sábado, 25 de enero de 2014

Unas empresas mueren, otras nacen

Unas empresas mueren
@morguefile

Asumir el fin de ciclo de una iniciativa siempre es positivo.

 

Por naturaleza, al poner en marcha una iniciativa comercial, fundamentalmente en el ámbito de las pequeñas empresas, prevalece la idea de que es para toda la vida, pretensión nunca viable. Unas empresas mueren y otras nacen. Si hablamos de pequeños emprendimientos, una buena estrategia es tener presente que en algún momento esa iniciativa llegará a su límite y echará el cierre. Asumir lo contrario es vivir una engañosa ilusión. Lo importante al vivir esa situación es tomarlo como un cambio de ciclo, el desenlace de una idea para dar paso a otra, lo cual garantizará seguir adelante sin frustración y sin perder la competitividad de la propuesta que se hace al mercado.

En estos días alguien, al comentar uno de mis artículos, colocaba a las pequeñas empresas como el motor de la economía, algo indiscutible si miramos cómo las PYMES se gestan y crecen a partir de las microempresas, donde la Dirección es a su vez el empleado. Y su mayor fortaleza es el dinamismo, la capacidad de regenerarse mediante ideas innovadoras sin mirar atrás, sin entregarse a las consecuencias del continuo cierre de iniciativas que dejan de intervenir en el mercado. Ese es el gran secreto de las pequeñas empresas, la capacidad de reinventarse sin tener en cuenta la imposibilidad de conquistar cuotas de mercado donde prevalecen las grandes firmas. No obstante, la gran apuesta económica, sobre todo de los países europeos, es la internacionalización de las PYMES.


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En tiempo de crisis la imaginación es una herramienta de incalculable valor, es el vivero de nuevas ideas que se ajustan a las pequeñas estructuras y responden perfectamente a los hábitos de consumo que, cada día, retroceden más hacia la moderación y la prudencia. La alternativa a los cambios económicos es la innovación, la aportación de iniciativas rápidas que no pretenden convertirse en grandes estructuras, porque carecen de suficiente capital para hacerlo. Es en esas proposiciones donde se aprende, me atrevería a decir, la verdadera cultura empresarial, por la necesidad de combinar la inventiva con el sacrificio. La capacidad del propio mercado donde actúan y el perfil de los consumidores hacen que los empresarios sean completamente conscientes de lo que pueden conseguir. Tener claro los límites es esencial, porque con ese perfil de iniciativas no siempre se puede invertir en la especialización o la tecnificación de las actividades, lo cual se debe suplir con un altísimo grado de originalidad.

Es natural, cuando una empresa cumple su ciclo y debe echar el cierre, sentir la sensación de haber perdido. Sin embargo, el mejor refugio para recuperar el ánimo es pasar página y predisponerse a nuevos retos, repasando los conocimientos y la experiencia adquirida con el fin de aplicarla lo más atinadamente posible. Eso ayudará a gestionar con acierto, a entender mejor las posibles hostilidades y a estar preparado para las dificultades.

Es cierto que en el momento de reemprender, sobre todo después de haber cerrado una propuesta comercial en la que se confiaba, se tiene muy presente la idea del fracaso, lo cual conlleva a extremar los cuidados. Pero asumir esa iniciativa como una actividad totalmente nueva es el primer paso para sortear la depresión. Al fin y al cabo nunca dos ideas tendrán consecuencias simétricas en el mercado. Creer que una iniciativa estará en vigor toda la vida puede conducir a la pasividad improductiva, a una comodidad perjudicial que imposibilita inventar o evolucionar. 

      
  

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