En un artículo
anterior se exponían los argumentos sobres las consecuencias de la decepción
derivada de la pérdida
de una iniciativa o de un puesto de trabajo. El objetivo era trazar una
base de razonamiento sobre la idea de que si la persona era escupida del
mercado sólo le quedaban dos caminos posibles: la resignación o la iluminación.
Es esencial mover bien las piezas o de lo contrario se pierde la identidad.
“¡Explícate!”, me dijo alguien nada
más leer el artículo. Y como todo argumento necesita fundamento, le expuse la
visión que me había llevado a formular el comentario.
La resignación muchas veces es sólo producto del conformismo. Únicamente se resigna quien no es capaz de superar su estado actual y asume la pasividad en lugar de batallar. “Yo ya no sé qué hacer”, dicen muchos. Esa apreciación no es más que un recurso individualista, donde la persona fija la mirada en sí misma y no es capaz de levantar los ojos más allá de su realidad.
Las personas resignadas suelen buscar consuelo en su entorno más cercano, conformándose con mirar el estado de los demás. Yo no soy partidario de buscar consuelo en la desgracia ajena; no me vale la idea de que uno debe animarse pensando que siempre habrá alguien pasando por peor situación que uno mismo. No vale de nada gastar el tiempo alegrándose de los infortunios de otros, cuando se puede llegar al éxito con los propios méritos.
La iluminación es un estado inverso a la resignación. Estar iluminado es predisponerse a luchar, es el resultado de una postura optimista generada por la fuerza de creerse capaz de progresar. Esta capacidad se alimenta de la confianza, de la seguridad, del deseo de seguir hacia delante a pesar de las dificultades. Pero esos elementos tan importantes deben haberse alimentado de la propia experiencia de la persona, de lo contrario es casi imposible encontrar la salida para huir de la desgracia.
La resignación muchas veces es sólo producto del conformismo. Únicamente se resigna quien no es capaz de superar su estado actual y asume la pasividad en lugar de batallar. “Yo ya no sé qué hacer”, dicen muchos. Esa apreciación no es más que un recurso individualista, donde la persona fija la mirada en sí misma y no es capaz de levantar los ojos más allá de su realidad.
Las personas resignadas suelen buscar consuelo en su entorno más cercano, conformándose con mirar el estado de los demás. Yo no soy partidario de buscar consuelo en la desgracia ajena; no me vale la idea de que uno debe animarse pensando que siempre habrá alguien pasando por peor situación que uno mismo. No vale de nada gastar el tiempo alegrándose de los infortunios de otros, cuando se puede llegar al éxito con los propios méritos.
La iluminación es un estado inverso a la resignación. Estar iluminado es predisponerse a luchar, es el resultado de una postura optimista generada por la fuerza de creerse capaz de progresar. Esta capacidad se alimenta de la confianza, de la seguridad, del deseo de seguir hacia delante a pesar de las dificultades. Pero esos elementos tan importantes deben haberse alimentado de la propia experiencia de la persona, de lo contrario es casi imposible encontrar la salida para huir de la desgracia.
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En cierta reunión me crucé con una persona que había
tenido todo para triunfar, y de hecho había triunfado. Pero no era conciente de
su éxito, por cierto, un regalo de sus padres que les habían proveído de las
mejores condiciones económicas para estar arriba. Lo que es lo mismo, él no
había conseguido nada por méritos propios, todo lo que tenía, aunque eran de
elevado valor social y económico, le había caído del cielo. Sin embargo, llegó
un momento donde sus soportes, sus padres, desaparecieron y le tocó administrar
personalmente el capital acumulado. Poco tiempo le duraron los recursos, porque
no tenía capacidad ni estructura psicológica para luchar. Lo perdió todo y
renunció a seguir adelante con su vida.
Es de vital importancia ser honesto con uno mismo y reconocer la magnitud de las dificultades. Esa honestidad se traduce en reconocer los puntos fuertes que ayudaron a subir y concentrase en ellos, no rebuscar en la vida o las circunstancias ajenas. Cuando surgen los problemas la falta de experiencia y de conocimientos para afrontarlos pueden ser trascendentales, pueden favorecer la disminución de las posibilidades de recuperarse.
Al fin y al cabo la capacidad para luchar se lleva dentro, se adquiere con la lucha diaria, con circunstancias reales, como un guerrero que maneja la espada, no sabrá utilizarla con éxito si no se ve abocado a defender la vida con ella.
Es de vital importancia ser honesto con uno mismo y reconocer la magnitud de las dificultades. Esa honestidad se traduce en reconocer los puntos fuertes que ayudaron a subir y concentrase en ellos, no rebuscar en la vida o las circunstancias ajenas. Cuando surgen los problemas la falta de experiencia y de conocimientos para afrontarlos pueden ser trascendentales, pueden favorecer la disminución de las posibilidades de recuperarse.
Al fin y al cabo la capacidad para luchar se lleva dentro, se adquiere con la lucha diaria, con circunstancias reales, como un guerrero que maneja la espada, no sabrá utilizarla con éxito si no se ve abocado a defender la vida con ella.
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