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Cuando hablamos de que el mercado laboral ha
cambiado, no necesariamente nos referimos a los conceptos habituales de
contratación ni a los valores comerciales, sino al sistema de gestión y
posicionamiento de las propuestas, a la evolución de la calidad de los candidatos
y la capacidad para comercializar con las ideas. Lograr la capitalización
del talento es recuperar lo invertido en la formación y el conocimiento, ya
sea personal o corporativo.
Un trabajador competente es aquel que sabe integrarse en la propia naturaleza de sus tareas y conoce los mecanismos para venderse él mismo como producto, separado de la comercialización de sus ideas en el mercado. Esta capitalización de la propuesta se traduce en proponer nuevas experiencias, innovar en el puesto de trabajo, modificar los hábitos de conductas y presentar alternativas flexibles al cambio. Es decir, aplicar lo aprendido y cobrar por ello.
Un trabajador competente es aquel que sabe integrarse en la propia naturaleza de sus tareas y conoce los mecanismos para venderse él mismo como producto, separado de la comercialización de sus ideas en el mercado. Esta capitalización de la propuesta se traduce en proponer nuevas experiencias, innovar en el puesto de trabajo, modificar los hábitos de conductas y presentar alternativas flexibles al cambio. Es decir, aplicar lo aprendido y cobrar por ello.
Enlaces relacionados
- La economía del conocimiento - La habilidad para gestionar el éxito - El talento no nace en los árboles - Primer paso hacia el éxito - No todos valen para emprender |
El primer factor de calidad se consigue estando al
día, lo cual conlleva una vigilancia constante de los cambios, ya sea del
mercado, de los hábitos de consumo, las tendencias, nuevas tecnologías, etc.
También ayuda crear múltiples horizontes y no centrarse en una sola propuesta. Estamos muy acostumbrados a responder sólo a ofertas del sector que conocemos, lo cual ha cambiado, aunque no en las exigencias ni en los compromisos, pero sí se tiende a diversificar las tareas, así como los conocimientos. Ahora se exige cubrir más terreno sin ampliar el horizonte de recursos.
Por lo tanto, es cada vez más rentable plantear métodos de capitalización a corto plazo, basados en una revisión continua de los procedimientos, el sistema de gestión y las fuentes de financiación. A pesar de esa diversificación de tareas de la que hablamos, los financiadores tienden actualmente a particularizar sus inversiones, comprar un solo paquete, cuyo contenido ofrezca una amplia diversidad de posibilidades, porque esa fórmula permite un mayor control de los flujos de pérdidas o ganancias.
Por otro lado, no podemos olvidar la nada despreciable influencia de acudir a los mercados adecuados, especialmente aquellos que ofrezcan una correlación entre el conocimiento y el puesto de trabajo. Es decir, la mejor estrategia es la que permite controlar el esfuerzo y el resultado, equilibrando la aportación con la retribución, para evitar las dinámicas que conducen a un sobreesfuerzo que no tiene nada que ver con la calidad de los resultados obtenidos. El conocimiento es capital, por lo que debe recibir del mercado una retribución proporcional a su calidad.
Siempre hemos oído que la competencia es sana. Sin embargo, con la exigencia que existe ahora en el mercado, donde se valora especialmente a aquellos que saben diversificar sus ofertas, no queda más remedio que intentar competir en actividades diferentes a las que estamos habituados, pero manteniendo la calidad, la inventiva, y aportando continuamente un valor añadido, como bien puede ser el coste.
Por último, el cambio debe venir mediante la transformación de las costumbres e invirtiendo en conseguir conocimientos, antes incluso que aquellos atrezos que embellecen por fuera pero son pobres por dentro. Adquirir formación y experiencia, si es posible al mismo tiempo, es el camino para mejorar nuestra candidatura y para entrar en el mercado sin ningún complejo.
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Por lo tanto, es cada vez más rentable plantear métodos de capitalización a corto plazo, basados en una revisión continua de los procedimientos, el sistema de gestión y las fuentes de financiación. A pesar de esa diversificación de tareas de la que hablamos, los financiadores tienden actualmente a particularizar sus inversiones, comprar un solo paquete, cuyo contenido ofrezca una amplia diversidad de posibilidades, porque esa fórmula permite un mayor control de los flujos de pérdidas o ganancias.
Por otro lado, no podemos olvidar la nada despreciable influencia de acudir a los mercados adecuados, especialmente aquellos que ofrezcan una correlación entre el conocimiento y el puesto de trabajo. Es decir, la mejor estrategia es la que permite controlar el esfuerzo y el resultado, equilibrando la aportación con la retribución, para evitar las dinámicas que conducen a un sobreesfuerzo que no tiene nada que ver con la calidad de los resultados obtenidos. El conocimiento es capital, por lo que debe recibir del mercado una retribución proporcional a su calidad.
Siempre hemos oído que la competencia es sana. Sin embargo, con la exigencia que existe ahora en el mercado, donde se valora especialmente a aquellos que saben diversificar sus ofertas, no queda más remedio que intentar competir en actividades diferentes a las que estamos habituados, pero manteniendo la calidad, la inventiva, y aportando continuamente un valor añadido, como bien puede ser el coste.
Por último, el cambio debe venir mediante la transformación de las costumbres e invirtiendo en conseguir conocimientos, antes incluso que aquellos atrezos que embellecen por fuera pero son pobres por dentro. Adquirir formación y experiencia, si es posible al mismo tiempo, es el camino para mejorar nuestra candidatura y para entrar en el mercado sin ningún complejo.
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