Quedarse atrapado en los colmillos de la crisis.
“¡Por fin
nos han dado la oportunidad!”, me comentó una empresaria amiga cuando consiguió
el primer contrato con la Administración Pública. Al verla resultó imposible hurtar
un solo segundo de su momento de gloria. Sin embargo, no tardaría mucho en
descubrir los entresijos de la dificultad a la que le había conducido su
emprendimiento.
Estábamos a finales del año 2008. Ella, como muchos otros emprendedores, había puesto en marcha su empresa, se había exigido cumplir con sus obligaciones impositivas y al final se encontraba sin la tan traída liquidez para sortear el día a día. Entonces empezaba la lucha sin cuartel por sobrevivir, la ilusión, el futuro, las ganancias, todos quedaban en segundo plano, no había tiempo para esas cosas, habría que salvar el negocio como sea. Pero… por desgracia, muchos quedarían atrapados en la voracidad de la crisis y de los impagos, en tierra de nadie. Ésta es una realidad absurda si miramos los fundamentos del emprendimiento, que se sustenta en crear algo para evolucionar y prosperar.
Las personas normales, sobre todo las que ponen en marcha por primera vez una iniciativa comercial, adquieren compromisos económicos con el banco, con la Agencia Tributaria, etc., y se sienten en esa necesidad apremiante de cumplir con todos, aún cuando con ellos pocos habían cumplido.
“Ya hemos
puesto todo lo que teníamos”, dijo mi amiga con lágrimas en los ojos. Habían
entregado sus posesiones, esa inapreciable riqueza acumulada durante años de
trabajo, para hacer frente a los gastos ordinarios y para seguir adelante. De
la noche a la mañana se habían convertido en los financiadores de los proyectos
públicos, a costa de su propio futuro personal y el de sus hijos.
No obstante, la verdadera desgracia viene al final del proceso, cuando se echa el cierre al negocio, porque una vez se logra soltar el proyecto, queda asumir las deudas. Y si el compromiso del empresario con las obligaciones adquiridas le lleva a entregar sus bienes para intentar llegar a todo, literalmente se queda en la calle. Además de la consabida inclusión en una lista de morosos que les imposibilita emprender nada nuevo. “Ni siquiera me dan un teléfono móvil”, me comentó una mujer al final de una charla sobre inserción laboral. ¿Dónde nos deja eso? En tierra de nadie.
La pregunta es, ¿qué pasa con los miles de empresarios que han quedado en esa situación? ¿Dónde quedan las personas? Conozco a empresarios y empresarias del pasado que actualmente trabajan a cuenta ajena y ni siquiera pueden cobrar sin incidencias sus nóminas, porque cuando la empresa que los contrata realiza el ingreso mensual, su cuenta está embargada. No hablo de sustraerse de los compromisos adquiridos, ni aliento a buscar artificios para eludir las obligaciones; simplemente, cuando me voy a la cama por las noches, me abruma la pregunta de ¿cómo habrán pasado el día estos emprendedores del pasado?
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Estábamos a finales del año 2008. Ella, como muchos otros emprendedores, había puesto en marcha su empresa, se había exigido cumplir con sus obligaciones impositivas y al final se encontraba sin la tan traída liquidez para sortear el día a día. Entonces empezaba la lucha sin cuartel por sobrevivir, la ilusión, el futuro, las ganancias, todos quedaban en segundo plano, no había tiempo para esas cosas, habría que salvar el negocio como sea. Pero… por desgracia, muchos quedarían atrapados en la voracidad de la crisis y de los impagos, en tierra de nadie. Ésta es una realidad absurda si miramos los fundamentos del emprendimiento, que se sustenta en crear algo para evolucionar y prosperar.
Las personas normales, sobre todo las que ponen en marcha por primera vez una iniciativa comercial, adquieren compromisos económicos con el banco, con la Agencia Tributaria, etc., y se sienten en esa necesidad apremiante de cumplir con todos, aún cuando con ellos pocos habían cumplido.
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No obstante, la verdadera desgracia viene al final del proceso, cuando se echa el cierre al negocio, porque una vez se logra soltar el proyecto, queda asumir las deudas. Y si el compromiso del empresario con las obligaciones adquiridas le lleva a entregar sus bienes para intentar llegar a todo, literalmente se queda en la calle. Además de la consabida inclusión en una lista de morosos que les imposibilita emprender nada nuevo. “Ni siquiera me dan un teléfono móvil”, me comentó una mujer al final de una charla sobre inserción laboral. ¿Dónde nos deja eso? En tierra de nadie.
La pregunta es, ¿qué pasa con los miles de empresarios que han quedado en esa situación? ¿Dónde quedan las personas? Conozco a empresarios y empresarias del pasado que actualmente trabajan a cuenta ajena y ni siquiera pueden cobrar sin incidencias sus nóminas, porque cuando la empresa que los contrata realiza el ingreso mensual, su cuenta está embargada. No hablo de sustraerse de los compromisos adquiridos, ni aliento a buscar artificios para eludir las obligaciones; simplemente, cuando me voy a la cama por las noches, me abruma la pregunta de ¿cómo habrán pasado el día estos emprendedores del pasado?
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