No vale de nada intentar concebir ideas para toda la vida.
@morguefile |
En estos días empezamos a mirar nuevamente nuestra
iniciativa, Interés Productivo. “Puede ser interesante, pero quien no tiene
nada no tiene nada”, concluía uno de los comentarios que había recibido
hace un par meses, con motivo de una de mis argumentaciones sobre la capacidad
individual para emprender. Sobre todo me interpelan a
menudo sobre herramientas que enciendan la bombilla creativa y ayuden a poner en marcha iniciativas innovadoras.
Como ya lo repetí en varias ocasiones, para mi, gran
parte de lo que buscamos para emprender nuevas actividades está en uno mismo. Sin
embargo, alguien que nunca ha estado en la tesitura de crear algo para salir
adelante, considerará la tarea, al principio, completamente imposible. La única
fuerza que le podrá sacar de esa parálisis del primer paso, será su propia
estructura psicológica. “Por más
psicología que tengas, si no tienes una idea no te vale de nada”, me
comentó una vez una persona en medio de una charla donde estaba intentando
exponer mi propuesta. Por desgracia tenía razón.
Para ilustrar la teoría recurrimos al recurso del arroyo furibundo que se interpone en el trayecto de un grupo de personas. Empezamos analizando la posibilidad de cruzarlo a nado. La propuesta no otorgaba más alternativa que hacerlo a toda costa, porque de lo contrario quedarían a merced de un riesgo inminente. Pero le propuse invertir el análisis de la situación; en lugar de pensar primero en el peligro que suponía la corriente o la incapacidad para superarla, pusimos en valor las posibilidades de un nado raudo, las fuerzas de las brazadas y, sobre todo, la necesidad de pasar al otro lado. Al final concluimos que la mejor forma de afrontar un problema o una debilidad era valorando primero las posibilidades de éxito, los recursos eficaces, y dejando para el final los obstáculos. Si queremos conseguir el éxito, debemos despojarnos de la costumbre de analizarnos a partir de nuestras debilidades. Desde luego ésta no es una tarea menor, porque la sociedad nos ha acostumbrado a valorar a las personas por sus fracasos antes que por sus éxitos. El hecho mismo de estar todo el rato envidiando el triunfo ajeno es producto de no valorar el éxito propio. ¿Por qué nos empeñamos en mirar siempre al otro cuando todo lo tenemos dentro de nosotros mismos?
Para ilustrar la teoría recurrimos al recurso del arroyo furibundo que se interpone en el trayecto de un grupo de personas. Empezamos analizando la posibilidad de cruzarlo a nado. La propuesta no otorgaba más alternativa que hacerlo a toda costa, porque de lo contrario quedarían a merced de un riesgo inminente. Pero le propuse invertir el análisis de la situación; en lugar de pensar primero en el peligro que suponía la corriente o la incapacidad para superarla, pusimos en valor las posibilidades de un nado raudo, las fuerzas de las brazadas y, sobre todo, la necesidad de pasar al otro lado. Al final concluimos que la mejor forma de afrontar un problema o una debilidad era valorando primero las posibilidades de éxito, los recursos eficaces, y dejando para el final los obstáculos. Si queremos conseguir el éxito, debemos despojarnos de la costumbre de analizarnos a partir de nuestras debilidades. Desde luego ésta no es una tarea menor, porque la sociedad nos ha acostumbrado a valorar a las personas por sus fracasos antes que por sus éxitos. El hecho mismo de estar todo el rato envidiando el triunfo ajeno es producto de no valorar el éxito propio. ¿Por qué nos empeñamos en mirar siempre al otro cuando todo lo tenemos dentro de nosotros mismos?
Enlaces relacionados
- La estafa de la privatización médica... - Primer paso hacia el éxito - Segundo paso hacia el éxito - Tercer paso hacia el éxito - Cuarto paso hacia el éxito |
Cuando hablamos de iniciativas comerciales, el propio
mercado nos brinda en todo momento caminos alternativos. Estos trayectos están
implícitos en las corrientes productivas que dominan cada época de la vida para,
a los pocos años dejar de estar vigentes y dar paso a nuevas aficiones, nuevos
productos, nuevas posibilidades. Es ese momento el que hemos de aprovechar.
