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Insistir en que en esta crisis es mejor emprender, conlleva dos consecuencias: primero, es fácil darse cuenta de que el vergel del emprendimiento produce más asesores y guías que emprendedores; segundo, la proliferación de iniciativas que carecen de planificación, alimenta el engañoso propósito de poner algo en marcha para convertirse rápidamente en millonario, cuando el proceso de consolidación es sumamente largo y comprometido.
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Los emprendedores afectados por el mensaje
alucinógeno de los políticos, quienes no escatiman esfuerzos para prometer
ayudas y, sobre todo, premios que no llevan a ninguna parte, deben entender que
pergeñar una idea no es sinónimo de enriquecimiento ni fama.
Por otro lado, esa misma corriente de euforia creativa está desgajando la estructura formativa de muchos jóvenes, quienes al verse en la posibilidad de poner algo financiable en marcha, abandonan sus estudios para dedicarse en exclusiva a sus propuestas, lo cual, a la larga, genera un círculo profesional poco formado y falto de conocimientos básicos de gestión, administración, estrategias, planificación, etc.
Esa propaganda que anuncia ayudas y premios para los emprendedores que salvarán al país de la crisis, está nutriendo un perfil empresarial exclusivamente constituido para cazar subvenciones. ¿Es esto positivo? No. Diría más, esta tendencia está creando empresas de carácter efímera y poco sustanciales, iniciativas que en el momento de dejar de recibir las ayudas desaparecen, porque no tienen estructura ni plan para sobrevivir por si solas en el mercado.
Evidentemente las ayudas tienen periodos de vigencia, y los emprendedores que se alimentan de esa fuente de ingreso, una vez que han consumido el capital, tropiezan con la necesidad de sobrevivir pero no saben cómo hacerlo, lo cual les deja en un estado de precariedad imprevisto, porque incluso han abandonado los estudios cuando debían haber seguido y ahora se encuentran sin formación, sin empresa, sin recursos para reinsertarse en el mercado laboral.
El proceso natural de un emprendedor debe ser estudiar una carrera, al tiempo que refuerza sus conocimientos a través de la investigación y de la experiencia sobre el terreno, sin perder de vista las oportunidades para entrar en el mercado.
Por otro lado, esa misma corriente de euforia creativa está desgajando la estructura formativa de muchos jóvenes, quienes al verse en la posibilidad de poner algo financiable en marcha, abandonan sus estudios para dedicarse en exclusiva a sus propuestas, lo cual, a la larga, genera un círculo profesional poco formado y falto de conocimientos básicos de gestión, administración, estrategias, planificación, etc.
Esa propaganda que anuncia ayudas y premios para los emprendedores que salvarán al país de la crisis, está nutriendo un perfil empresarial exclusivamente constituido para cazar subvenciones. ¿Es esto positivo? No. Diría más, esta tendencia está creando empresas de carácter efímera y poco sustanciales, iniciativas que en el momento de dejar de recibir las ayudas desaparecen, porque no tienen estructura ni plan para sobrevivir por si solas en el mercado.
Evidentemente las ayudas tienen periodos de vigencia, y los emprendedores que se alimentan de esa fuente de ingreso, una vez que han consumido el capital, tropiezan con la necesidad de sobrevivir pero no saben cómo hacerlo, lo cual les deja en un estado de precariedad imprevisto, porque incluso han abandonado los estudios cuando debían haber seguido y ahora se encuentran sin formación, sin empresa, sin recursos para reinsertarse en el mercado laboral.
El proceso natural de un emprendedor debe ser estudiar una carrera, al tiempo que refuerza sus conocimientos a través de la investigación y de la experiencia sobre el terreno, sin perder de vista las oportunidades para entrar en el mercado.
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