Cuando la inestabilidad se apodera de la estructura
interna de una empresa, o al menos de algunas de sus áreas de trabajo, los
mayores perjudicados son los trabajadores, porque se embarcan en un viaje
continuo por la incertidumbre, la inseguridad o las especulaciones, que al
final acaban consumiendo cualquier tipo de compromiso o de compenetración con
las tareas. En un ambiente así, el disfraz del despido es variado, ya
que no existen motivos que alienten armonía con los cometidos corporativos ni
una posibilidad de acercamiento entre los trabajadores y los responsables de
equipo.
Al mismo tiempo, si la inestabilidad viene
acompañada de la falta de habilidad de los responsables a la hora de ajustar
sus plantillas, practicando cambios continuados en los equipos de trabajo, es
casi imposible encontrar un motivo para comprometerse, y la capacidad de
producción se reduce a un simple intercambio económico, donde el trabajador se
cuida en no traspasar el umbral de lo estrictamente contractual, y desiste de
aportar nada personal a su concurso laboral, empujado por la falsa idea de que
haga lo que haga, el próximo en abandonar la nave será él o que nunca se le
tendrá en cuenta en las tomas de decisiones corporativas.
Con esto queda demostrado que formar un equipo de trabajo no es una
cuestión unidireccional, donde sólo son relevantes los objetivos de una de las
partes, sino la interacción de todo el engranaje en pos de un bien común: la
consolidación del proyecto. Quien crea que en un compromiso laboral sólo
importan los propósitos empresariales o las ambiciones personales, dejando de
lado las expectativas globales, está completamente equivocado. Y si no se dan
las condiciones, es entonces cuando empieza a generarse una gran incertidumbre.
El principal atributo de la incertidumbre es su
facilidad para generar aún más incertidumbre, hasta derrumbar a la persona y
despojarle de toda su autoestima y confianza. En ese escenario el rendimiento
se reduce inexorablemente, porque nadie conoce el rumbo que debe seguir, y se
evidencian las carencias de directrices para adquirir seguridad en el ejercicio
de las tareas, se origina un caos irreversible.
Cuando el desorden del entorno laboral se alarga en
el tiempo, las personas empiezan a especular sobre el futuro, y crean un falso
escenario que desestabiliza a toda la base de producción. Se quiera o no, eso
conlleva anteponer el análisis de la situación al cuidado de las obligaciones,
se invierte todo el esfuerzo por adivinar el futuro personal de cada
trabajador, en lugar de dedicarse a producir. Naturalmente, eso repercute en la
consolidación de la empresa, y si no se corrige el error, puede estar firmándose
la sentencia de muerte.
Por otro
lado, una vez se pierde el respeto a las áreas de trabajo, se pierden las
buenas maneras. Se producen despidos o reproches públicos, correcciones
airadas, etc. Asistir al momento del despido de un compañero es sumamente
traumático, sobre todo cuando se produce de forma inexplicable, sin
justificación razonable. Toda esa experiencia, si los responsables corporativos
carecen de habilidad para realizarlo de forma discreta, alimenta la
inestabilidad y los ánimos decaen radicalmente. El simple hecho de que un
trabajador crea que puede ser el siguiente en caer del equipo, destruye su
autoestima y el rescoldo de la inseguridad acaba quemando toda la ilusión por
el trabajo, y el compromiso contractual queda en una mera batalla por
sobrevivir, perdiendo completamente de vista el objetivo de la empresa: la
producción y los dividendos.
imagen: @morguefile
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