jueves, 9 de enero de 2014

¿Estás donde quieres?

Las urgencias impiden tener lo que se quiere.

¿Estás donde quieres?
imagen de morguefile.com
Cada mañana, al asistir a la procesión de personas que se dirigen al trabajo, no puedo evitar preguntarme: ¿están todos haciendo lo que realmente les gusta? No obstante, la respuesta es fácil, porque el oleaje de la crisis se ha llevado por delante a los individuos, envueltos en sus ilusiones y expectativas; los ha trasladado a escenarios ocupacionales donde nunca habrían llegado por voluntad propia. Cualquier podría confirmar esta tendencia si les formulásemos la siguiente pregunta: ¿Estás donde quieres?

Es incalculable la cantidad de trabajadores abocados a ocupaciones totalmente ajenas a sus conocimientos, formación o preferencias. Pero allí están, fajándose en tareas que no les satisfacen ni les preocupan. Viven el falso convencimiento de que muy pronto volverán al círculo que los escupió, circunstancialmente, según ellos. Sin embargo, hay evidencias de que probablemente no exista viaje de retorno. Por cierto, otros también han llegado allí empujados por la edad, la falta de formación, etc., y el sentimiento de frustración se vislumbra en sus caras o en sus formas de relacionarse con sus tareas, pero se resignan a lo que tienen, arrepentidos de no haber previsto antes lo que podía ocurrirles.

Hoy en día la calidad de la ocupación, que antes se vinculaba a la satisfacción y el compromiso, está determinada por la realidad personal de cada individuo y por su capacidad para adaptarse al cambio. “En los tres últimos años he pasado de empresaria a teleoperadora”, me comentó una mujer, decepcionada porque la crisis había consumido sus conocimientos y sus ánimos, empujándola hacia tareas incompatibles con su nivel de formación o con sus objetivos profesionales.

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Esta es una realidad muy habitual entre los emprendedores. A menudo la pareja, por poner un ejemplo, pone en marcha su negocio familiar que poco a poco consume sus recursos personales, hasta el punto de obligar a uno de ellos a buscarse ocupaciones adicionales para hacer frente a los gastos familiares; los costes de la iniciativa comercial superan los ingresos. Luego ese sueldo extra también pasará a tapar los agujeros del negocio, lo cual produce un desplazamiento paulatino de sus pretensiones profesionales para acabar obligándoles a aceptar cualquier actividad con retribución con tal de no perderlo todo. Como es natural, habían creado esa posible fuente de ingresos para garantizarse una estabilidad de futuro, pero acaban alimentándola con retribuciones ajenas a su actividad comercial.

“A veces planificarlo no es suficiente”, siguió comentándome la empresaria convertida en teleoperadora. Quería encontrar la forma de rebatir su error, pero verla tan inmersa en ese retroceso profesional me impidió decir nada. Sin embargo, a pesar de que nadie puede luchar contra una crisis global que se lleva todo por delante, planificar la acción debe ser una regla ineludible. Alguien me dijo una vez que para ganar dinero en la Bolsa había que tener un plan y cumplirlo a rajatabla. Con los pequeños movimientos que he ido articulando en ese sector he descubierto que esa es una norma innegociable. Algunas veces se acumulan pérdidas por respetarla y asalta la tentación de romper con ella, pero si se hace, la probabilidad de arruinarse aumenta. Además, hay una consecuencia añadida, ya que se adquiere un hábito de desconfianza que cambia con cada movimiento, lo cual no garantiza nada a largo plazo. Así pues, a pesar de la tentación de vislumbrar mayor beneficio cambiando los planes iniciales, mi recomendación es no atreverse a tanto. Porque las ganancias conseguidas hoy saltando de rama en rama, se puede perder todo mañana si se actúa a ciegas.


      

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