Esperar demasiado puede ser definitivo.
Tomar una decisión a tiempo suele ser una buena solución
para los problemas.
Sin embargo, no siempre resulta fácil escoger el momento
idóneo para hacerlo. Muchas veces, aún cuando la empresa empieza a enfilar el declive
comercial, manifestando los síntomas cada vez con más claridad, no se toma
ninguna decisión al respecto. El empresario sigue apostando que en cualquier
momento volverá a recuperar el terreno perdido y se niega a dar
por finalizada la iniciativa. Si la aparición de las primeras medidas para
corregir el rumbo se dilata en el tiempo, esa espera puede llevar a la bancarrota
por razones como las siguientes:
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Si no se toma la decisión
de parar o cambiar de rumbo, el problema seguirá creciendo, y los recursos
disponibles pasarán rápidamente a formar parte del contingente para cubrir
pérdidas, en lugar de capital para abastecer la masa comercial.
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Confiar toda la fuerza de
recuperación en un cambio futuro irreal crea deterioros de todo tipo. Cuando esa
suposición no se convierte en realidad, la persona sufre un desgaste emocional muy
perjudicial a la hora de visualizar las posibilidades de recuperación.
Los recursos económicos
sufren un ataque directo en sus bases de acumulación, y aquellas partidas destinadas
a sostener ciertas áreas críticas como mantenimiento, contingencia,
abastecimiento, innovación, etc., desaparecen. Por lo tanto el capital acaba
debilitándose con suma rapidez.
Cuando al fin se toma la
decisión de parar o cambiar de rumbo, el agujero causado por esa espera ya es
tan grande que la empresa queda comprometida con obligaciones imprevistas que,
probablemente, no tendrá capacidad para cumplir.
Mirando la infinidad de probabilidades de quedar
atrapado en un agujero mayor de lo que se puede saltar con los recursos
propios, es mejor decidir rápido. Entiendo que muchas veces el lazo sentimental
que une a la iniciativa es tan grande que cuesta
dar ese paso, pero no hacerlo lleva a una catástrofe segura.
El negocio es deliberadamente una apuesta, porque su
fisionomía se fundamenta en elementos que no tienen nada que ver con el
sentimiento o los lazos de cercanía; cuando los resultados arrojan pérdidas,
desbastan a la persona sin ninguna contemplación. Por este motivo es importante
tener en cuenta que si el negocio va mal y no se toman medidas para remediarlo,
el empresario acabará endeudado. No queda otro camino.
Por lo tanto, a la hora de tomar una decisión hay
que alejarse del sentimentalismo todo lo posible y renunciar a los apegos
personales. Ninguna iniciativa, por más bello que sea, es sostenible cuando no
ofrece beneficios. He oído muchas veces a los pequeños empresarios decir que están
aguantando, con ingresos que apenas cubren los gastos. En esos casos, según mi
visión, es mejor renunciar a la iniciativa y empezar de nuevo, aprovechando los
conocimientos y la experiencia adquirida en la acción que ha cumplido su ciclo. Es natural que acabe para dar paso a otras propuestas.
Nunca hemos de olvidar que el cerebro del buen negociante está estructurado sobre beneficios, nunca sobre pérdidas. Así pues, si no conseguimos organizar nuestras acciones empresariales sobre ese parámetro, será mejor buscarse otro tipo de entretenimiento.
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