“Tengo todo
lo que necesito; ahora voy a enseñarle a esta gente lo que necesita”. Estas palabras
parecieran conformar la definición de un producto contundente. Sin embargo,
hipotecar las probabilidades de éxito de una propuesta, partiendo de nuestras
preferencias y no de las de los consumidores finales, es menospreciar los
posibles beneficios del aprendizaje. Nunca es bueno ir demasiado rápido.
@morguefile |
Todo proceso conlleva un tiempo de aprendizaje y de
asimilación. Y ni siquiera la acumulación del conocimiento garantiza las orientaciones
necesarias para entender la realidad de las personas con quienes hemos de interactuar.
A menudo aprendemos conceptos o procedimientos sin saber en qué consiste su
verdadera función. Es como encuadernar libros sin saber para qué sirve la tapa;
de tal suerte que la probabilidad de que esa encuadernación no responda a lo
deseado es cada vez mayor a medida que persistimos en el error de llevarlo a
cabo. El libro se abrirá cientos de veces en manos del lector, y si el remate de
la tapa no está suficientemente firme, pronto se quedará sin la pieza que le
protege y nuestro trabajo habrá arrojado un pésimo resultado.
El concepto del emprendimiento bebe, en cierto modo,
del mismo descuido. Es habitual pretender poner en marcha una propuesta sin
analizar sus fundamentos, al menos los puntos bases como son:
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Por qué. El otro día leía un gran artículo en un periódico que describía la tendencia de los profesores de enseñar a sus alumnos la raíz cuadrada cuando su utilidad en la vida real era escasa, a no ser que se trabaje en un campo especializado donde su uso fuera obligado. Este es un buen ejemplo de la necesidad de saber el motivo que nos lleva a proponer una acción. Una vez más comprobamos que tener una idea no es suficiente. Además de concebirla hay que saber para qué sirve y cómo ponerla al servicio del bien común.
Para quién. Es innegable que se dedica mucho tiempo a estudiar estrategias y a componer escaparates con el fin de ofrecer el producto a los clientes. Si éstos no cumplen con el perfil de usuarios que buscamos, estaremos abocados al fracaso más temprano que tarde. Es importante dedicar todo el tiempo y empeño posible en estudiar a los potenciales clientes que hay en el entorno del negocio, en lugar de emplearse en elucubrar sobre perfiles que nos gustaría atender pero que no son los que tenemos a mano.
Cómo. Cuando no se tiene esa perspectiva del que hablamos en el punto anterior, se suele caer en el error de ampliar demasiado el campo de acción, todo para no dejar de lado los perfiles de nuestra preferencia. Lo ideal es renunciar a aquello que no tiene cabida en el momento de la acción y dedicarse plenamente al público que tenemos a mano. Ampliar el campo de acción en lugar de reducirlo es arriesgarse a no llegar a todos.
Dónde. Hay que atender de forma especifica las demandas que se producen en nuestro entorno y no pretender crear una nueva demanda cuando la capacidad de absorción en limitada. No hay mejor estrategia que aquella basada en la necesidad del entorno. De esto ya hemos hablado muchas veces, cuando a un emprendedor se le ocurre una idea e intenta formalizarla en un área de población que no tiene ninguna necesidad de ese producto, le lleva los demonios.
Cuándo. Es mejor mirar los acontecimientos actuales y valorar sus posibles consecuencias. Basarse en análisis de hechos o situaciones pasadas que intervinieron activamente en propuestas similares, pero en el pasado, probablemente sea perder el tiempo. El momento ideal para hacer pública la propuesta es el siguiente minuto después de tener todo claro lo que se busca.
imagen: @morguefile
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