Nunca dejes tus secretos en manos equivocadas.
@morguefile |
Esa realidad me ha llevado a pensar que todos
estamos ávidos de compartir nuestras penas. Lo cual me genera una sencilla
pregunta: ¿es la sociedad un buen psicólogo? Es evidente que estamos preparados
para contar, pero ¿estamos preparados para escuchar? Y ¿cuál es la calidad de
nuestra audición? En definitiva, es imprescindible saber a quién contar las
confidencias.
Si después de un tiempo me vuelvo a cruzar con estas
personas, ellos me repiten la misma historia. Concluyo que es malo contar los
problemas y no procurarles una solución, porque crea dependencia. Asumir el
referirlo a alguien como una terapia eficaz con el que se consigue recuperar la
confianza y la autoestima es importante, pero quedarse sólo en ese detalle crea
a la larga una herida más profunda, ya que los problemas no desaparecerán por si
solos, y la engañosa sensación de superarlos verbalizándolos públicamente es sólo un remedio momentáneo.
Yo mismo a veces les expongo los conflictos de mi
empresa, o las dificultades de mi negocio. Sin embargo, esas referencias
inocentes suelen traer más de un quebradero de cabeza. Si las historias no van
más allá de una simple conversación sin compromisos, sirve de terapia. Pero si
caen en las manos equivocadas, conllevan consecuencias muy insanas. Es natural intentar
compartir el peso del quebranto, pero si escogemos mal el receptor esta
intención genera un efecto contrario a lo que buscamos. La verdad tiene difícil
encaje con la comprensión y la aceptación. Muchas personas tienen la capacidad
de escuchar, pero pocos la delicadeza de valorar en privado la información recibida.
Pero, ¿a quién referimos entonces nuestras penas?
Esa decisión debe mirarse con mucho tino.
Ni siquiera los familiares más cercanos, padres,
hermanos, pareja, reciben de la misma forma lo que les contamos. Los padres acostumbran
a escuchar con sentimiento y reproche, porque admiten las adversidades de los
hijos como un fracaso personal. Los hermanos suelen actuar con afecto y
lejanía, asumen cierta sensibilidad con el problema pero, por lo general, se
protegen de las consecuencias. Y la pareja tiende a perder objetividad a la
hora de escuchar; además de estar comprometida emocionalmente padecen las secuelas.
Si nos saltamos el círculo familiar, los amigos nos atienden
con total libertad. Tienen una obligación artificial con el problema, pueden
tomar distancia si ven que no serán capaces de aportar algo o acercarse para
entenderlo si detectan que no les afectará en nada. Muy pocos se quedarán para
escuchar y aportar. Si decidimos abrirnos a los socios o compañeros de empresa,
éstos siempre buscarán escuchar sin sentimientos y, a lo sumo, habremos abierto
un debate público sobre nuestros secretos.
Por último, hay un grupo muy amplio al que no se
puede contar las penas, porque hacerlo supone perder credibilidad y cualquier
posibilidad de negocio. Llegado a este punto, comprendo las motivaciones de mis
clientes para dar el paso y contarme sus penas: soy yo el que se acerca a ellos
y el que busca sacar beneficios económicos de esa relación, por lo tanto,
saben que nunca pondría en riesgo mis ganancias jugando con sus confidencias.
Seguir a @RoberttiGamarra
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