No siempre se puede ni se debe contestar a todo.
@morguefile |
¿No entiendo cómo ha podido pasarte
esto?, comentó un familiar al
pequeño empresario que, después de ascender con su negocio a toda prisa, había
quedado prácticamente en las ruinas al cabo de pocos meses. La crisis se había
llevado toda su estructura comercial, sus créditos, sus clientes, sus
propiedades… en fin. La realidad que me transmitió el propio protagonista despertó
mi reflexión sobre el significado de las cosas, el peso de las palabras y la
incapacidad de verbalizar ciertas situaciones. Resulta ingrato soportar
preguntas que no tienen respuestas. No es que una frase bien calculada no pueda
explicarlas, simplemente las incomprensibles circunstancias que las provocan
consumen los ánimos para referirlas con coherencia. Por más que nos empeñamos en
explicar por qué miles y miles de pequeñas empresas sucumben en la desgracia, la
situación resulta incomprensible para la gente que no la vive.
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“¿Cómo es que lo ha perdido todo?”, me preguntó alguien cuando cerramos una de
nuestras empresas. Por primera vez en mi vida, a pesar de la habilidad
desarrollada para contestar a todo, aunque sea con una inexactitud bien trabada,
no pude decir nada. El silencio consumió todo mi argumento y la amargura difuminó
mi confianza. Entiendo la confianza como un elemento fundamental para conseguir
los objetivos, pero ¿qué se puede responder cuando no hay respuesta?
Poner en marcha una empresa de pequeño tamaño conlleva, casi de forma natural, la intromisión del círculo más cercano, como son los familiares y amigos. La proximidad crea en ellos una viva expectativa que los predispone a estar siempre pendientes de la evolución de la iniciativa y les produce un falso derecho de participación, de averiguar los motivos de los altibajos. Esto es inevitable, incómodo pero inevitable. Por eso es tan importante estar preparado para ofrecerles las debidas explicaciones, aunque no haya ninguna obligación de hacerlo. Pero ¿qué ocurre cuando la decadencia no tiene una explicación racional, didáctica?
Cuando los contratiempos llegan por condicionantes externos, sociales como la crisis actual, simplemente los clientes dejan de entrar en el negocio o dejan de pedir presupuestos o de requerir los consejos que antes parecían especialmente importantes. Esa es la causa, los empresarios lo están viendo, pero no son capaces de trasladarla a los demás, a los actores secundarios que no comprenden o no tienen una visión natural para hacerlo. Es como la sombra que proyecta la tarde sobre nosotros sin poder evitarla.
Poner en marcha una empresa de pequeño tamaño conlleva, casi de forma natural, la intromisión del círculo más cercano, como son los familiares y amigos. La proximidad crea en ellos una viva expectativa que los predispone a estar siempre pendientes de la evolución de la iniciativa y les produce un falso derecho de participación, de averiguar los motivos de los altibajos. Esto es inevitable, incómodo pero inevitable. Por eso es tan importante estar preparado para ofrecerles las debidas explicaciones, aunque no haya ninguna obligación de hacerlo. Pero ¿qué ocurre cuando la decadencia no tiene una explicación racional, didáctica?
Cuando los contratiempos llegan por condicionantes externos, sociales como la crisis actual, simplemente los clientes dejan de entrar en el negocio o dejan de pedir presupuestos o de requerir los consejos que antes parecían especialmente importantes. Esa es la causa, los empresarios lo están viendo, pero no son capaces de trasladarla a los demás, a los actores secundarios que no comprenden o no tienen una visión natural para hacerlo. Es como la sombra que proyecta la tarde sobre nosotros sin poder evitarla.
@morguefile |
La
responsabilidad sobre la marcha del negocio recae siempre en su gestor, el
pequeño empresario. Pero ese derecho al juicio público que se crea en torno a
la iniciativa, para mucho es más importante que la propia realidad que lo
destruye. No saber explicar que aquello no es producto de la ineficacia de la
gestión o del enfoque es tan determinante que, casi siempre, conlleva ser
tildado de fracasado por los propios familiares y amigos. Por eso muchos rehúyen la verdad y prefieren acomodarse al abrigo de argumentos inexactos
y poco creíbles. Es realmente sorprendente la capacidad de los individuos para
pasar de largo cuando alguien refiere sus logros, como si no importase nada,
contraria a la voluntad por quedarse a pedir explicaciones cuando la realidad atisba
el fracaso. Es como si sólo valiese el ahora y el fracaso. Pero, ¿por qué no se
actúa de la misma forma cuando la situación es de triunfo? No lo sé. Pero si un
negocio debe cerrar, no creo que el empresario deba explicar nada a nadie.
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