lunes, 18 de noviembre de 2013

Concepto global, error inevitable

No estamos todos en la misma bolsa


Concepto global, error inevitable
@morguefile
Ayer visité a un gran amigo, y reconocido comunicador, quien, en un alarde de responsabilidad con los conceptos, me sacó de mi error sobre una definición que venía utilizando con asiduidad en mis últimos artículos. Me refiero a la definición de los políticos. Esa referencia despectiva que hacemos habitualmente, yo el primero, de la persona que ostenta o ejerce un cargo político. Asumiendo un concepto global, error inevitable.

Es verdad que no pocos personajes públicos nos han sometido últimamente a innumerables disparates que, pretendidamente o no, ha ido envenenando esa palabra hasta convertirla casi en un apelativo, como poco, peligroso. Pero, en honor a la verdad, hemos de reconocer que no todos los políticos son iguales, ni todos los médicos ni todos los carpinteros. Hay una cantidad enorme de personas que hipotecan su tiempo y su esfuerzo en beneficio de otros, de los ciudadanos. Muchos políticos nos han enseñado a través de la historia a conjugar la honestidad con el poder, a pesar del esfuerzo de unos pocos por convencernos lo contrario.

Pero la aclaración sensata de mi amigo, me llevó a una pregunta: ¿por qué hemos asumido la globalización de los conceptos? Como si haciéndolo fuésemos a comprender mejor sus motivaciones y fuésemos a plantear mejores soluciones. Y lo que realmente hemos conseguido es alimentar una hipocresía multifacética que vale para todo, especialmente para eludir nuestra propia responsabilidad, porque con echar la culpa al concepto global ya creemos estar fuera de los males que azotan a la sociedad.

Pero volviendo a la vilipendiada clase política, hemos de reconocer que muchos ejercen sus cargos desde el interés por servir a los demás. Otros no, abundan quienes se sirven del cargo y de los demás y, por desgracia, la conciencia humana es más sensible a los despropósitos que a las virtudes y muchas veces no somos capaces de separar los buenos de los malos, antes bien, optamos por alejarnos de ellos con rictus despectivo. No debería ser ese el camino, creo yo, porque la sociedad somos todos, nadie es ajeno a los problemas, las mentiras, los engaños; al fin y al cabo, con distanciarse y desentenderse sólo estamos legitimando a los mezquinos e indecorosos.


Estamos tan acostumbrados a creer cuando vemos un arroyo que toda la corriente va al mismo sitio, pero dejamos de ver las gotas que riegan los cultivos a su paso, las que abrevan los animales o las que refrescan a los bañistas del calor sofocante.

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