Las urgencias impiden tener lo que se quiere.
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Cada mañana, al asistir a la procesión de personas
que se dirigen al trabajo, no puedo evitar preguntarme: ¿están todos
haciendo lo que realmente les gusta? No obstante, la respuesta es fácil, porque el oleaje de la crisis se ha llevado por delante a los
individuos, envueltos en sus ilusiones y expectativas; los ha trasladado a escenarios
ocupacionales donde nunca habrían llegado por voluntad propia. Cualquier podría confirmar esta tendencia si les formulásemos la siguiente pregunta: ¿Estás donde quieres?
Es incalculable la cantidad de trabajadores abocados a ocupaciones totalmente ajenas a sus conocimientos, formación o preferencias. Pero allí están, fajándose en tareas que no les satisfacen ni les preocupan. Viven el falso convencimiento de que muy pronto volverán al círculo que los escupió, circunstancialmente, según ellos. Sin embargo, hay evidencias de que probablemente no exista viaje de retorno. Por cierto, otros también han llegado allí empujados por la edad, la falta de formación, etc., y el sentimiento de frustración se vislumbra en sus caras o en sus formas de relacionarse con sus tareas, pero se resignan a lo que tienen, arrepentidos de no haber previsto antes lo que podía ocurrirles.
Es incalculable la cantidad de trabajadores abocados a ocupaciones totalmente ajenas a sus conocimientos, formación o preferencias. Pero allí están, fajándose en tareas que no les satisfacen ni les preocupan. Viven el falso convencimiento de que muy pronto volverán al círculo que los escupió, circunstancialmente, según ellos. Sin embargo, hay evidencias de que probablemente no exista viaje de retorno. Por cierto, otros también han llegado allí empujados por la edad, la falta de formación, etc., y el sentimiento de frustración se vislumbra en sus caras o en sus formas de relacionarse con sus tareas, pero se resignan a lo que tienen, arrepentidos de no haber previsto antes lo que podía ocurrirles.
Hoy en día la calidad de la ocupación, que antes se vinculaba a la satisfacción y el compromiso, está determinada
por la realidad personal de cada individuo y por su capacidad para adaptarse al
cambio. “En los tres últimos años
he pasado de empresaria a teleoperadora”, me comentó una mujer, decepcionada
porque la crisis había consumido sus conocimientos y sus ánimos, empujándola hacia tareas incompatibles con su nivel de formación o con sus objetivos profesionales.
- La apariencia ya no engaña - Fijar objetivos claros - El valor de las ideas - El talento no nace en los árboles |
Esta es una realidad muy habitual entre los
emprendedores. A menudo la pareja, por poner un ejemplo, pone en marcha su
negocio familiar que poco a poco consume sus recursos personales, hasta el
punto de obligar a uno de ellos a buscarse ocupaciones adicionales para hacer
frente a los gastos familiares; los costes de la iniciativa comercial superan
los ingresos. Luego ese sueldo extra también pasará a tapar los agujeros
del negocio, lo cual produce un desplazamiento paulatino de sus pretensiones
profesionales para acabar obligándoles a aceptar cualquier actividad con
retribución con tal de no perderlo todo. Como es natural, habían creado esa
posible fuente de ingresos para garantizarse una estabilidad de futuro, pero acaban
alimentándola con retribuciones ajenas a su actividad comercial.
“A veces
planificarlo no es suficiente”, siguió comentándome la empresaria convertida en
teleoperadora. Quería encontrar la forma de rebatir su error, pero verla tan
inmersa en ese retroceso profesional me impidió decir nada. Sin embargo, a
pesar de que nadie puede luchar contra una crisis global que se lleva todo por
delante, planificar la acción debe ser una regla ineludible. Alguien me dijo
una vez que para ganar dinero en la Bolsa había que tener un plan y cumplirlo a
rajatabla. Con los pequeños movimientos que he ido articulando en ese sector he
descubierto que esa es una norma innegociable. Algunas veces se acumulan
pérdidas por respetarla y asalta la tentación de romper con ella, pero si se
hace, la probabilidad de arruinarse aumenta. Además, hay una consecuencia
añadida, ya que se adquiere un hábito de desconfianza que cambia con cada
movimiento, lo cual no garantiza nada a largo plazo. Así pues, a pesar de la
tentación de vislumbrar mayor beneficio cambiando los planes iniciales, mi
recomendación es no atreverse a tanto. Porque las ganancias conseguidas hoy
saltando de rama en rama, se puede perder todo mañana si se actúa a ciegas.
Seguir a @RoberttiGamarra
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