetivo al mundo de las empresas, nos encontramos con una frontera de indiscutible carácter sexual que marca las oportunidades laborales. El derecho de despacho destinado a los altos directivos contempla, sin paliativos, una norma de inquilinato más favorable a unos que a otras.

Para disipar cualquier duda, a principio de este año se publicaba un informe donde podía comprobarse que en los consejos de administración de las grandes empresas de toda Europa, apenas constituía el 14% la presencia de mujeres. Trasladado esto al ámbito del trabajo diario, en términos de brechas salariales las diferencias se disparan. En estos casos, a menudo solemos encontrarnos con el tópico de que no hay mujeres suficientemente cualificadas para ocupar cargos directivos, sin embargo la pregunta es: ¿no hay mujeres cualificadas para aprovechar la oportunidad o no tienen oportunidad para demostrar sus cualidades? 
Hablemos de sexo

En cierta ocasión acompañé a una amiga empresaria a su reunión con el Director de un banco del que pretendía conseguir créditos para su negocio. Desde el primer momento, el directivo estableció una aproximación unidireccional, sólo me miraba y me hablaba a mí, cuando yo apenas era un acompañante sin ninguna pretensión comercial. No puedo reprocharle su actitud, porque no se explicarme los motivos de ese procedimiento injustificable, me vale con referirle como muestra de un comportamiento social predominante del que pretendo alejarme.

¿Y qué decir del trato a la mujer cuando forma parte de la Dirección corporativa? Sobre todo en las pequeñas y medianas empresas. Viví esta circunstancia personalmente, en mi propia empresa. Por describir dos escenarios habituales resumiría de la siguiente manera: las trabajadoras enseguida se acercaban a mi socia, Directora Administrativa, dando la impresión de quererla arropar, para luego aprovecharse de esa relación y campar a sus anchas. Por otro lado, los trabajadores desatendían sistemáticamente sus indicaciones; preferían recibir y cumplir mis consignas a las de ella. A la larga aquella situación se convirtió en insostenible, porque en mis ausencias, todos los empleados adoptaban una actitud de indiscutibles; ellos porque pretendían sentirse protegidos por mis supuestos favores y ellas no sabían interpretar los límites. Por cierto, ¿por qué debe aclararse los límites entre dirección y empleados? Cuando se determina en el mismo momento que se formaliza el contrato y se decide quién paga y quién cobra. Siempre me pregunto si estas personas, que cobran por su tiempo y sus conocimientos, actuarían de la misma forma en una empresa mayor que la nuestra. No lo sé. Creo que la cercanía que provocan las relaciones de las pequeñas empresas suele conducir a equívocos.

Es difícil establecer una dirección eficaz cuando los mandos intermedios, sobre quienes ha de actuarse, no conciben un control estratégico asumido por una mujer o nunca han trabajado bajo las ordenes de ellas. Prefieren suponer que por designio cultural ese mando será imparcial o carecerá de objetividad. La pregunta es: ¿de dónde hemos sacado esa conclusión?, porque si se fundamenta en la ausencia reiterada de las mujeres de las cadenas de mando, ¿cómo sabemos que no será eficaz si nunca han estado allí?





lunes, 5 de agosto de 2013

Matar con cuchillo de palo

Sonreír para apuñalar por detrás.


imagen de FreeDigitalPhotos.net
Matar con cuchillo de palo, es una expresión muy típica de Paraguay, al menos fue donde la escuché con frecuencia. Debo admitir que no soy capaz de explicar su acepción literal, pero diré que se utiliza cuando dos personas entablan una relación y una de ellas manifiesta su compromiso incondicional con ese vínculo pero, a escondidas, hace todo lo posible por estropearlo. Sonríe mientras apuñala por detrás. Es amenazar con matar a puñaladas estando en posesión sólo de un cuchillo de palo, algo que el amenazado desconoce, lo cual es suficiente para atemorizarle. Para entenderlo en nuestro idioma, es como cuando Mariano Rajoy dijo que no tocaría los impuestos y acabó subiéndolos hasta lo indecible. Nos enseñó una cosa mientras decidía hacer otra. O como demuestran datos más recientes; se les proporcionó a los ciudadanos el compromiso de que todos pagaríamos los impuestos sin excepción y las grandes empresas acabaron pagando menos de la cuarta parte de lo que debieran. Es decir, pasaron de pagar a las arcas públicas 12.673 millones en 2006 a 3.012 millones en 2011. Sin embargo a mí, como a muchos votantes de a pie, la Agencia Tributaria me embargó la devolución de este año por una pequeña deuda que tenía con la Administración por el proceso de una empresa que hemos cerrado hace ya dos años. No estoy intentando eludir mis responsabilidades, simplemente asumo la desigual disposición con bastante mala leche.

Eso es matar con cuchillo de palo. Es la transfiguración de la realidad, como intentaba explicarse en estos días Roman Weissmann, sin conseguirlo por cierto, en su Carta al Director del diario El País refiriéndose a la factura de la luz, donde decía literalmente: “del total del importe de la factura, solo el 46% se debía a consumo real, el restante 54% son impuestos y otros recargos”. Lo mismo ocurre con la factura del teléfono y con tantas otras cosas tan fundamentales para sobrellevar el día a día. Por alguna razón nos hemos acostumbrado a que los prestidigitadores nos tiendan una mano amiga mientras con la otra hurgan en nuestros bolsillos con total naturalidad. ¿Tenemos que creérnoslo todo? No lo sé, pero que alguien me explique el significado de lo siguiente: el día 5 de agosto leía este titular en los periódicos, “La constructora FCC pierde 607 millones lastrada por Alpine y las renovables”, sin embargo, unas horas después, el mismo día, este otro, “Falcones recibe 7,5 millones como indemnización por su cese en FCC”. Me acusarán de populista o de charlatán, pero es indigno ver estas cantidades mientras algunos viven sin agua, sin luz, sin teléfonos, porque no pueden pagar las facturas. Al parecer sólo los ciudadanos de a pie deben cumplir con sus obligaciones, así lo demostraba este otro titular de estos días, “la banca ignora casi todas las quejas de los clientes aunque tengan razón”. Mientras unos suben, otros bajan.


