El terreno de las pequeñas empresas es a veces inaccesible. Cuando un
emprendedor pone en marcha una iniciativa, todos sus esfuerzos se centran, al
principio, en buscar estrategias, por pequeñas que sean, para sobrevivir los
primeros años, de modo que la voracidad del mercado no se lleve por delante la
ilusión y pueda, en un futuro no muy lejano, lograr la estabilidad, para luego
empezar a plantearse los cambios necesarios para crecer y para aprovechar las
oportunidades.
Por lo tanto, casi el 100% de los negocio que se
crean en los barrios o que se basan en estructuras personales, nacen para
sobrevivir, para conseguir pequeños ingresos capaces de sostener a las familias
que las promueven. Lo cual propicia que si ese flujo de ingresos no es
suficiente, con toda seguridad, algunos de los promotores acaben buscándose un
empleo complementario para alimentar la esperanza de que poder vivir algún día un
negocio propio.
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Esta es una realidad indiscutible, que imposibilita
aprovechar la fuerza del entorno, o a tener en cuenta ciertas condiciones que
rodean al mundo de los negocios, como es la capitalización de las
oportunidades. La acuciante necesidad de sobrevivir incapacita a las pequeñas
empresas a invertir en infraestructura o a mejorar su capital humano. De modo
que pensar acceder al crecimiento para abarcar más mercado o la competitividad
que requiere el sector se hacen realmente imposibles.
No se puede negar la eficacia de este tipo de
iniciativas, ya que un altísimo porcentaje de las grandes economías se
sostienen en los pequeños negocios, en las empresas unifamiliares. Sin embargo,
es razonable reconocer que su estructura no le permite acceder al gran mercado,
lo cual le condena a sobrevivir y no a crecer, porque no puede:
Invertir en formación de sus
recursos humanos, ni siquiera son capaces de conseguir un asesoramiento
adecuado en tiempo y forma, que posibilite sortear con mayor facilidad las
dificultades que originan la estrechez económica o la falta de liquidez.
Aumentar su campo de acción para
expandirse y hacer crecer la tasa de participación de posibles usuarios, lo
cual ayudaría a incrementar los ingresos, conseguir mayor visibilidad,
encontrarse con iniciativas similares en el mercado y aprender nuevas técnicas
de gestión, etc.
Invertir en desarrollo, ni
interno ni externo. Todo lo relacionado
con la inversión son acciones prohibitivas para estos negocios, ya que su
primera prioridad es conseguir que las familias de sus promotores subsistan,
luego que el negocio no decaiga por esa pequeña fuga de capital y finalmente
lograr sobrevivir a la débil red de consumidores.
Este es el escenario de las pequeñas empresas. Tienen
dificultad para tolerar un instante de análisis que les permita valorar la
importancia del desarrollo de las competencias o a plantearse abordar la
economía del conocimiento, ya que cualquiera de esos elementos requieren
capacidad de inversión de la que ellos carecen. Con la crisis económica actual,
incluso se ha recrudecido esta realidad, debido a la negativa de los bancos por
reactivar las vías que pueden dotarles de liquidez. Sin embargo, a pesar de que
cada día cierran más y más negocios de pequeña escala, la economía mundial
sigue viviendo del dinamismo y la creatividad de este mercado, donde las
personas se reinventan a diario para no dejar de ser empresario.
imagen: @morguefile
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