martes, 14 de enero de 2014

La mentira del emprendimiento



La mentira del emprendimiento
@mourguefile
El tema emprendimiento o innovación, trae consigo dos componentes inevitables de discusión: ¿quién es realmente un emprendedor? Y ¿es el emprendimiento la panacea del cambio? Es recomendable mirar a todos lados antes de cruzar por una guarida de lobos hambrientos, porque, según el contenido de las respuestas, puede ser mayor o menor el colmillo de los defensores de la mentira del emprendimiento.

Una mujer me preguntó hace poco por qué ahora tenía tanta visibilidad el emprendedor. “Hace 20 años, cuando nosotros poníamos en marcha un negocio, ya éramos emprendedores, pero no existía la necesidad de verbalizarlo como se hace actualmente”, me dijo. “Me llamarás mal bicho, le dije, pero creo que ahora la palabra emprendedor no tiene nada que ver con los emprendedores”.

La explicación es muy sencilla: muchos se empeñan en llamar emprendimiento o innovación a sus iniciativas, sin nutrirlas de los factores que las colocarán o no dentro de esa denominación. Por eso, a la hora de la verdad, sucumben con sus propuestas por falta de fundamento o por carencia de base creativa para acomodarse en el mercado. Me temo que poner en marcha un negocio no es suficiente para decir que uno es un emprendedor y, mucho menos, un innovador.


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Como es natural, no podemos dejar de lado la influencia política en esta nueva concepción del emprendimiento. El falso mensaje de que hay infinidad de posibilidades para los emprendedores, es justamente lo que está matando los emprendimientos. Porque no es verdad que emprendiendo se corregirá la crisis o se creará empleo. Es tan engañoso atribuirle el carácter de solución de todos los problemas al emprendimiento o a la innovación, como que existen plataformas oficiales que apoyan realmente, sin condiciones, a los emprendedores.

Por desgracia, las ayudas oficiales, única salida para muchas pequeñas propuestas, acaban cayendo, inexplicablemente, en manos de los mismos grupos empresariales de siempre, son gestionadas por la misma gente que lleva años coordinando su distribución, sin tener capacidad para discernir entre viabilidad o propaganda, ni de darse cuenta que existen personas creativas más allá de sus amistades y conocidos.

El fracaso de las plataformas oficiales es que no se fundamentan en la realidad, por lo tanto, a pesar de poseer un gran poder para financiarse, acaban sucumbiendo ante el desconocimiento de la verdadera demanda o el perfil de quiénes deben ser apoyados.

El pasado verano asistí al cierre de una propuesta de innovación, porque las trabas administrativas de los financiadores oficiales imposibilitaron formalizarla. Los emprendedores, la mayoría de ellos ahogados por deudas o compromisos económicos incumplidos, estaban incapacitados por su pasado para acceder a estas ayudas. Entonces me hice una pregunta: ¿de qué valen las ayudas si aquellos quienes podrían recibirla, no están capacitados administrativamente para hacerlo?

No culpo de ello a la administración que, tal como está el panorama, debe obligarse a controlar al máximo el flujo del dinero que pone a disposición de los emprendedores. Sin ese control no podrían garantizar su propia supervivencia. Es natural pues, que las normas sean tan estrictas y que todos deban tener un perfil determinado para garantizar el retorno. Ahí radica la gran contradicción. El actual sistema está caduco, y si no se buscan nuevos sistemas de control, nuevas estrategias de acercamiento a la sociedad creativa, el mundo del emprendimiento no soltará el lastre de cargar, casi exclusivamente, con los enchufados, los que tienen buenos padrinos, los parientes poderosos, etc., haciendo cada vez más invisibles a los verdaderos emprendedores e innovadores.


      
  

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