Por hacer memoria, recuerdo que en los años 80 había en España una corriente muy fuerte por estudiar medicina; muchos jóvenes de mi generación se pasaban días y meses acodados junto a una mesa, absortos ante grandes libros para tener opciones de superar el MIR. Otros profesionales depositaban toda su ambición en un puesto público a través de oposiciones esporádicas. A principios de los años 90 proliferaron las tiendas de productos exóticos, como la artesanía traída de Tailandia o China, que se conseguían en sus lugares de origen a precios de ganga y se vendían en Europa como obra de arte. Yo mismo tuve una de esas tiendas en los 90. La siguiente corriente nos trajo los negocios del Todo a 100; a finales de los 90 emergieron con fuerza los asociacionismos, luego vinieron las empresas de Internet, seguido de la construcción de edificios, lo cual en su momento propició que muchos jóvenes dejaran sus estudios para colocar placas de yeso en los edificios. Y así un sinfín de cambios y corrientes que llegan y se van constantemente. La cuestión es, ¿cuántos de todos estos pequeños movimientos que acabamos de ver siguen en vigor hoy en día? Y ¿cuántos más irán surgiendo provocados por la crisis económica? O ¿Cuántos de aquellos que estudiaban las carreras en los años 80 o 90 siguen hoy desempeñándose sin contratiempos en sus áreas profesionales? ¿Cuántos de los que opositaron para asegurarse un puesto de trabajo para toda la vida pueden hoy mantener las mismas esperanzas? Cuántos, cuántos, cuántos.
La respuesta a todo eso es más sencillo aún: es un error plantearse iniciativas imperecederas o pretender concebir ideas para toda la vida. En esto mi abuela tenían razón cuando me decía: “hijo mío, disfruta el momento y aprovecha lo que te da la vida ahora. El luego será consecuencia de lo que estás haciendo en este momento”.
Por hacer memoria, recuerdo que en los años 80 había en España una corriente muy fuerte por estudiar medicina; muchos jóvenes de mi generación se pasaban días y meses acodados junto a una mesa, absortos ante grandes libros para tener opciones de superar el MIR. Otros profesionales depositaban toda su ambición en un puesto público a través de oposiciones esporádicas. A principios de los años 90 proliferaron las tiendas de productos exóticos, como la artesanía traída de Tailandia o China, que se conseguían en sus lugares de origen a precios de ganga y se vendían en Europa como obra de arte. Yo mismo tuve una de esas tiendas en los 90. La siguiente corriente nos trajo los negocios del Todo a 100; a finales de los 90 emergieron con fuerza los asociacionismos, luego vinieron las empresas de Internet, seguido de la construcción de edificios, lo cual en su momento propició que muchos jóvenes dejaran sus estudios para colocar placas de yeso en los edificios. Y así un sinfín de cambios y corrientes que llegan y se van constantemente. La cuestión es, ¿cuántos de todos estos pequeños movimientos que acabamos de ver siguen en vigor hoy en día? Y ¿cuántos más irán surgiendo provocados por la crisis económica? O ¿Cuántos de aquellos que estudiaban las carreras en los años 80 o 90 siguen hoy desempeñándose sin contratiempos en sus áreas profesionales? ¿Cuántos de los que opositaron para asegurarse un puesto de trabajo para toda la vida pueden hoy mantener las mismas esperanzas? Cuántos, cuántos, cuántos.
La respuesta a todo eso es más sencillo aún: es un error plantearse iniciativas imperecederas o pretender concebir ideas para toda la vida. En esto mi abuela tenían razón cuando me decía: “hijo mío, disfruta el momento y aprovecha lo que te da la vida ahora. El luego será consecuencia de lo que estás haciendo en este momento”.
Tweetear
Seguir a @RoberttiGamarra
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Escribe un comentario. Solo pido moderación y respeto.