En estos días de intensa discusión para discernir sobre si los hijos pertenecen a los padres o si los hijos no pertenecen a los padres, controversia sobre el que todo el mundo parece tener opinión, queda una pregunta en el aire, ¿deberían los hijos tener los mismos derechos que los padres? Y si esto fuera así, ¿tiene recorrido en una sociedad acostumbrada a restringir la figura infantil al mínimo, con procedimientos deliberadamente restrictivos?
Vivimos días de debate social encaramados a una brusquedad verbal inaudita. Asistimos a una oratoria política intensa que, por desgracia, se ha trasladado a la sociedad. Hasta hace muy poco no estaba bien visto recurrir al lenguaje violento, ofensivo, fuera de lugar, pero una vez asumido este modo por la clase política, la niebla ha bajado sobre la gente y ahora son recurrentes los calificativos como fraude, estafador… Insultar ya no cuesta nada.
En el transcurso de una conversación, alguien sostuvo que los seres humanos llevaban en los genes el miedo a lo fácil, afirmando que si una persona consigue algo con facilidad, siempre tendía a cuestionarse la veracidad de sus logros. Pareciera como si la prosperidad dócil estuviera supeditada a un juicio posterior. Entonces es cuando se actúa en contra de lo fácil y se empieza a embarrar el terreno del éxito.