A medida que las empresas han aumentado su poder en
el mercado, en algunos casos uniéndose para crear grandes redes, a través de
impensables fusiones entre entidades poco afines, el cliente ha ido perdiendo
paulatinamente terreno en el ámbito del derecho. A día de hoy, casi han
desaparecido por completo las ventanillas del consumidor donde acudir a
expresarse y mucho menos un mostrador de sugerencias o participación activa
como cliente. Ni siquiera las administraciones públicas mantienen la ventanilla
del cliente, y han optado por un enrevesado sistema telemática donde nunca
se llega a la persona que puede resolver las inquietudes de los
ciudadanos. Definitivamente, el
consumidor descontento no tiene donde acudir a expresar su desacuerdo y recibir
una respuesta veraz, rápida y efectiva.
Esa es la razón por la que crece la sospecha en los
consumidores, y muchos optan por alejarse de las empresas de toda la vida o se
niegan a consumir nuevos productos. La incertidumbre crea ansiedad, y la
ansiedad alimenta el miedo. Podemos decir que la mayoría estamos en ese
escenario del miedo donde las personas temen ser maltratados una vez más por
las empresas y, aún más preocupante, saben que no tendrán una ventanilla donde
acudir a recuperar sus derechos.
Enlaces relacionados
- Escuchar y aprender - Medir el impacto - La falta de confianza - Pisar tierra firme - Excelencia de la gestión - La curva de la felicidad |
El cometido de las empresas, especialmente las de
pequeño tamaño, debe ser invertir esta situación. Además de trabajar con ahínco
en el diseño de una filosofía clara y contundente que les permita afianzarse en
el mercado donde actúan, deben buscar el acercamiento con los clientes, pero no
de forma unidireccional sino interactiva. Una empresa inteligente debe dar a
sus clientes la posibilidad de involucrarse participativamente en todo lo
relacionado al negocio. Naturalmente, esto es más fácil decirlo que hacerlo,
pero no por ello se debe dejar de intentar.
Otorgarle la palabra al cliente significa crear un
ambiente donde se establezca una conversación real, no sólo para reclamaciones,
sino para que los consumidores tengan la oportunidad de sugerir cambios sobre
el producto, la gestión, el comportamiento corporativo, y la empresa actúe como
catalizador de esas inquietudes, devolviendo a sus clientes informaciones
claras sobre el por qué de ésta o de aquella actuación.
Si una empresa es capaz de originar la conversación
con sus clientes, la información generada entre los dos resulta muchos más
creíble que cualquier mensaje publicitario y viaja firme y rápido en el entorno
de cada uno de los componentes, de modo que se crea una red de credibilidad
infinita, donde los participantes se convierten en medios de difusión de la
realidad corporativa, transparente y seria.
Cuando una persona externa, un cliente, participa en
esa ventanilla especial y aporta ideas que en el transcurso del proceso
evolutivo de la empresa se convierten en elementos de cambio, adquiere la
necesidad de difundir sus logros. Por lo
tanto, ese cliente defiende la marca en todos los foros donde participa, y se
siente responsabilizado con la difusión, de modo que no escatimará esfuerzos
para hablar del producto o de la marca, de dar a conocer a otras personas, de
animarlas a consumirlo sin ninguna sospecha.
Sin embargo, este traslado de la información hacia
fuera sólo es posible en un proceso bien planificado, donde los elementos de
contacto con los clientes, en este caso los trabajadores, están familiarizados
con la política corporativa, además de involucrarse plenamente en el proceso.
Lo primero que ve el cliente cuando se acerca al producto es el comportamiento
del empleado. Si este trabajador está comprometido con el producto, transmitirá
una confianza sin fisuras hacia fuera, y tan falto como estamos de serenidad,
ese será el primer escalón que lleve al cliente al terreno que estamos
buscando.
El objetivo de esa apertura de fidelización es que
todas las personas relacionadas con la marca, hablen libremente, siempre dentro
de un marco normalizado, donde el tema es el producto y no ningún otro
elemento. Naturalmente, es complicado conseguir esta interacción, pero no es
imposible; es un largo trayecto de formación interna que luego se traslada
hacia fuera.
Así pues, originar el acercamiento real con el
cliente es una estrategia comercial necesaria y muy efectiva, quizá algo lenta
para lo que estamos acostumbrados hoy en día, pero fiable a medio-largo plazo,
porque la masa de apoyo que se crea es perseverante y está responsabilizada con
el objetivo de la empresa: expandirse y
vender.
imagen: @morguefile
Si te ha gustado este artículo, compártelo. Gracias.
Tweetear
Seguir a @RoberttiGamarra
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Escribe un comentario. Solo pido moderación y respeto.