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La naturaleza humana se fundamenta en que no cambia
según las circunstancias, a pesar de nuestro empeño por invertir su valor. En
la sociedad actual predomina la obsesión de las personas por lograr resultados
económicos o reconocimientos sociales, en detrimento de la convivencia o la
solidaridad, sin reconocer los residuos que dejan por el camino. Vivir atrapados
por las urgencias, las preocupaciones, la necesidad de cumplir con los
compromisos, propicia estar todo el día indignados. Vivimos en un mundo encrespado
constantemente y, por desgracia, en eso se va toda la energía.
Atrapados en la telaraña de las discrepancia sólo cabe la sin razón, el individualismo, el rechazo mutuo. No todo es trabajo en esta vida, de hecho el lugar de trabajo nunca debe convertirse en el cementerio de las personas, sino en un instrumento para conseguir mayor libertad para sentirse personas. Naturalmente es más sencillo decirlo que hacerlo, por eso cada instante de contrariedad nos priva de:
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- Valorar las pequeñas cosas que ocurren a nuestro alrededor a cada instante y que lo dejamos pasar sin brindarles un segundo de cortesía. Así se echan abajo amistades, se inutilizan las posibilidades de tejer relaciones fructíferas, tanto a nivel personal como empresarial. Descuidar los detalles es perder la oportunidad de descansar bajo las pequeñas sombras que deja el sol a su paso por el día a día.
- Cultivar las buenas maneras resulta cada vez más difícil. Vivimos empujados por la necesidad de justificar todo lo que hacemos o por pedir explicaciones por las acciones ajenas, en ese territorio que consideramos nuestro y en cambio es de todos, como es el lugar de trabajo, los transportes públicos, la puerta del colegio o en los pasillos de los supermercados. Ir tanto al antojo de cada cual desbarata las ocasiones para relacionarse sin ataduras.
- Estar atentos a los cumplidos hacia nuestra causa no siempre es posible cuando la actividad que llevamos a cabo requiera agilidad, y sólo es posible detenerse a rendir cuentas, para reemprender la carrera al minuto siguiente. Así se relacionan muchas familias hoy en día, se alimentan de las prisas y de las justificaciones, sin dejar espacio para la intimidad, los abrazos, la gratitud o el reconocimiento de los éxitos.
- Congratularse de los logros ajenos se presenta como un pecado en esta sociedad ordenada al abrigo del individualismo y de la mal entendida competencia. Por lo visto se ha establecido una nueva norma de convivencia, fundamentada en subir lo más alto posible, pisando la cabeza del adversario si la ocasión lo requiere.
- Felicitar a quien triunfa supone, para muchos, renunciar a la posibilidad de dominar, perder el tiempo mirando cómo logran sus objetivos los demás, cuando uno mismo debería estar el primero. ¿Es esa la mejor forma de integrarse? No, de ninguna manera. Si se cultiva el apego irracional a conseguir resultados unipersonales, la grandeza de la vida se esfuma entre los apremios del fracaso.
- Acercarse al semejante requiere tiempo y dedicación, bienes muy preciados hoy en día. Al parecer, estar cerca de un necesitado es perder el tiempo, es contemplar una realidad no muy lejana a uno mismo el día de mañana, por lo cual es preferible huir del sufrimiento, alejarse del problema, olvidándose que detrás de cada dificultad hay una persona, un semejante necesitado de favor.
- Ponderar las palabras de los demás exige capacidad de reflexión que, muchos, han perdido subiendo los sinuosos caminos del enfrentamiento o la desconsideración, o en las incansables batallas por conservar el puesto de trabajo. Si supiésemos la carga de cada palabra recibida de los demás, estaríamos en disposición de ofrecer la mejor respuesta en cada momento de dudas o la mejor alternativa en cada situación complicada.
- Extasiarse de silencio y de paz demanda tiempo, voluntad para declinar los designios utilitarios del día a día; una renuncia imposible si la intención es mantenerse en cabeza de esta loca carrera por alcanzar objetivos prácticos, olvidándose de la condición humana que, al paso por este mundo, debería ambicionar algo más que el desprecio, la envidia o la persecución de los logros ajenos.
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