domingo, 9 de febrero de 2014

El peligro de la cercanía

Estar cerca de los jefes no es señal de permisividad.

Hace pocos días hablábamos, en un artículo anterior, sobre la dificultad que conllevaba la proximidad del pequeño empresario y sus clientes. Porque esa circunstancia, la de estar cara a cara con el dueño de una empresa, abría la posibilidad de incurrir en tratos inadecuados llevado por la confianza o la amistad. El peligro de la cercanía es evidente.

peligro de la cercanía
@morguefile
Por lo visto en esa ocasión, hablamos de la empresa hacia fuera, y ¿qué pasa hacia dentro?, quiero decir, ¿qué influencia tiene la cercanía de los empresarios con sus trabajadores? A título de ilustración, veamos lo ocurrido en una pequeña empresa de apenas 25 trabajadores, donde la
política de segmentación laboral contribuía al acercamiento de los jefes de áreas a todos los empleados, a través de la creación de una estrategia participativa consistente en verse a diario, compartir despachos y, por qué no decirlo, incluso los problemas cotidianos relativos a la financiación y la captación de recursos. Sin embargo, por la dificultad de mantener un ritmo de trabajo adecuado y con el propósito de controlar el ímpetu de quienes malinterpretan esa proximidad, la Dirección tomó la decisión de colocar una máquina de control de horarios de entrada y salida de los empleados. Lo que nadie se esperaba era que ninguno de los trabajadores aceptaran este cambio, incluso impusieron a la Dirección de la empresa una reunión aclaratoria a la que no estaba obligada ni tenía necesidad de admitir.


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Esta situación derivó en una acalorada discusión entre trabajadores y empleadores. “¡Nosotros hemos hechos de todo para ayudarte!”. “¡Hemos hechos favores para que la empresa crezca!”. El esperpento llevado al extremo. Escuchar aquellas afirmaciones de personas que cobran por su trabajo, es del todo inadmisible.

Para empezar, debe evitarse la sensación, porque nunca pasa de eso, de que el trabajador está haciendo favores a la empresa. Por el bien del mismo trabajador. Desde el instante que se suscribe un contrato y se establece un sueldo por las tareas a realizar, ya no caben los favores. Por lo tanto, un escenario como aquel es sólo un equívoco imperdonable, un error de cálculo a la hora de valorar la voluntad del empresario por acercarse, lo cual en ningún caso conlleva la pérdida de jerarquía ni de responsabilidad ante los compromisos laborales.

Por todo ello, es sumamente complicado establecer una relación de proximidad y mantener las prerrogativas jerárquicas iniciales, sobre todo si las personas afectadas no tienen conciencia de la magnitud de ese trato. Cualquiera que haya estado en un puesto de responsabilidad, sobre todo en el área de recursos humanos, sabrá que si se accede a la proximidad es probable que el invento salga mal. No es ningún desprecio, sino una estrategia organizativa, un recurso de buena dirección.

En todo esto, recuerdo las palabras de un gran empresario latinoamericano, con el que me encontré hace pocos meses, y tuvimos ocasión de hablar de su estrategia para relacionarse con las personas que están dentro de su empresa. “Antes, cuando tenía poco estaba obligado a ser distante, ahora que tengo mucho, también”, decía. Porque, según su explicación, todo lo que se le negaba al principio cuando su negocio no era importante ahora se le multiplicaba por cien. Antes le rehuían, lo cual le obligaba a ser distante, y los que acuden a él a diario actualmente le obligan a una distancia casi violenta. “Muchos empleados que se convierten en amigos o conocidos que se acercan, sólo pretenden aprovecharme para su propio beneficio”, concluía este empresario.

Mi conclusión es que perder la perspectiva de lo que debe asumir cada cual, lleva siempre al despropósito.



      
 

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