Hoy día, medir el impacto de un producto o
una propuesta, en el momento que tiene contacto con el mercado, es la mejor
estrategia para actuar con garantías, porque define el camino a seguir y los
cambios necesarios de la gestión a lo largo de su recorrido. Por lo tanto, la
virtud de un negocio es saber cuantificar los logros, identificar el margen
existente entre el esfuerzo y el resultado. Hoy triunfa quien mejor cruza el puente de los problemas del mercado.
En esa búsqueda de datos hay que medir:
Cómo la
propuesta es aceptada por el consumidor. Este primer paso puede garantizar la
estabilidad, porque saber el grado de aceptación y evitar que sólo sea fiebre
de un día, dará al empresario la medida exacta de lo que debe invertir y
conocerá las estrategias de las que debe prescindir. A veces la fiebre del
principio presenta un engañoso aspecto duradero, y con el paso del tiempo el
producto pierde empuje y cuando se quiere rectificar ya es demasiado tarde.
Saber qué aspecto del producto tiene más
valor para el consumidor ayuda a entenderle. Este análisis nace en la
composición del producto, porque no siempre lo que el cliente más valora es el
precio, sino aspectos como la calidad, la durabilidad, la garantía de consumo,
el peso, el diseño, que al final sí potencian el precio. Es decir, muchas veces
un consumidor cree que si paga menos está optando por menor calidad, o que si
un artículo cuesta más es una garantía de mayor calidad, sin embargo, esa
relación calidad precio no siempre responda a la realidad del producto ni es aplicable
a todos los consumidores.
Enlaces relacionados
- La falta de confianza - Pisar tierra firme - Excelencia de la gestión - El valor de los empleados - La curva de la felicidad - El fracaso no mata |
Identificar a quienes más lo consumen y
observar el comportamiento otorga gran ventaja para rectificar. Muchas veces asociamos
la venta masiva de un producto al ímpetu de consumo de un grupo determinado de
usuarios que finalmente no representan a la masa más interesada ni a la más constante.
Por lo tanto hay que saber con exactitud dónde radica la fortaleza del producto
a la hora de ponerlo en manos de los compradores.
Por otro lado es vital medir el tiempo y el
espacio. Saber entrar en el mercado es una virtud impagable, ya que la
tendencia de consumo es mucho más viva al principio, cuando se acaba de
producir la demanda, pero luego decae de forma irracional, de modo que los
productos que no son firmes pierden terreno y acaban desapareciendo. Sin
embargo, si la interacción con el cliente es buena, la garantía de éxito es
mucho mayor, porque el consumidor seguirá apostando por ese producto que llena
sus demandas antes que por propuestas nuevas. Las personas casi nunca optan por
cambiar continuamente de preferencias.
Medir
el impacto es fundamental para gestionar un negocio, y no nos estamos
refiriendo a que el producto sea una demanda estrella por un día, sino que sea
capaz de sobrevivir al dinamismo del mercado, que conquiste a una masa fiable
de consumidores que en el futuro interpongan la compra a cualquier otro desafío
que les presenten las nuevas propuestas. Es decir, crear un producto que se consolide
en el mercado es posible consiguiendo un impacto activo, sin altibajos, y ajeno
a lo resultadista, a la ansiedad por ser arrollador momentáneo. Al fin y al
cabo, como hemos repetido cientos de veces, en el mundo de los negocios no
existen los productos perfectos, sino los que son capaces de adaptarse a los
cambio y a los desafíos.
imagen: @morguefile
Tweetear
Seguir a @RoberttiGamarra
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Escribe un comentario. Solo pido moderación y respeto.