Los derechos de las personas tienen el mismo valor en todas partes.
@morguefile |
Hace pocos días visité a un comerciante y
asistí a una escena que llamó mi atención. “¡Sois
todos iguales!”, levantó la voz un cliente mientras la responsable de
facturación le intentaba convencer de que no podía recuperar su dinero por la
deficiencia de un artículo que había adquirido allí. Las palabras que a
continuación destinó el disgustado cliente al dueño del establecimiento son
francamente irrepetibles.
A partir de aquel día he estado pensando qué podía haber motivado la ruptura de esa relación tan cercana que se teje entre un pequeño empresario de barrio y su masa de clientes. Además de no olvidarme de la real indefensión del ciudadano antes ciertas leyes, sobre todo en la fogosa exigencia de las grandes empresas. Y, de pronto, creí encontrar allí la respuesta. ¡Las grandes compañías!
Hace unos años, cuando aún Internet era un gran desconocido, en una de las vacaciones de verano contratamos con una compañía de telefonía móvil el servicio de conexión internacional. El agente de atención al cliente nos orientó con firmeza sobre la gratuidad de este servicio al ser un cliente de gran consumo mensual. Sin embargo, cuando recibimos la factura nos quedamos ofendidos por la cantidad tan desorbitada que intentaban cobrarnos. A pesar de ejercitar todos los reclamos legales que teníamos a nuestro alcance, nunca pudimos desmontar aquel abuso; nuestros intentos duraron meses sin conseguir nada. En cambio esta compañía apenas tardó días en incluirnos en una lista de morosos que al cabo del tiempo imposibilitó la contratación del servicio de telefonía móvil con otras compañías, adheridas todas al pacto de cerrar las puertas a los clientes con historial poco limpio.
A partir de aquel día he estado pensando qué podía haber motivado la ruptura de esa relación tan cercana que se teje entre un pequeño empresario de barrio y su masa de clientes. Además de no olvidarme de la real indefensión del ciudadano antes ciertas leyes, sobre todo en la fogosa exigencia de las grandes empresas. Y, de pronto, creí encontrar allí la respuesta. ¡Las grandes compañías!
Hace unos años, cuando aún Internet era un gran desconocido, en una de las vacaciones de verano contratamos con una compañía de telefonía móvil el servicio de conexión internacional. El agente de atención al cliente nos orientó con firmeza sobre la gratuidad de este servicio al ser un cliente de gran consumo mensual. Sin embargo, cuando recibimos la factura nos quedamos ofendidos por la cantidad tan desorbitada que intentaban cobrarnos. A pesar de ejercitar todos los reclamos legales que teníamos a nuestro alcance, nunca pudimos desmontar aquel abuso; nuestros intentos duraron meses sin conseguir nada. En cambio esta compañía apenas tardó días en incluirnos en una lista de morosos que al cabo del tiempo imposibilitó la contratación del servicio de telefonía móvil con otras compañías, adheridas todas al pacto de cerrar las puertas a los clientes con historial poco limpio.
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Esa experiencia fue la que me ayudó a entender el
acalorado desencuentro en la tienda de mi amigo. El pequeño empresario sufre
las consecuencias del abuso de las grandes compañías con los clientes. Y la
frustración de no poder actuar contra ellas lleva a mucha gente a intentan
saldar cuentas en los negocios de barrio. Pierden la sensibilidad con las
pequeñas empresas por culpa de la imposibilidad de imponerse a las grandes compañías.
Muchas veces el derecho al consumo que pregonan ciertas empresas de gran
infraestructura no se corresponde con el derecho al consumidor que observan; es
decir, hacen todo lo posible porque el cliente consuma sus productos, pero no
atienden a las demandas del cliente cuando éste se siente agredido en su
derecho. En todo caso, aunque luego exista una compensación, el consumidor está
obligado a asumir económicamente el error o el abuso antes de poder reclamar. Esa
situación provoca que la sociedad de consumo esté tan cansada de las injusticias
y de los tratos vejatorios recibidos de las grandes compañías, que cada vez es
más complicado establecer con ellos una relación de negocio saludable. Es como
si de repente para vender algo haya que primero explicarse, dar razones
jurídicas que comprometa la honestidad del producto y del pequeño empresario,
cuando en realidad apenas existe una relación comercial.
Por desgracia, las reglas de consumo no se mantienen en los mismos parámetros cuando el mercado se traslada a los pequeños negocios. Quiero pensar que mejora, por el trato más personal que existe entre el cliente y el empresario, pero justamente es eso lo que dificulta la relación. Cada vez hay más consumidores indignados que exigen más derechos de lo que les corresponde, pero están cegados por el trato recibido de las grandes compañías que trasladan sus cabreos a los negocios de sus barrios. Hay clientes que se comportan casi con violencia cuando en realidad tienen la solución en las manos, ya que pueden tratar sus problemas directamente con los propios empresarios y no con intermediarios sin poder de decisión como están acostumbrados.
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