viernes, 10 de enero de 2014

Un poco de civismo, por favor

Nunca se debe actuar sin mirar al semejante.

Un poco de civismo, por favor
@morguefile
En estos días he vivido situaciones que me han colocado a las puertas de una reflexión inevitable sobre las relaciones humanas. No pretendo convertir este espacio en un portal de quejas y advertencias sobre los valores actuales, ya que eso nos llevaría mucho tiempo, sino en un simple trazado en voz alta de urbanidad. Un poco de civismo, por favor.

Naturalmente, desde que tenemos conciencia estamos avasallados por los enfrentamientos sociales. De camino a esa lucha entre razas, ideologías, intereses, vamos perdiendo valores fundamentales como la educación, el respeto o la consideración. ¿Qué está primero, la persona o la educación? Esta sería una pregunta sin sentido si no les contase la escena que viví viajando en el tren de regreso a casa. Normalmente cuando se abren las puertas el proceso habitual es dejar salir para luego entrar. Pues la historia lo protagonizó un señor, de mediana edad, que ocupaba el primero lugar en la fila para ascender al vagón, pero al ver que había una decena de pasajeros tras él se apartó y permitió a los demás subir para luego hacerlo él. Se podría decir que renunció a un sitio para sentarse al subir el último, además de no usufructuar el orden lógico de un civismo cada vez más débil y pisoteado por algunos energúmenos, como el grupo de jóvenes sentados a mi lado. “¡Qué pringao!”, dijo uno de ellos y se echaron a reír sin disimulo por la actitud de nuestro personaje.


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En ese momento me asaltó una pregunta: ¿vale de algo, hoy en día, el civismo? Visto lo visto no. Dejar a los demás ocupar tu sitio y conformarte con quedar en segundo plano al parecer es una simple estupidez. No vale de nada. Pero atropellar al semejante o sus derechos sí parece tener un valor incalculable. Algunos lo practican hasta con alevosía, como ese que en la parada del autobús llega el último, pero nada más abrirse las puertas se precipita a las escalerillas el primero, sin mirar ni importarle los demás pasajeros que la antecedían. En fin, ¿dónde queda el respeto del que tanto alardearon nuestros padres?

Sin embargo, esta querencia por hacer de lado a las personas no es una actitud exclusiva de los jóvenes o de los ciudadanos de a pie. Miremos, por ejemplo, a los políticos, que desdibujan el respeto hacia sus ciudadanos, al hacerles partícipe de sus travesuras legislativas o cambiando cada año el sistema educativo o asumiendo por ellos compromisos económicos que no podrán pagar en cien años.

Echemos una mirada también a las instituciones oficiales de inversión o a los Bancos, que no tienen pudor al anteponer sus intereses a los de sus clientes, los pequeños empresarios. Se lee a diario en los medios de comunicación que el crédito está disponible pero que nadie lo solicita, cuando muchísima gente está a la caza y captura de una ayuda de esa índole y no son capaces de conseguir nada. Esta lista de áreas sociales o económicas donde ha desaparecido el respeto o el civismo es tan larga que, por falta de espacio y garantía de objetividad, lo dejamos por aquí.

Pero no sin antes decir que la realidad nos demuestra a diario cómo muchos diagnostican nuestra enfermedad social sin siquiera invitarnos a la terapia de evaluación.


      

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