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La inquietud del malhechor no radica en averiguar a
cuánta gente ha perjudicado su acto, sino en calcular el tiempo que le durará
el botín y cuándo debe volver a actuar. En la actualidad, muchas empresas se valen de este procedimiento para aprovecharse de la necesidad de las personas, muchas de
ellas altamente cualificadas, y así acentúan la máxima de que la escasez es
rentable si el umbral de la moralidad o de la ética está demasiado bajo. No obstante, la luz de la esperanza debe ser lo último en apagarse.
Después de ocho meses de infructuoso esfuerzo, tras decenas de entrevistas estériles, al cabo de cientos de curriculums enviados, por fin mi amiga, una ex empresaria, ha conseguido trabajo. La desesperación ya la estaba ahogando, incluso se había planteado buscar mejores horizontes en el extranjero, aunque esa posibilidad se esfumó cuando el administrador concursal de la empresa que cerró hace dos años, le advirtió de la inconveniencia de dejar el país.
Después de ocho meses de infructuoso esfuerzo, tras decenas de entrevistas estériles, al cabo de cientos de curriculums enviados, por fin mi amiga, una ex empresaria, ha conseguido trabajo. La desesperación ya la estaba ahogando, incluso se había planteado buscar mejores horizontes en el extranjero, aunque esa posibilidad se esfumó cuando el administrador concursal de la empresa que cerró hace dos años, le advirtió de la inconveniencia de dejar el país.
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Ella era una emprendedora experta en venta y diseño de planes de expansión, con más de 15 años de experiencia como empresaria, autónoma como muchos otros, lo cual la privaba de las ayudas estatales de las que tanto venimos hablando en los últimos tiempos. A esta inhabilitación para ser receptora de prestaciones, debía de añadirse las urgencias de las deudas personales generada por su empresa, resultado de haber avalado la mayoría de las operaciones corporativa en el pasado.
Esa ingente cantidad de curriculums enviados, a infinidad de empresas de diversos sectores de negocio, generaron situaciones incomprensibles que, por falta de espacio, a continuación resalto las tres más llamativas, para mí.
Entrevista y rechazo. Se
presentó a una entrevista para formar un equipo de vendedor puerta a puerta,
con otras cinco personas. La cita transcurrió como otra cualquiera, donde los
candidatos debían declarar experiencias, conocimientos y expectativas. “No creo que estés preparada para trabajar
con nosotros”, la espetó la responsable de recursos humanos cuando ella
hubo explicado todo su historial. “No te
adaptarás a que te demos órdenes, porque siempre las has estado dando tú”.
La despidieron muy agradecidas por haber asistido.
Curriculums revisado. Volvió a vivir una situación similar unos meses después. Una empresa pionera en el campo energético, solicitó su curriculums a partir de un portal de búsqueda de empleo. Ella se los remitió por correo electrónico. Cuando el responsable de contratación lo leyó, le respondió con un escueto mensaje diciéndole que sus conocimientos y experiencias excedían el perfil que buscaban, porque pretendían encontrar gente sin formación que aceptara trabajar siete horas al día por 350 euros al mes.
Curso no remunerado. La última experiencia resume la desvergüenza de las grandes compañías. Una empresa de emisión y recepción telefónica buscaba incorporar nuevos trabajadores en su equipo para una campana de emisión de tarjetas bancarias. Llamaron a mi amiga por teléfono y la convocaron a un curso de formación no remunerado de 45 días, al cabo del cual, la empresa decidiría sin la incorporaban o no. ¿Es esto lógico? ¿Cómo puede uno sobrevivir a eso? En este caso había una explicación: la subvención pública. Estas empresas formaban a los parados durante un mes y medio, para luego no admitirlos en el equipo de trabajo, pero cobrando ellos el curso de formación subvencionado.
Curriculums revisado. Volvió a vivir una situación similar unos meses después. Una empresa pionera en el campo energético, solicitó su curriculums a partir de un portal de búsqueda de empleo. Ella se los remitió por correo electrónico. Cuando el responsable de contratación lo leyó, le respondió con un escueto mensaje diciéndole que sus conocimientos y experiencias excedían el perfil que buscaban, porque pretendían encontrar gente sin formación que aceptara trabajar siete horas al día por 350 euros al mes.
Curso no remunerado. La última experiencia resume la desvergüenza de las grandes compañías. Una empresa de emisión y recepción telefónica buscaba incorporar nuevos trabajadores en su equipo para una campana de emisión de tarjetas bancarias. Llamaron a mi amiga por teléfono y la convocaron a un curso de formación no remunerado de 45 días, al cabo del cual, la empresa decidiría sin la incorporaban o no. ¿Es esto lógico? ¿Cómo puede uno sobrevivir a eso? En este caso había una explicación: la subvención pública. Estas empresas formaban a los parados durante un mes y medio, para luego no admitirlos en el equipo de trabajo, pero cobrando ellos el curso de formación subvencionado.
Al
final de todo, queda amargura, decepción y, en algunos casos, incluso dudas de
si se ha hecho bien en ser empresario, cuyas consecuencias se está pagando
ahora. Sin embargo, como lo demuestra la situación actual de mi amiga, nada
debe llevar a pensar que haber fracaso antes significa renunciar a todo, ni que
uno se ha equivocado. Sólo fracasa quien arriesga algo. Un emprendedor no puede
cometer el error de pensar que el pasado es el futuro y quedarse sólo en eso.
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