En esta vida todo tiene un límite, pero en el caso
de la dependencia, la línea que marca ese límite depende de quién la traza. Naturalmente,
no es lo mismo emitir un juicio de valor sin padecer las consecuencias de la
necesidad que vivirla día a día. Muchos no distinguen el precio de la
dependencia, y, menos aún, aceptan la predisposición a las ayudas. Sin
embargo, dictaminan sin acercarse lo suficiente a la realidad. En los últimos
tiempos, es frecuente encontrarse con ciudadanos que no tienen conciencia de lo
que está pasando, que no ven la dimensión de la necesidad social o que no
sienten las secuelas de la crisis en primera persona.
Para todos ellos este mensaje: cada día hay más personas que sólo viven de las ayudas de otros, dependen absolutamente de los demás. En esa adversidad se multiplican las barreras, a las infranqueable dificultad económica se suma el sometimiento psicológico, que para algunos es apenas imperceptible, pero para otros resulta fundamental, aunque la necesidad le obligue a padecerlo en silencio. No por callar, una injusticia se hace justa. Pero, como he dicho antes, todo tiene un límite, y superarlo conlleva consecuencias. Por lo tanto, es esencial entender que la dependencia permanente priva a la persona de su:
Para todos ellos este mensaje: cada día hay más personas que sólo viven de las ayudas de otros, dependen absolutamente de los demás. En esa adversidad se multiplican las barreras, a las infranqueable dificultad económica se suma el sometimiento psicológico, que para algunos es apenas imperceptible, pero para otros resulta fundamental, aunque la necesidad le obligue a padecerlo en silencio. No por callar, una injusticia se hace justa. Pero, como he dicho antes, todo tiene un límite, y superarlo conlleva consecuencias. Por lo tanto, es esencial entender que la dependencia permanente priva a la persona de su:
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Derecho a decidir, ya que el
acceso a las asistencias está sujeto a ciertas normas exclusivas. Es decir, no observarlas
impide llegar a los alimentos, la atención sanitaria, las ayudas laborales,
etc. Estas normas dictaminan que el afectado debe aceptar la oferta, como único
camino de usufructo de las prestaciones. Nadie puede acudir al centro de ayuda a
pedir sólo aquello que más necesita. Por otro lado, esto es comprensible, ya
que las necesidades son muy grandes, y los afectados excesivamente numerosos.
Derecho a elegir libremente, lo cual deriva de lo anterior. Además de la privación del poder de decisión sobre el tiempo, porque están obligados a acudir a las horas y momentos que les convocan, los beneficios materiales son imposibles de escoger. Por lo tanto sólo queda conformarse con lo que se recibe. Pero una vez se pierde el derecho a elegir, se pierde el rumbo de la responsabilidad, de las obligaciones, y se adopta un hábito de subordinación que difícilmente se logra superar.
Derecho a recurrir las injusticias, los maltratos, las desconsideraciones. Las normas de las asistencias no admiten reclamos ni intrusiones, lo cual dibuja un sólo camino: conformarse. Sin embargo, conformarse es tan malo como no atreverse a pedir asistencia. Aunque la arbitrariedad es imperceptible cuando una persona está solicitando ayuda, muchos admiten la resignación por decreto, la sufren, la asumen y siguen su camino.
Derecho a defenderse de los maltratos relativos a la administración de la confianza. Llegado al punto de la dependencia, la pérdida de confianza en uno mismo y de los demás, es brutal. Por desgracia cuando se entra por la puerta de la dependencia, muchos de los derechos desaparecen, y defenderse es completamente perjudicial, porque hacerlo muchas veces supone renunciar a ciertos beneficios. Al final eso siembra la falsa idea de que es mejor no quejarse, y que conservar lo que se tiene no está del todo mal.
Quien crea que pertenecer al nutrido grupo de dependientes de las ayudas, son culpables de su situación, se equivocan. Se quiera o no, existe una regla invisible que obliga a plegarse a ciertas condiciones, no siempre realistas, para acceder a las prestaciones. Si no se cumple con ellas, no se consigue nada, y una vez las aceptas, ya no es factible huir de ellas, porque la voluntad sucumbe a las exigencias, porque los suburbios laborales donde se intenta entrar son extraordinariamente precarios, lo cual hace imposible optar a mejores condiciones.
Es verdad que trasluce la sensación de que la persona es la que se doblega, que escoger o no el camino de la dignidad depende de uno mismo. Sin embargo, si el sistema exige un sometimiento ineludible, no hay caminos alternativos, y el resultado es todo eso que hemos comentado antes, el secuestro de la dignidad, el atropello de los derechos, con los que un dependiente decide convivir sin pedirle nada a cambio.
Derecho a elegir libremente, lo cual deriva de lo anterior. Además de la privación del poder de decisión sobre el tiempo, porque están obligados a acudir a las horas y momentos que les convocan, los beneficios materiales son imposibles de escoger. Por lo tanto sólo queda conformarse con lo que se recibe. Pero una vez se pierde el derecho a elegir, se pierde el rumbo de la responsabilidad, de las obligaciones, y se adopta un hábito de subordinación que difícilmente se logra superar.
Derecho a recurrir las injusticias, los maltratos, las desconsideraciones. Las normas de las asistencias no admiten reclamos ni intrusiones, lo cual dibuja un sólo camino: conformarse. Sin embargo, conformarse es tan malo como no atreverse a pedir asistencia. Aunque la arbitrariedad es imperceptible cuando una persona está solicitando ayuda, muchos admiten la resignación por decreto, la sufren, la asumen y siguen su camino.
Derecho a defenderse de los maltratos relativos a la administración de la confianza. Llegado al punto de la dependencia, la pérdida de confianza en uno mismo y de los demás, es brutal. Por desgracia cuando se entra por la puerta de la dependencia, muchos de los derechos desaparecen, y defenderse es completamente perjudicial, porque hacerlo muchas veces supone renunciar a ciertos beneficios. Al final eso siembra la falsa idea de que es mejor no quejarse, y que conservar lo que se tiene no está del todo mal.
Quien crea que pertenecer al nutrido grupo de dependientes de las ayudas, son culpables de su situación, se equivocan. Se quiera o no, existe una regla invisible que obliga a plegarse a ciertas condiciones, no siempre realistas, para acceder a las prestaciones. Si no se cumple con ellas, no se consigue nada, y una vez las aceptas, ya no es factible huir de ellas, porque la voluntad sucumbe a las exigencias, porque los suburbios laborales donde se intenta entrar son extraordinariamente precarios, lo cual hace imposible optar a mejores condiciones.
Es verdad que trasluce la sensación de que la persona es la que se doblega, que escoger o no el camino de la dignidad depende de uno mismo. Sin embargo, si el sistema exige un sometimiento ineludible, no hay caminos alternativos, y el resultado es todo eso que hemos comentado antes, el secuestro de la dignidad, el atropello de los derechos, con los que un dependiente decide convivir sin pedirle nada a cambio.
fuente de imagen: @morguefile
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