“Tu
realidad es tu fortaleza”, dijo alguien a un emprendedor que había cerrado su
negocio con una deuda abultada a la que no era capaz de hacer frente. “Tu situación es la que es, para bien o para
mal. Es con eso con lo que tienes que jugar para salir adelante”.
Cuesta creer que así sea cuando se está en medio del
problema. De hecho es fácil entender estas palabras como una delicatessen de
alguien que no está sufriendo las consecuencias del maltrato emocional del
fracaso. De aquella conversación extraje unas conclusiones sobre lo que
padecen quienes se encuentran en esa situación, como son:
Enfrascarse
en el problema es vivirlo como un acontecimiento de vida o muerte, analizando
continuamente todos los detalles, repasando cada acción con la intensión de
encontrar el fallo. Sin embargo, no se encontrará nada, porque no existen
fallos. Si se ha actuado con honestidad, por qué se asume esa realidad temporal
como un episodio personal.
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Considerarse
un estafador es un sentimiento que suele aflorar cuando un empresario honesto ha
realizado una acción con sus clientes y no es capaz de cumplir con los
compromisos derivados del acuerdo. No por un capricho ni por estrategia de
evasión, sino empujado por la realidad económica de su sector. Si esta eventualidad
se origina en una crisis económica global, ¿por qué debe uno sentirse un
estafador? Esa sensación es sólo el recurso psicológico de la persona que
quiere cumplir con sus obligaciones y no puede hacerlo, lo cual en si mismo ya es una señal de honestidad.
Asumir
todo como algo personal es natural cuando el emprendimiento es de pequeña
escala, porque el contacto directo con los usuarios del producto que se pone en
el mercado es inevitable. No existen mandos intermedios donde amortiguar la
gestión, por lo tanto cuando las acciones llevan al éxito, se vive en primera
persona sus efectos, del mismo modo como ocurre con el fracaso. Para superar
este sentimiento hay que darse cuenta de que todos los movimientos que se ha
venido haciendo se engloban en un marco legal corporativo, por lo que la
persona no debe estar en la base de ninguna resolución, sino la propia empresa.
Vivir
constantemente con miedo es la consecuencia de esa relación directa con los
usuarios del producto. Desde el momento que se configura un mapa de
incumplimiento de las obligaciones con los proveedores o con los propios
clientes, el miedo es constante, porque cabe la posibilidad de encontrarse cara
a cara con ellos. El hecho de haber trabajado con ellos mano a mano ayuda muy
poco, porque los perjudicados prefieren tratar el problema personalmente, antes
de enredarse con resoluciones legales. Pero el emprendedor debe asumir esa
realidad, alejándose de las personas, y acudir al marco legal para garantizar
el cumplimiento de las obligaciones. Al fin y al cabo la manera de cumplir con
todo el mundo no siempre consiste en hablar cara a cara.
No
relajarse nunca es un gran problema, porque no hay tiempo para visualizar la realidad
desde fuera y encontrar un camino alternativo. Es sumamente complicado asumir
el momento con calma cuando se tiene un sentido de responsabilidad muy puro,
pero es preciso conseguirlo. Estando en constante tensión se pierde la perspectiva
y no se piensa con claridad. Para resurgir del problema debe haber un momento
de paz donde vuelvan a regenerarse el optimismo, la confianza, la seguridad en
los valores del individuo.
La solución es
desconectar, aunque sea, por unos días. Alejarse completamente de los
problemas, las reclamaciones, las amenazas legales… Una vez se vuelva, los problemas seguirán en el sitio donde se dejó, pero la visión habrá cambiado
de forma radical, porque se habrá entendido que más allá de esa situación
existe otra realidad, y es la realidad de la persona
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