imagen de morguefile.com
En fin, no quería acabar este recorrido malhumorado por la realidad sin referirme a la misma frase, pero aplicada en nuestro entorno más cercano, en nuestros círculos más inmediatos. Una persona me contó que elaboró un gran proyecto, pero no tenía contactos para llegar a las instituciones que podían financiar su iniciativa. Así pues, recurrió a lo de siempre: entregó su propuesta a una tercera persona, con la firme convicción de que sería bien representada ante el posible benefactor. Pronto se dio cuenta del error. Su propuesta sólo sirvió para abrir una puerta de la oportunidad a la persona que la representaba. Es decir, sólo sirvió para que su representante, que había conseguido llegar hasta el inversor arrebujado en la calidad del proyecto de mi confidente, presentase sus propias propuestas. En estos casos, los hechos se explican solos.

domingo, 4 de agosto de 2013

Cuidado con el tonto motivado

Muchos asumen sin saber el qué.


La frase exacta de Emilio Duró es: un tonto motivado es muy peligroso porque puede hundir una empresa. Describe con manifiesta exactitud dónde nos encontramos hoy en día, sobre todo en el campo empresarial. ¿Cuántos tontos motivados asesoran a las grandes empresas, o deciden en grandes proyectos? Basta como prueba noticias o titulares como ésta: El 30% de los proyectos de diversificación en los que invirtió Hunosa para reactivar las comarcas mineras han fracasado. O este otro titular: El despilfarro español: Proyectos que costaron millones... y fracasaron. Esta realidad no la inventamos nosotros, sino quienes asumen responsabilidades sin estar preparados para hacerlo. He conocido a muchas personas de altísima responsabilidad asumir, por ejemplo, área de cultura sin tener ni idea de los movimientos culturales del momento. A lo que nos lleva esto es a mirar con cierta inquietud la disimilitud de consecuencias perteneciendo a una capa social u otra. Porque estas personas casi nunca pagan por sus errores.

Sin embargo, sin lugar a dudas, España es un país donde se penaliza el fracaso para otros sectores sociales. Y es una cuestión cultural. Mi hijo pequeño, que está aprendiendo a leer, ha sufrido este curso pasado las primeras consecuencias de ir despacio. La persona encargada de enseñarle a leer le sometía a cierto apremio correctivo si no acertaba con las letras o con las frases. Y él, en un momento del curso escolar, detestó ir a clase; había días que lloraba a medida que se acercaba la hora de marcharse al colegio. ¿Es eso justo? No. Este es sólo un ejemplo trivial que trasladado al campo global, a la sociedad actual, es la base sobre la que se fomenta la creatividad. Estamos comprometidos con un sistema que no admite ningún error; si creas una empresa y fracasas, además de las deudas, te queda el estigma de fracasado que, por desgracia, viaja con la persona si se aventura a buscarse nuevos horizontes o nuevos apoyos. ¿Por qué en otros países se considera el fracaso un aprendizaje? Entiendo menos por qué aquí pasa lo contrario.

No obstante, sería injusto no reconocer que abundan en el mercado de la creatividad los ineptos profesionales con suerte, o mejor dicho, bien posicionados. Son los denominados en lengua de calle como los que tienen la vida resuelta. Estos en lugar de asumir la iniciativa ajena como un bien social, suelen precipitarse en acondicionar su idea para hacer algo más grande de lo que acaba de oír. Para mí el peor momento es ese donde cuentas tus intenciones, tus propósitos, y el interlocutor explica su iniciativa que supera 20 veces a la tuya, y sólo actuando sobre la marcha. En ese momento me suele asaltar una gran decepción, porque pareciera como si lo que has planeado durante tanto tiempo, análisis tras análisis, no tiene ningún valor y cualquiera lo puede superar.

Suelo interpretar una actitud como esa como una falta de respeto. Desfigurar la propuesta ajena para hacer entender que la tuya es mucho mejor es un error imperdonable, una muestra de no haber entendido nada de lo que acabas de escuchar. En esta vida no es todo ponerse encima del otro, no es todo tener la propuesta más grande que nuestros semejantes.

Foto de Steve Evans. flickr.com
Así se han despeñado un montón de empresarios que han empezado sacando pecho con su propuesta cómo si nada fuese a derribarlos, pero tanto las empresas y las personas avanzan por un trayecto tan angosto que en cualquier momento pueden salirse de la vía. Pero ahí no debe acabar el mundo. Hace años leí este titular buscando información sobre gestión de pequeñas empresas: El 80% de las pymes fracasa antes de los cinco años y el 90% no llega a los diez años.  Ya hemos dicho cientos de veces que con tener una idea no es suficiente para poner en marcha una empresa, porque sin el conocimiento adecuado, sin el análisis de gastos y beneficios, sin un plan de adaptación al entorno donde se pretende actuar, conocimientos de posibles proveedores, etc., es como navegar en un barco sin timón, desafiando a la suerte.


Al final me conformo con saber que cada uno escoge lo que quiere vivir, por lo tanto asumir un compromiso de competición con las iniciativas de otros es equivocar el camino, y de paso se emborrona la felicidad ajena con la ingratitud y la falta de respeto.