Si se es participativo no se puede ser restrictivo.
@morguefile |
A raíz de un artículo anterior, una lectora, a quien agradezco su intervención, me envió un
mensaje interpelándome sobre la diferencia entre integrar a los empleados en el
órgano de Dirección de la empresa o alejarles de las tomas de decisiones, para
evitar la intromisión excesiva que al final genera conflictos internos
innecesarios. Es decir, valorar la administración participativa o la Dirección
inteligente, que conjuga la eficacia con la tendencia de gestión actual,
armonizando las piezas para mejorar el rendimiento.
Lógicamente, el concepto de que la idea de proximidad genera malos entendidos y, por lo tanto, intromisiones evitables, no tiene una aplicación global sino excepcional, como en cualquier otro ámbito de la vida. De hecho, sólo es aplicable a un número muy reducido de personas, a aquellas que acostumbran a confundir los términos de la relación empleado-empleador. De ahí a suponer que estamos hablando de un comportamiento común a todos los trabajadores, ciertamente, como yo lo entiendo, no es razonable ni sostenible.
Cabe decir que la propia empresa tiene la
responsabilidad de introducir el concepto de participación entre sus
trabajadores, con precisión y acertadamente. Estamos hablando de una forma de
trabajo no demasiado habitual, por lo tanto alguien que se incorpora a la
empresa por primera vez no está obligado a conocerla ni a asumirla de antemano.
Entonces es un proceso de cambio de mentalidad, donde la mala interpretación de
los conceptos básicos alimenta la confusión y las personas se extralimitan
mecánicamente a la hora de actuar, promoviéndose así la
asunción inadecuada de prerrogativas. No puede existir la sensación de que todo
está permitido y, al mismo tiempo, imponer limitaciones o impedir ciertos
privilegios. O se es participativo o no, simple y llanamente.
Creo que todos los participantes deben entender y aceptar la eficacia de ese tipo de Dirección. Si es necesario, la empresa debe aportar un tramo de formación para la gestión de la nueva estrategia de relacionamiento interno. Nadie puede esperar que las personas cambien simplemente por una cuestión de fe o de amistad, todo el mundo necesita técnicas y estrategias para asimilar los cambios y, sobre todo, necesita ver el resultado positivo de la acción. Si se pretende establecer una línea basada en la participación debe ser así desde el primer día que el trabajador asume sus tareas, porque esa es la manera de evitar las contradicciones generadas por la incomprensión de la estrategia. De lo contrario se escuchará muy a menudo aquello de “me han explicado una cosa y ahora es otra”.
Además de movilizar a los trabajadores entorno a la nueva idea y alentarles a practicar el acercamiento, se debe organizar los resultados, medir las consecuencias, actuar sobre los errores y volver a empezar. Estamos hablando de crear un círculo donde los empleados pueden aportar toda su valía por el bien de la empresa y, a la vez, deben aprender a respetar sus posiciones; es decir, actuar sin saltarse los límites jerárquicos ni tomar decisiones inapropiadas. Eso es bastante complicado, sobre todo en las pequeñas empresas, donde el número de trabajador es limitado y las funciones tienden a solaparse continuamente.
Sin embargo, la integración de las dos fuerzas motoras de la empresa, el trabajador y el empresario, ha de sortear esa dificultad para conseguir una verdadera conjunción y los resultados más favorables. Porque si sólo se admite la participación en ciertos momentos puntuales, es probable que la persona se sienta frustrada, ya que había adquirido una nueva visión de su papel en la empresa, y ahora, cuando más tenía para aportar, recibe el varapalo de la innecesidad de su aportación.
Las empresas deben asumir el cambio gradualmente, no se puede proponer una posibilidad participativa y restringirla en términos de beneficios o consideraciones especiales. Para concluir diré que siempre es más fácil ser autoritario que participativo, por eso ha de lucharse a muerte por lo segundo.
Lógicamente, el concepto de que la idea de proximidad genera malos entendidos y, por lo tanto, intromisiones evitables, no tiene una aplicación global sino excepcional, como en cualquier otro ámbito de la vida. De hecho, sólo es aplicable a un número muy reducido de personas, a aquellas que acostumbran a confundir los términos de la relación empleado-empleador. De ahí a suponer que estamos hablando de un comportamiento común a todos los trabajadores, ciertamente, como yo lo entiendo, no es razonable ni sostenible.
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Creo que todos los participantes deben entender y aceptar la eficacia de ese tipo de Dirección. Si es necesario, la empresa debe aportar un tramo de formación para la gestión de la nueva estrategia de relacionamiento interno. Nadie puede esperar que las personas cambien simplemente por una cuestión de fe o de amistad, todo el mundo necesita técnicas y estrategias para asimilar los cambios y, sobre todo, necesita ver el resultado positivo de la acción. Si se pretende establecer una línea basada en la participación debe ser así desde el primer día que el trabajador asume sus tareas, porque esa es la manera de evitar las contradicciones generadas por la incomprensión de la estrategia. De lo contrario se escuchará muy a menudo aquello de “me han explicado una cosa y ahora es otra”.
Además de movilizar a los trabajadores entorno a la nueva idea y alentarles a practicar el acercamiento, se debe organizar los resultados, medir las consecuencias, actuar sobre los errores y volver a empezar. Estamos hablando de crear un círculo donde los empleados pueden aportar toda su valía por el bien de la empresa y, a la vez, deben aprender a respetar sus posiciones; es decir, actuar sin saltarse los límites jerárquicos ni tomar decisiones inapropiadas. Eso es bastante complicado, sobre todo en las pequeñas empresas, donde el número de trabajador es limitado y las funciones tienden a solaparse continuamente.
Sin embargo, la integración de las dos fuerzas motoras de la empresa, el trabajador y el empresario, ha de sortear esa dificultad para conseguir una verdadera conjunción y los resultados más favorables. Porque si sólo se admite la participación en ciertos momentos puntuales, es probable que la persona se sienta frustrada, ya que había adquirido una nueva visión de su papel en la empresa, y ahora, cuando más tenía para aportar, recibe el varapalo de la innecesidad de su aportación.
Las empresas deben asumir el cambio gradualmente, no se puede proponer una posibilidad participativa y restringirla en términos de beneficios o consideraciones especiales. Para concluir diré que siempre es más fácil ser autoritario que participativo, por eso ha de lucharse a muerte por lo segundo.
imagen: @morguefile
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