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Según parece, en ciertos ámbitos empresariales, la
ambición de algunos sólo se concentra en el tamaño de la silla que ocupan, por lo
cual, ni siquiera los años consiguen apartarles de sus cargos. Es entonces
cuando las cúpulas se eternizan y los nuevos aires se difuminan en
decepción o rechazo.
Naturalmente, cuando se interpreta el puesto de
trabajo como un reducto de la persona que lo ocupa, muchos empeñan toda su
credibilidad y todo su esfuerzo en conseguir resultados que los mantengan en sus cargos
y pierden de vista los residuos que dejan a su paso.
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Ciertamente hay sectores donde es casi imposible
encontrar rastro del cambio generacional que permita a los jóvenes tomar el
mando de las empresas, o incluso de la política. ¿Por qué se produce este apego
al cargo tan inamovible? Cuando las cúpulas se eternizan existe poca
posibilidad de introducir nuevos conceptos en el sistema de gestión de una
empresa y la dictadura directiva se traslada a los usuarios, por esa necesidad
casi inevitable de conservar el estatus en el mercado, sin renunciar a las
mentes pensantes durante años.
Por otro lado, perpetuarse conlleva, por desgracia,
el alejamiento de las mujeres de la posibilidad de acceder a los cargos
directivos. La explicación es muy sencilla, y se fundamenta en que si una
estructura administrativa tiene más de 20 años, por lógica está diseñada con
los conceptos profesionales de entonces que, indefectiblemente, estaban
estructuradas sobre recursos humanos masculinos, tal y como lo dictaban las sociedades
económicas del pasado.
La mejor alternativa para una empresa es conseguir
que el poder de su estructura directiva esté limitado, de modo que exista una
pluralidad accesible y que las bases de las decisiones se distribuyan entre las
diferentes áreas, y no esté concentrada en los despachos de unos pocos. Esto no
siempre es fácil en una empresa pequeña, donde las decisiones lo toman muy
pocas personas, por lo que el peligro de morir por falta de innovación es
mayor.
El principal argumento de los miembros de esa cúpula totalitaria es que los mismos empleados no desean el cambio, que la pequeña comunidad de trabajadores prefiere mantenerse tan conservadora como antes, porque les asusta el cambio. Lo cual no siempre es la realidad.
Por desgracia, esta obsesión por conservar todas las prerrogativas y no permitir la entrada de nuevos miembros, más jóvenes, ha acabado por llevarse consigo a algunas empresas de mediana o pequeña estructura. Aunque por otro lado, esa misma situación ha venido a avivar el deseo de muchos a poner en marcha sus propios negocios, porque se han visto desplazados de los cargos destinados a sus capacidades o experiencias. La cuestión es ¿podrán ellos apartarse cuando el tiempo así lo determine, para que nuevos valores hagan sus aportaciones para mantener viva la empresa? Sólo el tiempo lo dirá.
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