Ahora consumimos más barato.
@morguefile |
“Aquí ya no
hay nada que hacer”, me dijo una mujer que está preparando el regreso a su país de origen,
con toda la familia que le ha regalado esta sociedad de la cual ahora huye. “Ya no se gana nada. Cualquiera hace los
trabajos cobrando una miseria. Yo no puedo mantener a mi familia en estas
condiciones”. Su discurso estaba cargado de razón. Esta crisis ha disparado
los precios, a la baja, en todos los sectores. Y, efectivamente no le
quedaba otra solución que renunciar a sufrir.
Pero, ¿de dónde viene todo esto? En la década de los
80 cuando la crisis de aquella época también se llevó por delante todos los
principios y la esperanza de las personas, sobre todo en Europa, nació una
corriente nueva con apariencia de dominar el ámbito económico para siempre, se
denominaba la calidad total. Su
fundamento cambió rápidamente la visión de las empresas a la hora de valorar al
eslabón final de la cadena del negocio: los clientes. Este movimiento basaba su
estrategia en la imposición de la calidad de los productos sobre los precios o las
apariencias. Es decir, se transmitía al consumidor la idea de que los precios no
tenían mayor importancia si se estaba consumiendo productos de calidad. Y ese
concepto se inseminó en todos los ámbitos sociales y financieros. Lo cual trajo
consigo una competividad mayor a la hora de ofrecer un producto al mercado, ya
no valía cualquier cosa, todo debía aportar calidad para competir. En cierto
modo, el consumidor aprendió a preferir la excelencia al coste.
Eso ocurrió en la crisis de entonces. Sin embargo, si hacemos un seguimiento del comportamiento de aquel momento, vemos que todos los síntomas se reproducen en la actualidad. Cuanto más crece el número de parados más se extiende la sensación de que esto no tiene fin, lo cual crea una corriente completamente nueva a la hora de valorar el perfil de consumo o las demandas comerciales del mercado. Por tanto, hemos de trascender nuestra referencia al consumo, ya que también esta realidad se multiplica en el ámbito laboral, donde muchos necesitados de cubrir gastos, ofrecen sus servicios por debajo del precio de mercado. En este punto no puedo dejar de referirme a un hecho que vivimos en mi empresa hace apenas un par de años. Acudíamos a un concurso público para gestionar un proyecto social, convencidos de que la valoración técnica, como venía ocurriendo hasta entonces, tenía mayor peso que el presupuesto, o sea el precio. Nuestra sorpresa fue mayúscula al descubrir que las bases del concurso se establecían, única y exclusivamente, entorno al precio, eliminándose por completo las valoraciones técnicas. Esto propiciaba que se adjudicara el concurso a quien más tirara el presupuesto a la baja. Como finalmente ocurrió. El resultado más inmediato fue encontrarse con empresas de limpieza adjudicándose concursos de gestión documental o de logística gestionando datos estadísticos.
La necesidad nos ha empujado nuevamente a deshacer aquel camino hacia la calidad total para devolvernos a los precios, que actualmente vuelven a imponerse paulatinamente. No dejamos de consumir, pero consumimos más barato. De pronto parece revertirse aquella situación donde primaba la calidad y, una vez más, la necesidad asume la importancia del precio, aunque ahora consumir productos de menor coste no repercute en la calidad final de lo que se consume. Esto es lo bueno de este cambio: la fuerza de producción ha adquirido tal hábito de calidad que la reducción del precio no necesariamente repercute en las propiedades del producto.
En las últimas semanas asistí impresionado al cambio en el entorno de la educación, más concretamente en la compra de los libros de texto. Hace unos años todavía las librerías de barrio se encargaban de recopilar los libros para los estudiantes, recurriendo a las diversas editoriales que lo editaban. Sin embargo, ahora los propios estudiantes se encargan de intercambiarse los libros de un año para otro; es decir, se ha promovido la reutilización de los libros de texto, de modo que se crea un mercado familiar donde se reducen los costes y se aprovechan aquellos materiales que, de otro modo, se desperdiciarían. ¿Es esto producto de la crisis? Seguramente que sí.
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En las últimas semanas asistí impresionado al cambio en el entorno de la educación, más concretamente en la compra de los libros de texto. Hace unos años todavía las librerías de barrio se encargaban de recopilar los libros para los estudiantes, recurriendo a las diversas editoriales que lo editaban. Sin embargo, ahora los propios estudiantes se encargan de intercambiarse los libros de un año para otro; es decir, se ha promovido la reutilización de los libros de texto, de modo que se crea un mercado familiar donde se reducen los costes y se aprovechan aquellos materiales que, de otro modo, se desperdiciarían. ¿Es esto producto de la crisis? Seguramente que sí.
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