En el proceso de búsqueda de empleo relacionado con
las entrevistas de trabajo, existe un factor determinante que afecta de forma
directa al candidato entrevistado, como es la cruel espera. Ésta no es
la de la sala de visitas antes de ver al responsable de selección, sino la
indefinición posterior a la entrevista, donde se aguarda una respuesta que,
muchas veces, nunca llega. Si alguien desconoce el funcionamiento del
mercado de ofertas, entiende que esta contestación se producirá de inmediato,
cuando en realidad es la parte más dolorosa de la búsqueda de trabajo.
El tiempo de espera es impredecible, incluso tras realizar una entrevista perfecta. Desde el minuto siguiente, las visitas al correo electrónico o la revisión de la pantalla del teléfono móvil se suceden, con la esperanza de recibir la noticia de haber sido incluido a la segunda parte del proceso. Las ansias de llegar allí impiden, sin embargo, ver que ese segundo escalón es aún más cruel que el primero, donde emergen los cursos de formación selectiva no remunerada, y crece la incertidumbre sobre el futuro de la candidatura.
El tiempo de espera es impredecible, incluso tras realizar una entrevista perfecta. Desde el minuto siguiente, las visitas al correo electrónico o la revisión de la pantalla del teléfono móvil se suceden, con la esperanza de recibir la noticia de haber sido incluido a la segunda parte del proceso. Las ansias de llegar allí impiden, sin embargo, ver que ese segundo escalón es aún más cruel que el primero, donde emergen los cursos de formación selectiva no remunerada, y crece la incertidumbre sobre el futuro de la candidatura.
Ansiedad. Las
largas esperas, sobre todo cuando se tiene la certeza de haber hecho una entrevista
honesta y de calidad, producen gran ansiedad. Naturalmente se cree que puede
haber llegado la oportunidad de incorporarse al puesto que trabajo que
solucionará los problemas económicos. Me temo que esa es la primera razón que
se valora, luego el propio impulso a trabajar, y luego lo demás.
La presión. Ese tiempo de espera que dura una eternidad, y que quizá incluso ni siquiera llegue, crea una red de presiones inmediatas, sobre todo de las personas más cercanas, los familiares, la pareja, que cada rato acuden con la pregunta llave: ¿te han llamado? Seguramente si hubiesen llamado ya se habrían enterado, pero están tanto o más ansiosos que la propia persona que busca trabajo por saber algo.
La decepción. El proceso, como es lógico, lo constituyen etapas. La primera, al ver que la entrevista ha ido bien, crea falsas expectativas capaces de incrementar la euforia, la esperanza; luego, a medida que pasa el tiempo, la decepción y el pesimismo se imponen a la energía positiva; finalmente todo vuelve a ser tan abatido como al principio. Esta es la parte más difícil de sobrellevar, porque si uno está en ese punto y es convocado a otra entrevista, probablemente, si no controla los nervios y la decepción, transmitirá poco entusiasmado por la oferta. Esto resulta de creer que una vez más se va dar todo lo que se tiene y el resultado será igual que siempre.
Los demás. El entorno juega un papel muy importante en este proceso de espera, porque no todo el mundo es capaz de ejercitar la prudencia necesaria, y valorar por qué no se produce esa dichosa llamada, genera infinidad de conclusiones, no siempre con el mayor tino. Entonces, todos parecen saber el motivo que impide a la persona encontrar trabajo.
Con todo esto, la pregunta es: ¿sí tanto daño hace a una persona esta espera, por qué los responsable de selección tardan tanto? Nadie puede decir que ellos no sepan lo que ocurre, porque también proceden de este mismo mercado, incluso habrán padecido los mismos procesos de selección.
Visto que hablar mucho no significa decir algo de interés, concluyo que nuestra sociedad se fundamenta sobre un terreno minado para los débiles, porque los procesos para superar las fases de selección de personal están hechos sólo para aquellos que son capaces de aguantar sin perder la compostura.
La presión. Ese tiempo de espera que dura una eternidad, y que quizá incluso ni siquiera llegue, crea una red de presiones inmediatas, sobre todo de las personas más cercanas, los familiares, la pareja, que cada rato acuden con la pregunta llave: ¿te han llamado? Seguramente si hubiesen llamado ya se habrían enterado, pero están tanto o más ansiosos que la propia persona que busca trabajo por saber algo.
La decepción. El proceso, como es lógico, lo constituyen etapas. La primera, al ver que la entrevista ha ido bien, crea falsas expectativas capaces de incrementar la euforia, la esperanza; luego, a medida que pasa el tiempo, la decepción y el pesimismo se imponen a la energía positiva; finalmente todo vuelve a ser tan abatido como al principio. Esta es la parte más difícil de sobrellevar, porque si uno está en ese punto y es convocado a otra entrevista, probablemente, si no controla los nervios y la decepción, transmitirá poco entusiasmado por la oferta. Esto resulta de creer que una vez más se va dar todo lo que se tiene y el resultado será igual que siempre.
Los demás. El entorno juega un papel muy importante en este proceso de espera, porque no todo el mundo es capaz de ejercitar la prudencia necesaria, y valorar por qué no se produce esa dichosa llamada, genera infinidad de conclusiones, no siempre con el mayor tino. Entonces, todos parecen saber el motivo que impide a la persona encontrar trabajo.
Con todo esto, la pregunta es: ¿sí tanto daño hace a una persona esta espera, por qué los responsable de selección tardan tanto? Nadie puede decir que ellos no sepan lo que ocurre, porque también proceden de este mismo mercado, incluso habrán padecido los mismos procesos de selección.
Visto que hablar mucho no significa decir algo de interés, concluyo que nuestra sociedad se fundamenta sobre un terreno minado para los débiles, porque los procesos para superar las fases de selección de personal están hechos sólo para aquellos que son capaces de aguantar sin perder la compostura.
imagen: @morguefile
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