Poco antes de las 8 de la mañana sonó el teléfono en
el domicilio particular. Se originó un gran barullo en toda la casa hasta que
alguien consiguió contestar, convencido de que la insistencia se debía a una
urgencia familiar o a circunstancias de cierta relevancia. Sin embargo, al otro
lado del teléfono, un agente comercial empezó a argumentar sobre su producto
con toda la naturalidad del mundo. ¿A esas horas? La cuestión es, ¿dónde queda
el respeto por la intimidad de las personas? Es comprensible que grandes
empresas comercialicen con los datos personales de los consumidores, en la
mayoría de los casos sin siquiera consultárselos, pero permitirse ese atropello
sin consentimiento es inexplicable. ¿Piensan ellos aquello de: mis derechos
son tus obligaciones?
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Un lugar de donde se pueden extraer las mejores
valoraciones, es de la convivencia con los semejantes. Ejercitar el respeto de
los derechos comunes de un colectivo es tan difícil como impreciso, ya que los
límites, muchas veces, están marcados según la conveniencia de cada cual, y no
en función de ese derecho fundamental que asiste a las personas y que está
determinado equitativamente por el pensamiento de que los demás merecen lo
mismo que uno pide para sí mismo.
No obstante, parece que cuando se trata de los
derechos, el foco sólo apunta hacia a una dirección: la otra persona. De modo que
se le exige a los semejantes cumplir con uno mismo con más rectitud de lo que
uno cumple con ellos. Este régimen parece intrascendente cuando el análisis
parte de la necesidad de defenderse atacando, pero no lo es tanto cuando la
sombra del ataque consume los derechos de intimidad, la facultad de decidir
libremente, o de convivir sin agredir los privilegios comunes.
Entre lo legítimo y el respeto hay una línea tan
fina que cualquiera se atreve a traspasar para exigir sus derechos, aunque casi siempre sin tener
en cuenta que al otro lado también hay una persona que tiene derechos y
obligaciones. Esta sociedad nos ha llevado a luchar cada vez con más fuerza por nuestras pertenencias que, poco a poco, nos hemos desprendido del sentido
de equidad, en beneficio de un individualismo obstinado y perjudicial.
Hay sectores donde esta realidad es más ambigua,
porque media la distancia en el contacto entre el atacante y el atacado. Ese
sector es el mundo de la venta telefónica, donde no existen reglas, y si
existen nadie las observa como debiera, porque es muy fácil saltarse la barrera
del respeto o la consideración cuando el contacto se produce mediante el
teléfono, sin necesidad de un trato visual o físico.
Nunca el derecho de uno puede ser más trascendente
que el del otro, y el respeto exigido debe ser proporcional a lo ofrecido. Por desgracia, hoy día, debido al aumento
desmedido de las relaciones comerciales a través del teléfono, un consumidor
está obligado a conocer sus derechos que, aunque sean invisibles, existen y
salvaguardan la intimidad o el derecho a decidir si una firma comercial puede o
no contactar en el número de teléfono privado.
Por otro lado, también ayuda conocer las vías de
acceso a los datos personales, porque no siempre nos preocupamos en leer las
letras pequeñas de los contratos, que de forma estudiada y no siempre limpia,
vinculan al consumidor a un mundo superfluo que luego acaban actuando contra la
tranquilidad o la intimidad de las familias. Por más que muchos lo crean y lo
pregonen, no todo vale en el mundo de las ventas.
Pero para conseguir que el consenso sobre el respeto
sea factible, hemos de entender que es más difícil dejar de mirarse a uno mismo
que ver las necesidades de los demás. Sin embargo, no es imposible considerar
que el semejante tiene los mismos derechos que uno mismo.
imagen: @morguefile
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