Naturalmente, el pesimismo destruye la capacidad de
acción de las personas como el optimismo concede una considerable ventaja,
porque proporciona la energía apropiada para afrontar las situaciones con
mejores perspectivas. Sin embargo, abordar la acción con un optimismo
engañoso puede resultar incluso más perjudicial que haberla emprendido con
pesimismo. El optimismo engañoso resulta de adquirir un estado de euforia
pensando que los demás favorecerán nuestra iniciativa, y luego en la realidad
encontrarse con una valoración inversa, donde las apreciaciones son justamente
contrarias a las previstas.
Por naturaleza los seres humanos tendemos a
supeditar gran parte de nuestras actuaciones a la reacción externa, sometemos
nuestros ejercicios personales al juicio de los demás, cuando en realidad este
comportamiento nunca tiene el mismo nivel de respuesta en las dificultades como
en los triunfos, ya que en los momentos desfavorables nadie nos devuelve el
interés con la misma intensidad que en los momentos positivos.
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La magnitud del apego que pone alguien en conocer la
opinión de los demás es proporcional a su incapacidad para ver su propia
fortaleza. Por lo tanto, podemos decir que el signo vital que marca a las
personas es su empeño por mantener una
imagen pública efectiva. Hasta en el peor de las situaciones, muchas
veces se emplea todo el esfuerzo por contener el ataque a la imagen, por
aumentar la visión positiva de los demás hacia uno mismo, en lugar de buscar
alternativas más provechosas para superar los momentos de debilidad. Es
infinitamente más gratificante generar un acto productivo que esperar simpatía
de personas que sólo tienen trascendencia circunstancial. Hacer lo contrario es
perseguir un engañoso perfil saludable en lugar de reconocer los errores y
tratar de corregirlos.
En ese juego de realidades, donde nada es como se
quiere ver o creer, suelen aflorar el desengaño y la desmoralización. Es fácil
coincidir con situaciones donde se espera una valoración positiva y encontrarse
con la crítica de todo el mundo. Sin embargo, no es descabellado pensar que
quienes están en el estrado de valoración tampoco actúan de forma razonable,
simplemente están buscando ellos mismo una vía de escape para no reconocer sus propios errores. Este es un
círculo vicioso donde todos juegan al mismo engaño, donde todos ofrecen
pequeñas mentiras para salir del paso.
No obstante, los ámbitos donde mejor se visualiza
esa medición errónea de la opinión son:
Personal. Resulta
de creer que se ha cosechado cierto estatus entre quienes conforman el entorno
más cercano y descubrir que la mayoría ostenta una opinión opuesta a lo que se
pretende.
Empresarial. Deriva de
creer que se está en el mercado adecuado con el mejor producto posible, y
encontrarse con que la propuesta carece de fuerza para implantarse y que esa
iniciativa ya lo habían tenido otros mucho antes que uno mismo.
Pero no todo está perdido como parece, ya que la
propensión a criticar al otro es consustancial a la misma persona, y resulta
muncho más fácil opinar sobre otros y dejar de lado las debilidades personales.
Así pues, es mucho más difícil ver los defectos propios que el vicio ajeno,
incluso parece más gratificante mirar a otro lado en lugar de fijarse en las
sombras que dejan los actos inadecuados de uno mismo. Quizá si mirásemos
fríamente veríamos que esa actitud esquiva a nuestras debilidades no es más que
el reconocimiento tácito de la falta de confianza en las virtudes personales.
Es un error creer que mirando a otro lado se disimula los defectos y se evita
caer en el pesimismo. Lo primero que debe buscar una persona es sus propios
valores, debe descubrir sus puntos fuertes y explotarlos al máximo, sin
importarle la opinión de nadie.
imagen: @morguefile
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