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Actualmente, la desafección por el puesto de trabajo
aumenta de forma considerable, cuando la eficacia en la ejecución de las tareas
requiere justo lo contrario, una asimilación del proceso como parte integrante
de la conducta del trabajador. Por desgracia, el lugar de trabajo, en muchas
empresas, adquiere condición de trinchera donde cada trabajador debe defender
posiciones continuamente. El cambio radical del mercado laboral y de las
condiciones de contratación ha modificado las prioridades, imponiéndose la
guerra por mantenerse en el puesto de trabajo al compromiso profesional. Estar
en manos de otros es una presión añadida, y muchos carecen de capacidad para
sobrevivir, lo cual les lleva a renunciar a sus puestos, mientras otros luchan,
pero no lo suficiente, o se especializan en convertir ese terreno,
exclusivamente, en su campo de batalla, en detrimento de la solidaridad o en
trabajo en equipo.
El factor determinante suele ser la imposibilidad de
tomar decisiones en el ejercicio de las tareas. El escalafón jerárquico, desde
el primer peldaño hasta la parte más alta, se fundamenta en la subordinación,
donde siempre existe una persona que decide sobre otra, y cuyas decisiones no
siempre obedecen a una estrategia exclusivamente corporativa, sino a categoría
profesional, formación, capacidad, interés, etc. Por todo ello, cuanto más
grande sea la empresa, resulta más complicado manejarse libremente.
Enlaces relacionados
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Estar en un puesto de trabajo, en estos sitios tan
jerarquizados, es como aquella persona que su vida depende de alguien que le
está apuntando con un arma. No valen los ruegos, la inocencia, la experiencia,
no se puede hacer nada; si la otra persona decide disparar, todos los recursos
o las propuestas pierden valor. Incluso se puede ir más allá y afirmar que la
jerarquización enfermiza propicia que, en la estructura de producción de una
empresa, de arriba abajo, se origine una cultura de perjuicio mutuo. Así es
como nos encontramos muchas veces que, si la persona que decide sobre el futuro
de otro está disgustada, proyecta su disgusto hacia abajo y acaba descargando su
frustración en el subordinado.
En este escenario caben, como mínimo, tres comportamientos posibles para afrontar este tipo de ambientes peligrosos:
En este escenario caben, como mínimo, tres comportamientos posibles para afrontar este tipo de ambientes peligrosos:
- Hacer lo imposible por no llegar a esa situación, lo cual significa establecer una regla de actuación donde se sobrepasa los límites de la capacidad personal. Este extremo aumenta la posibilidad de fracasar en cualquier momento, por asumir compromisos o comportamientos que no están al alcance profesional del trabajador.
- Derrumbarse y perder toda la iniciativa es lo más habitual al encontrarse en un entorno hostil. La estructura psicológica de la persona no responde o no es suficiente para aguantar la presión. Y en estos caso confluyen, casi siempre, dos factores determinante: la necesidad de conservar el trabajo para sobrevivir y la incapacidad de soportar la presión, lo que lleva a la destrucción total del autoestima de la persona, inutiliza la capacidad para reaccionar. El resultado es desastroso, porque siembra en la persona la falsa idea de que no vale para desempeñar las tareas.
- Obviar el entorno y rendir naturalmente debería de ser el procedimiento correcto, ya que es la forma de demostrarse a uno mismo, y a los demás, que esa situación no se ha generado de forma natural, y que la persona afectada no ha tenido nada que ver con ella, lo cual le exime a rendir cuenta de sus consecuencias. Es una forma de ganarse el privilegio de libertad que permite desarrollar las tareas sin ataduras.
Quedaría un factor, no menos importante, como es la virtud
para ejercer equitativamente la responsabilidad de decidir sobre otros.
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