Y las consecuencias.
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En el primer trimestre del 2013 ha habido un 22,5%
más de empresas que se han declarado en quiebra, respecto al
mismo trimestre del 2012, según el informe del INE, Estadística de
Procedimiento Concursal del Instituto Nacional de Estadística, publicado ayer
miércoles. El 73,2%
de éstas empresas tenían menos de 20 trabajadores, lo cual describe el
sector más afectado por esta circunstancia. Por otro lado el informe destaca el
descenso del número de familias
que se han declarado en quiebra, como un dato remarcable para pensar con
algo de optimismo.
De todas las exigencias asumidas por un
emprendedor al poner en marcha su iniciativa comercial, la más importante es
cumplir con sus compromisos de pagos. Estas obligaciones a veces conllevan
tomar decisiones poco populares, pero uno debe realizar todas las consideraciones estratégicas necesarias para consigo
mismo, porque de lo contrario se encuentra en un callejón si salida donde cada
día que intenta recuperarse aumentan sus deudas. En este momento es cuando se decide
entrar en suspensión de pagos; se acude a los juzgados, y el camino del cierre definitivo tiene varias bifurcaciones desagradables.
El principio fundamental de poner en marcha una iniciativa es
conseguir evolucionar como empresa y como empresario, lograr dividendos y
contemplar el gratificante ascenso de la propuesta. Por eso es desolador
declararse en concurso
de acreedores, o lo que es lo mismo: suspensión de pagos o quiebra. En ese
momento se firma la sentencia de muerte de todos los componentes del tejido de
resistencia de la empresa, como son los empleados, los proveedores, el propio empresario,
que se lleva por delante la realidad familiar de otros individuos.
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El esfuerzo por explicarse la situación suele impedir disociar la persona de su empresa. Cualquier implicado mirará al individuo
antes que a la corporación. Me entran serias dudas de que de todo se aprenda en
esta vida, porque de la humillación y del desprecio recibido por personas
cercanas antes, enemigos legales ahora, es casi imposible aprender nada
productivo.
A pesar del título, este artículo no pretende extenderse sobre cómo evitar una quiebra, sino identificar los movimientos que se generan al acoplar las
piezas para salir dignamente de la situación. Empecemos diciendo que lo difícil
es:
Hacerles entender a los proveedores que la responsabilidad es corporativa y no personal. Algunos de ellos ya conocen el proceso
y dependiendo del tipo de obligaciones contraídas, muchas veces no entran en el
grupo de quienes van a cobrar. Esa situación les lleva a asumir un ataque
frontal con los dueños de las empresas, desoyendo que todos los compromisos son
corporativos.
Luego serán los empleados implicadas en la
liquidación quienes no entiendan que nada es personal, a pesar de las cercanías
practicadas durante la relación laboral. En natural crear un acercamiento entre
el trabajador y los jefes. Por lo tanto, cuando se rompe ese vínculo y queda la
incertidumbre, afloran las ofensas, los insultos y la sensación de haber sido
engañado de forma deliberada.
Entre los más virulentos se encuentran los
acreedores principales, los bancos. Estas sociedades no entienden de
insuficiencia de recursos para hacer frente a los compromisos y actúan contra el
empresario, porque éste había participado como avalista. Es en este momento cuando
el intento de convertirse en empresario deja al emprendedor sin sus
propiedades, sin sus privilegios, sin nada.
Y si por desgracia el administrador
concursal nombrado por la ley no es competente y diligente, a medida que
pasa el tiempo las deudas crecen y la sombra que se cierne sobre el empresario
empieza a transmitirse a su entorno más cercano. No es una cuestión de voluntad o
de compromiso con la situación, es el sistema que intenta proteger al emprendedor,
pero que mal gestionado se convierte en su peor enemigo.
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